Es posible que no lo entiendan nunca. Quienes hablan del cambio creen que éste es tangible, como las paredes, el dinero, el automóvil. O que se puede llegar a él con los mecanismos tradicionales que se usan para ganar a la competencia. Sospecho que la cosa no es tan así. Que el cambio involucra esencialmente la forma en que el observador se instala a mirar lo que cambia.
Todo parece indicar que el año que se inicia hoy será difícil. El descontento ciudadano crece en las encuestas. Los resultados de la última, realizada por el Centro de Estudios Públicos (CEP), son contundentes. Que el presidente Sebastián Piñera ostente el récord del menor respaldo de un mandatario en los últimos veinte años de democracia, es un dato relevante. Con 23% de apoyo y 62% de rechazo, la ciudadanía está dando muestras claras de algo. Y ese algo es hastío, desconfianza. Desconfianza que cuando se analizan las instituciones, también recae sobre la política, la justicia, las FF AA, Carabineros, las iglesias. Y después, al desmenuzar, uno llega a la conclusión de que los chilenos se están sintiendo incómodos porque creen que han sido burlados. Y no sólo estos últimos dos años, sino desde hace algún tiempo largo.
Las explicaciones que lanzan especialistas a menudo pecan de exceso de despolitización. En otras palabras, quieren explicar todas las conductas como consecuencia de variables que no consideran algo esencial. El ser humano es un ente fundamentalmente político. Como tal, va cambiando su manera de acercarse a la realidad. Y lo hace considerando casi intuitivamente las nuevas condiciones en que le corresponde vivir. Por eso es que cuando desde palacio se considera casi una falta al mínimo agradecimiento que los chilenos viajen más y se muestren más descontentos, es no entender lo que está ocurriendo. No entienden. Y difícilmente van a entender.
Las razones de esta percepción, creo que va por otros derroteros. Es cierto que los chilenos están viajando más. Es cierto que ya la pobreza no se puede medir por los pies descalzos que pululen en las calles. Es cierto que en las poblaciones hay plasmas, refrigeradores, automóviles. Y ahora hasta aire acondicionado. ¿Pero quien dijo que esos artilugios eran la meta que perseguía el ser humano? ¿Acaso los ricos no quieren ser siempre más ricos? ¿Por qué ellos sí pueden tener esa meta como éxito personal y hasta como medida de su felicidad y otros tienen que conformarse -y sentirse felices- con ir a Argentina, Miami o Brasil?
En un mundo en que la riqueza aumenta de manera exponencial y se concentra en pocas manos, no es de extrañar que otros crean en lo que les repite majaderamente la publicidad: “El consumo es la felicidad y lo logras mediante la compasión del Dios dinero, que yo -banquero- te lo presto”. El problema es la devolución. Porque lo que la publicidad presenta como bendición, a menudo es el preámbulo de la muerte social. Y cuando verdaderas multitudes caminan hacia el patíbulo, la sensación de engaño debe ser muy potente.
Sobre todo que el sistema es cruel. Y, día a día, estos ciudadanos engañados van conociendo nuevos antecedentes acerca de cómo fueron burlados. El último caso es el de un santuario de la naturaleza que pasó a manos privadas. La empresa Reconsa fue la beneficiaria de esta verdadera expropiación de 50 hectáreas de las dunas de Concón, en la turística Viña del Mar. Y, cosa curiosa, el decreto que autorizaba la maniobra dolosa fue dictado por el presidente Patricio Aylwin (“justicia en la medida de lo posible”) sólo dos días antes de dejar el cargo. Entre los dueños de Reconsa se encuentran los hijos de Francisco Soza Cousiño, ex alto funcionario de la dictadura militar, y los ex ministros de gobiernos de la Concertación, los democratacristiano Edmundo Pérez Yoma y Carlos Figueroa.
Hoy ya no es posible que los chilenos se sientan seguros de que en su país la corrupción no existe. Y eso hace cambiar la percepción del entorno y de sí mismo inserto en la sociedad en que le tocó vivir. No se trata, por tanto, de que los ciudadanos sean unos “malagradecidos”, que no reconocen lo bien que marcha el país. Que se pueden ir al extranjero y piden gratuidad en la educación. Los argumentos, así, al voleo, suenan falsos. Pero aún si se extremara más la argumentación, seguirían siendo absurdos por no corresponder a los reclamos.
El propietario de la empresa de encuestas Adimark, Roberto Méndez, se sintió impactado por los resultados de la encuesta del CEP. Y reaccionó: “Considero que las mediciones tienen que ir acorde con lo que se siente en la calle y yo no podría decir que hoy el país está peor que antes”. CEP es la entidad encuestadora en que basan sus decisiones tanto gobierno como oposición. Roberto Méndez, por su parte, se transformó recientemente en asesor gubernamental.
La sintonía fina ha cambiado. Y entre la molicie y los intereses personales, la clase política y sus asesores, se niegan a entender lo que verdaderamente involucra el cambio.
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