Esto era lo que algunos expertos vaticinaban antes de que se celebraran el pasado domingo 15 de enero las elecciones en aquel país centroasiático. Los ciudadanos kazajos acudieron a las urnas para elegir a sus representantes en la Cámara Baja, además de otros órganos locales y regionales. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), entre otras organizaciones, envió una misión de observación electoral. Como suele ser habitual, desplegó sobre el terreno un equipo de larga duración compuesto por una veintena de personas y otro más grande, de unas 300 personas, de corta duración.
Aunque el Informe preliminar de conclusiones redactado por los encargados de la misión de observación electoral señala, con cierta dureza, los errores de esta convocatoria, es de justicia reconocer que no todo ha sido negativo. Los resultados implican la entrada de más de un partido en el Parlamento por primera vez en la joven experiencia democrática de esta milenaria nación que acaba de celebrar el vigésimo aniversario de su independencia. Además del partido del gobierno, Nur Otán (Luz de la patria), que logró 83 escaños, obtuvieron representación Ak Zhol (senda Blanca), 8 diputados, y el Partido Comunista Popular de Kazajstán, 7 diputados; los 9 escaños restantes no estaban en disputa sino que son asignados directamente por la Asamblea de los Pueblos de Kazajstán, un órgano de representación de las minorías nacionales.
El interés de estas elecciones se entiende mirando el contexto regional en el que se inserta este país de tamaño cinco veces mayor al de España y de una escasa población (alrededor de 16 millones) pero extremadamente heterogénea (más de 140 etnias, más de 30 confesiones religiosas distintas).
Varias son los elementos que amenazan la seguridad de este inmenso país, pero parece que todo gira en torno a una encrucijada: o se aumenta el poder central del presidente Nazarbayev, girando hacia un autoritarismo de futuro incierto, o se profundiza en la democracia y en el pluralismo político, exponiéndose así a las olas de las revoluciones democráticas que han derribado regímenes enteros en los países post-soviéticos (2003 en Georgia, 2004 en Ucrania, 2005 en Kirguistán,. y así hasta llegar a la primavera árabe de 2011). La situación, pues, es tremendamente delicada pues el mundo observa con atención los próximos pasos que se den en este país.
Es necesario recordar en este punto que Rusia puso en cuarentena la acción de la OSCE ya que entendió que era sospechoso que, después de unas elecciones realizadas en países de su órbita, se cambiara un gobierno pro-ruso por otro pro-occidental gracias, en parte, a la mecha encendida por la misión de observación electoral que incentivó a muchos ciudadanos a ocupar las calles reivindicando un proceso más transparente.
Así, mientras unos países han pedido a la OSCE que abandonen su territorio, Bielorrusia por ejemplo, otros le han pedido que le ayuden a llevar a cabo unas elecciones plenamente democráticas, como es Kazajistán. No hay que subestimar el valor de este gesto -que es algo más que un gesto- en una región, Asia Central, donde cualquier acercamiento a la democracia, a dejar que el pueblo exprese libremente sus opiniones, es entendido, tanto por la población propia como por los gobiernos vecinos, como una muestra de debilidad y, casi, como una invitación a ningunearle.
No obstante, parece que nadie se atreve a dar ese trato despectivo a Nazarbayev en la región debido, principalmente, a que el modelo kazajo de convivencia política y social y de desarrollo económico ha impulsado al país a las cotas más altas, poniendo una barrera casi infranqueable con los países de la zona. Baste como muestra el siguiente botón: su PIB es de alrededor de cuatro veces superior al que le sigue en la región (Uzbekistán).
Así, no es de extrañar que el resto de males que amenazan a los países de alrededor (terrorismo, extremismo religioso y separatismo) o no hayan aparecido en Kazajistán o lo hayan hecho tímidamente sólo en fechas muy recientes y como fruto del impacto de la crisis económica financiera global, tal y como atestiguan los sucesos de Zhanaozen, en el oeste del país, en los que murieron 17 personas y que son una muestra de que en esta región es muy difícil encontrar un equilibrio entre la lucha por la democracia y las libertades, y la garantía de la seguridad necesaria para poder vivir de manera tranquila.
No huelga insistir, su modelo económico pero también político ha permitido que esta nación quede vacunada frente a los males que sacuden los cimientos de sus estados vecinos (Uzbekistán, Kirguistán, Tayikistán) o que incluso han acabado con ellos y les han convertido en estados fallidos (Afganistán, Pakistán). De ahí que en 2010, mientras presidía la OSCE, la misma organización que hoy le critica con cierta dureza, fuera un actor muy activo en la resolución de los conflictos regionales que se le plantearon aquel año, como el de Kirguistán, o incluso con otros que llevaban ya tiempo en el escenario internacional -los conocidos como frozen conflicts, principalmente Trandsnistria, Nagorno Karabaj y las provincias independentistas de Georgia- y que aún siguen presentes.
Como conclusión, se podría decir que estas elecciones que acaban de celebrarse en Kazajistán han sido un paso más en la senda de la consolidación de un moderno estado democrático en medio de un ambiente regional muy hostil al florecimiento de una democracia participativa.
(*) Experto español en Asia Central
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