Por Walter Krohne
Director-editor de Krohne Archiv
El sentido economicista de nuestros políticos nos causa más problemas que soluciones. La forma de ver las cosas nos desorienta a veces o nos lleva por caminos equivocados, especialmente cuando se trata de proyectos difíciles de concretar y que a la larga salen más caros de lo que originalmente se ha proyectado. No es necesario dar muchos ejemplos, porque “los lunares” en nuestro “desarrollo criollo o a la chilena” están a la vista de todo el mundo: Transantiago, es el número uno; los cobros en las autopistas urbanas, el deficiente servicio del Correo, el Plan Auge, la construcción de cárceles licitadas, el plan de construcción de nuevos hospitales, los planes habitacionales, la contaminación en Santiago y los programas energéticos.
A pesar de haberse dado muchos pasos en falso que le han costado millones al Estado y, por ende a los pocos contribuyentes reales que hay en Chile, los políticos siguen igual que antes demostrando que no quieren o no les conviene aprender.
Esta semana el tema central fue otra vez “la educación”, que ya lleva siete meses de “éxito” en la cartelera nacional. El Congreso y el Gobierno, en un tira y afloje pocas veces visto antes, despachó un millonario presupuesto de 1.200 millones de dólares para llevar a cabo una reforma educacional histórica, pero que en el fondo nadie sabe bien cómo se va a ocupar este dinero para cumplir efectivamente con la promesa de un mejoramiento sustancial de la educación chilena.
La verdad es que los planes de nuestros políticos se parecen mucho a esos proyectos habitacionales en las que lo primero que se construye es el techo de la casa sin pensar para nada en los fundamentos o cimientos. O sea, en este caso, se cae el techo y el proyecto queda en cero. Si las “lucas” para la educación se gastan mal o se desvían en otras direcciones o se cometen errores, como en el transantiago, nuestra ilusión educacional pasará a la historia simplemente como “una buena idea, pero mal implementada”, como dicen hoy los expertos o analistas cuando se refieren a otros casos fracasados.
Sin embargo, no hay que ser tan pesimistas y pensemos que después que nuestros políticos se vanaglorian a cada rato con el ingreso de Chile al club de los países más ricos, como es la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), algo habrán aprendido de sus pares internacionales.
Pero el tema educacional chileno no es un hueso fácil de roer. Queremos que nuestros jóvenes - ricos y pobres por igual-, dispongan de una misma oferta de aprendizaje y que sea en lo posible gratuita, lo que para la derecha conservadora gobernante es como tomar “aceite ricino” en ayunas. Esto de la gratuidad se aparta completamente de sus intereses y de su seguridad como clase social económica. El país no se puede desviar de un sistema comercial privado para pasar a uno estatal, que en el futuro podría estar fuera de su control político. “Imáginese que lleguen otra vez los comunistas a hacerse cargo de los colegios, sería una locura”, dirían y dicen algunos dirigentes de Renovación Nacional o de la UDI, especialmente entre los primeros que aparecen hoy , bajo el liderazgo del senador designado Carlos Larraín, más conservadores que el mismo gremialismo de Jaime Guzmán.
En esto de la educación, como en otras reformas, se tiende a institucionarlo todo: Superintendencia de Educación, Corporación de Control de la Calidad, ente estatal para la desmunicipalización etc. Entre tantos organismos uno personalmente se pierde y también pueden llegar a perderse las lucas. Hoy parecen muchas, pero si se diluyen en un mundo de la excesiva burocratización sistemática, estamos perdidos.
¿Alguien cree que alguno de estos entes nuevos y raros va a controlar el lucro en la educación?
Escucho en la radio la publicidad que están haciendo hoy algunas universidades privadas que dan a entender que ellas no son con fines de lucro o un negocio, porque todas las ganancias son invertidas en la misma universidad.
Y…¿cómo se hace esto? Comprando propiedades en las que efectivamente se instalan dependencias de los mismos planteles, lo que es para sus dueños como hacer una inversión a largo plazo. Es un negocio lento pero redondo. Así, en diez o veinte años, los dueños de esas universidades venderán en un solo paquete la universidad con todas esas nuevas propiedades y con ello recuperarán las ganancias (o intereses a largo plazo del capital inicial o fundacional) que no pudieron cobrar antes.
Pero lo más grave es que tampoco hay claridad efectiva en cuanto a la calidad de la educación o calidad del producto, utilizando conceptos de la derecha. No se sabe bien cómo llevar a cabo la reforma en los niveles escolar y medio, lo que deja sin responder muchas preguntas, especialmente aquellas que tienen que ver con la forma de impartir las clases y las materias que se le entregarán al alumnado. ¿Se aplicará en las clases un sistema de enseñanza curricular o se abrirán debates para discutir o dialogar sobre las materias y temas o se decidirá un camino mixto?, ¿se buscará como aspiración-país que los alumnos aprendan a pensar o éstos seguirán obligados a memorizar una serie de materias sin que puedan desarrollar la capacidad de interpretación y análisis o sin entender nada de los grandes problemas de la humanidad?, ¿cómo se mejorará la calidad de los profesores y su formación pedagógica?, ¿Qué hay de la discutida profesión docente cuyo costo anual se estima en 2.000 millones de dólares (más del presupuesto total para educación)?, en cuanto a inversiones ¿qué tecnología se requiere realmente?, ¿seguirán teniendo los alumnos como objetivo único el ingreso a la universidad o se fomentará también la posibilidad de pasar a los institutos técnicos?, ¿habrá un momento en que educacionalmente y psicológicamente se decida si un alumno de la media está capacitado realmente para continuar estudios en la universidad?, ¿existirá a largo plazo un sistema único estatal de educación que integre a los jóvenes del país y no los separe y se contribuya a seguir fomentando dos Chiles diferentes? ¿Será efectiva la desmunicipalización o sólo una reconfiguración cosmética?, ¿cómo se va a regular adecuadamente el sector particular subvencionado?, y ¿cómo se resolverá el tema de las deudas educacionales de arrastre que dejarán las municipalidades?
La calidad de la educación fue desde el origen la lucha central de la movilización estudiantil, tema demasiado delicado para dejarlo sólo en manos de los privados.
El Estado debe tener allí, no sólo la voz cantante, sino una tarea fundamental, aunque algunas voces de la coalición oficialista piensen totalmente lo contrario.
Si hasta ahora no existe un acuerdo claro sobre “la educación que queremos” o un plan de acción a corto y largo plazo, es posible que, a pesar de las lucas aprobadas, el techo de la gran casa que se desea construir en Chile se caiga a pedazos por falta de fundamentos o de cimientos sólidos y adecuados.
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