Por Walter Krohne
Director-Editor de Krohne Archiv
No parece acertado para la centro izquierda que la Concertación viva pensando y creyendo que su problema de candidatura presidencial para el 2013 estaría ya resuelto. Vimos ayer a una señora Michelle Bachelet que está completamente en otras, demostrando, durante su única actividad oficial en la OIT, que no le fue posible, quizá por su personalidad y manera de ser, de aprovechar el momento para “pavimentar” al menos el preludio de una posible candidatura, a pesar que las encuestas que la acompañan con creces ya le están haciendo “la pega” preelectoral mientras dure su ausencia en Chile.
Si bien fue parca y dijo poco, hay algo que quedó dando vueltas para la interpretación de los analistas que es perfectamente rescatable, al señalar que “por qué en Chile no se están discutiendo los temas que verdaderamente le importan a las personas y cuáles son las “vías” que faltan por construir para que el país pueda resolver sus reales desafíos y problemas", porque, según explicó, lo que estaba viendo era una discusión sobre “cosas eventuales que a lo mejor no se van a producir nunca". ¿Fue un no anticipado a una posible candidatura suya?
La verdad, y como ella misma también lo mencionó "no debiera importar tanto quien vaya después de candidato, sino lo que realmente importa es qué es lo que se pretende hacer".
Y eso ha sido siempre uno de los grandes problemas que ha tenido Chile, al menos después de la dictadura militar y el retorno a la democracia. Pasados los primeros meses de un nuevo período presidencial ya se están haciendo los cálculos políticos presidencialistas, dándose nombres de candidatos, para cuatro años más tarde. Suben y bajan candidatos en una forma vertiginosa y espectacular. Esto último ocurre ahora con más intensidad dentro del mismo Gobierno de derecha tras comenzar ya los nuevos funcionarios, transcurrido el segundo año, a gozar con el ejercicio del poder.
La gente o electores tienen hoy la oportunidad a diario de evaluar, como si los estuvieran viendo en una pantalla gigante, las actuaciones de los ministros que tienen más o menos figuración en las encuestas dependiendo de cuántas veces y en qué forma aparecieron en televisión.
Laurence Golborne surgió como candidato tras el impecable rescate de los 33 y Andrés Allamand reafirmó su postura con la “Operación Loreto” en Juan Fernández. Fueron dos tragedias las que hicieron escalar estos dos nombres en las encuestas. Más bien pesó el lado humano y solidario por la gente en desgracia, pero ninguno ha sido evaluado por sus obras-país.
Ahora, “por los palos”, utilizando términos hípicos, está surgiendo Pablo Longueira, quien utiliza políticamente a fondo su actual posición de ministro de economía, después que le ha venido un “inmenso cariño” por la clase media y los más vulnerables de este país. Por otra parte, han pasado prácticamente a la historia nombres como los de Joaquín Lavín y la actual ministra del Trabajo Evelyn Matthei que están trabajando a "cabeza gacha" en sus despachos y sin “ventilarse” demasiado.
En la Concertación, sin embargo, salvo el de Bachelet, que ya parece "marca registrada" y no lo es en ningún caso, no hay nombres, no hay nuevas caras, no hay ideas. Surge de pronto como figura, levantada por el mismo, la del ex ministro de Hacienda, Andrés Velasco, quien justa o injustamente origina urticaria en algunos sectores como el que encabeza el ex ministro de Defensa Francisco Vidal. Lo peor que tiene Velasco es que es un macroeconomista puro y con graves desconocimientos de la práctica política, como lo demostró en el Gobierno de Bachelet. Justamente es el modelo que defiende Velasco el que ha incrementado las desigualdades sociales y económicas en Chile.
Han transcurrido casi dos años desde enero de 2010, cuando el bloque concertacionista sufrió su peor e inesperada derrota en las urnas, con un muy poco carismático candidato como es Eduardo Frei Ruiz Tagle, permitiendo que la derecha retornara al poder después de 52 años. Sin embargo, en todo este tiempo la Concertación no ha avanzado ni un ápice en lo que debería ser un nuevo programa de Gobierno de la centroizquierda chilena, haciendo circular de cuando en vez algún documento con las mismas ideas ya pasadas de moda o caducas que se han venido planteando desde hace 22 años.
En los gobiernos que vengan por delante, los conflictos internos de los países van a ser cada vez más complejos y difíciles de resolver. En la ciudadanía ya hay consciencia y se ha hecho costumbre de que para lograr algo hay que salir a la calle a protestar. Son numerosos los problemas pendientes, tanto en educación, salud, transporte, trabajo, sindicatos, impuestos, constitución, empleo, ingreso, alimentación y precios, que habrá que contar sólo con gobiernos “super creativos y sabios", como decían los filósofos griegos, para poder enfrentar la nueva realidad que están promoviendo los “indignados” en todo el mundo.
Así, en ese escenario, pareciera que la carta de Bachelet guardada sigilosamente bajo la manga por la Concertación en los últimos dos años, ya no parece tan viable. La actual posición internacional que tiene la ex mandataria, que le abre puertas para poder ayudar a millones de mujeres en todo el mundo, le impediría cambiar de "rumbo" para dejar un trabajo interesante y creativo y volver a La Moneda a hacer lo mismo que hizo, con muchas dificultades, durante cuatro años, sólo porque se le ocurre a un grupo de sus partidarios que no pueden ver más allá del 2010, como parecen ser las figuras de Osvaldo Andrade y muchas otras.
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