Por Walter Krohne
Director-Editor de Krohne Archiv
Con la aprobación de la reforma del sistema de votación en Chile se ha avanzado hacia la modernidad y se ha fortalecido la democracia chilena que hasta hoy ha estado llena de conceptos y tendencias antidemocráticas inventadas por los “cerebros” de la dictadura militar para mantener un férreo control sobre el sistema político en general y sobre las personas.
La obligatoriedad en el derecho a voto es uno de estos defectos que, a partir de los comicios municipales quedará completamente borrado de nuestro sistema electoral. Pasamos entonces a integrar el grupo de países en el mundo que se ha inclinado por la inscripción automática en los registros electorales y votación voluntaria, que en la Organización de Desarrollo y Cooperación Económica (ODCE), a la que Chile pertenece, está vigente en cerca de un 75% de sus miembros, lo que permite que el votante quede en completa libertad de acción.
Pasaron 22 años tras la recuperación de la democracia para que esto se concretara finalmente. Lo curioso es que ha ocurrido en un gobierno de derecha, con un conservadurismo reacio a los cambios, y no durante los cuatro gobiernos de la Concertación, donde tanto se habló sobre el tema, pero nunca se hizo nada para lograrlo. Al parecer, una vez más se impuso la corriente más liberal dentro del gobierno de Sebastián Piñera.
Hasta el último momento, la ahora oposición de centro izquierda trató de poner obstáculos para no aprobar la reforma, como fue el absurdo pedido de darle algún tipo de incentivo a las personas que llegaran a las urnas a depositar su voto (les iba a servir como antecedente para optar a un cargo público o a una beca de estudio).
Ahora habrá que cumplir necesaria y urgentemente con la segunda pata de la reforma electoral, la desaparición del binominal, que ya está casi en las puertas del horno. Con esto podremos volver a vivir en un país en el cual no tengamos que saber antes de la votación quién o quiénes serán los candidatos elejidos que irán al Parlamento como ha sido hasta ahora en que en la práctica es uno de cada bloque (centroderecha y centroizquierda), lo que además hace vivir al Congreso Nacional en un empate “técnico” permanente.
Con la reforma de ayer ingresarán automáticamente al padrón electoral 4,7 millones de electores nuevos, personas (chilenos y extranjeros residentes) que por múltiples razones no habían llegado hasta las oficinas del Registro Electoral para inscribirse. Sin lugar a dudas que esta cifra cambiará las tendencias electorales y quizá hasta los mismos resultados. Todos los cálculos de los partidos sobre inclinaciones de los votantes frente a las urnas han quedado por el momento caducados.
El primer punto es que votará más gente de lo que lo ha hecho hasta ahora desde 1989. Muchas personas que por evitarse el trámite de la inscripción, no lo hicieron, figurarán en adelante en el registro para sufragar. Al menos en las primeras elecciones irá gente nueva más por curiosidad que por convicción.
Segundo, los ex no votantes ya no podrán despotricar deliberadamente contra la política, los políticos o las autoridades sin tener la moral del voto, porque ahora han sido incorporados al sistema y podrán sufragar por quien les parezca mejor. De lo contrario, cuando vuelvan a hablar, se les debería preguntar ¿tu votaste? Esto es muy válido especialmente para la gente joven, que no sólo debe sufragar sino también interesarse en la política y postular a cargos públicos para renovar la envejecida clase dirigente.
Tercero, con el antiguo sistema los que más iban a votar eran los inscritos de las clases socioeconómicas más bajas, principalmente por temor a que los multaran. Es posible que al comienzo un porcentaje de este grupo se abstenga de votar para quedarse en casa o trabajar. En Estados unidos, con casi el mismo sistema, los pobres votan menos.
Cuarto, es posible que a las urnas vayan los más disciplinados que pertenecen a los extremos de la política chilena: extrema derecha y extrema izquierda. En este caso los partidos más beneficiados serían la Unión Demócrata Independiente (UDI) y el Partido Comunista (quizá también el Partido Humanista). Aunque tampoco hay que olvidar que como hablamos de grupos “disciplinados” y militantes habría que suponer que éstos están ya inscritos y ejerciendo el derecho a voto desde hace mucho tiempo. Esta última reflexión dejaría en suspenso la teoría de que este cambio podría favorecer tan tajantemente a los extremos, como han dicho algunos analistas.
Quinto: Si la reforma llegara a favorecer a los extremos, como se supone, esto afectaría indudablemente a los sectores más de centro, aunque en general no se esperan grandes cambios, porque si se trata de gente nueva, que no votaba antes, su decisión ante las urnas dependerá de la capacidad de convicción que tengan los partidos.
Sexto: Lo que si deberá cambiar es la forma de hacer política, la edad de los candidatos y las estrategias de las campañas, para lo cual los partidos o candidaturas requerirán mucho más dinero de lo que ha sido hasta ahora.
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