Por María Jesús Güemes (*)
“Es una mujer con ambición”. Así la definen algunos de sus compañeros de partido. Se refieren a Soraya Sáenz de Santamaría (Valladolid, 1971), ex portavoz del PP en el Congreso de los Diputados y ahora mano derecha de Mariano Rajoy en el Gobierno. La nueva vicepresidenta ha llegado muy lejos. Tanto que a su carrera política sólo le queda por sumar ya el cargo que estrena ahora su jefe de filas. “Y todo se andará…”, vaticinan desde el PP.
Todos en la formación conservadora apostaban por esta abogada del Estado en sus quinielas. Hoy, su sucesor en el cargo en la Cámara Baja, Alfonso Alonso, destacaba precisamente su trayectoria y su “enorme capacidad”. “Es una persona muy trabajadora y perfeccionista”, contaba en una entrevista en Telecinco.
Los que la conocen bien destacan también de ella su capacidad para formar equipos y su lealtad. Una virtud que Rajoy ha sabido valorar. Ella lo apoyó aún cuando su liderazgo estaba siendo muy cuestionado internamente y con el paso del tiempo le demostró que era una mujer en la que él podía confiar.
“Lo que diga el jefe”. Esa ha sido siempre su respuesta para quitarse de en medio cuando saltaba algún tema espinoso. Con una sonrisa. Una dirigente que se puede tomar una caña en cualquier momento con los periodistas pero que no baja la guardia. Se muestra prudente y seria con los asuntos que maneja, siempre cuidando de no salirse del guión oficial de su partido.
Llegó a Madrid en 2000 para hacer una entrevista con Francisco Villar, jefe de gabinete de Rajoy por aquel entonces. Y se quedó. Durante años trabajó a su sombra. Se estrenó con el tema de las ‘vacas locas’ (infección que afectó a las vacas en varios países europeos, entre ellos a España) cuando Villar ocupaba la vicepresidenta primera del Gobierno de José María Aznar. Después hizo las maletas y se fue con él a Interior, donde vivió los atentados del 11-S.
Del Ministerio regresó a la Moncloa y le tocó afrontar el desastre del Prestige, viviendo dos meses en la Coruña. Cuando a Rajoy lo designaron sucesor, Sáenz de Santamaría (derecha) se trasladó a la sede nacional del PP. Vivió con él las dos derrotas electorales. Y se convirtió en secretaria de Política Autonómica y Local, metiéndose de lleno en todas las negociaciones de reformas estatutarias, con la del Estatut a la cabeza.
En 2004 fue por primera vez en las listas ocupando el puesto 18. En estas pasadas generales iba de 'número dos'. Por aquel entonces entró como diputada cuando Rodrigo Rato dejó su escaño para marcharse al Fondo Monetario Internacional (FMI). En marzo de 2008 se convertía en el rostro y la voz de su partido en el Congreso relevando a Eduardo Zaplana. Fue en una Junta Directiva Nacional muy tensa. A la salida muchos reprocharon a Rajoy que le diera una oportunidad tan grande a “una mujer tan joven y sin experiencia”.
Sáenz de Santamaría se ha curtido a base de enfrentamientos dialécticos con los dirigentes socialistas. Primero con María Teresa Fernández de la Vega y luego con Alfredo Pérez Rubalcaba en las sesiones de control. También ha tenido sus más y sus menos con la vicepresidenta económica Elena Salgado. Esta última aprovechó hace unos días la fiesta de la Asociación de Periodistas Parlamentarios para, en su discurso, sacudir con elegancia a su contrincante política diciendo que a diferencia de ella no disponía de tiempo para ensayar sus discursos frente al espejo. Todo el mundo entendió que se refería a Sáenz de Santamaría. No la citó pero a nadie se le escapa que la conservadora se caracteriza por tener una gran memoria y parece recitar a veces algunos discursos de carrerilla.
En el PP creen que sus colaboradores durante estos años, también tienen muchas posibilidades de ascender peldaños en el organigrama. Los diputados José Luis Ayllón, Álvaro Nadal o Fátima Báñez son algunos de los nombres que dan por hecho ganarán protagonismo.
Casada por el civil en Brasil fue madre de un niño, Iván, el pasado 11 de noviembre. A los pocos días de su nacimiento Rajoy la puso a pilotar el traspaso de poderes. Fue muy criticada por saltarse la baja maternal. Su interlocutor, Ramón Jaurégui, le preguntó por ello mientras les hacían las fotos de rigor el primer día que se hablaba de los relevos ministeriales. Cortó la conversación diciéndole que era su marido quien se ocupaba del niño.
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