4-7-2014-KRADIARIO-Nª904
.EL FÚTBOL COMO RELIGIÓN SECULAR UNIVERSAL
Por Leonardo Boff
La presente Copa
Mundial de Fútbol que se está celebrando en Brasil, así como otros grandes
eventos futbolísticos, asumen características propias de las religiones. Para
millones de personas el fútbol, el deporte que posiblemente moviliza a más
gente en el mundo, ha ocupado el lugar que comúnmente tenía la religión.
Algunos estudiosos de la religión, solo para citar a dos importantes como Emile
Durkheim y Lucien Goldmann, sostienen que la religión no es un sistema de
ideas; es antes «un sistema de fuerzas que movilizan a las personas hasta
llevarlas a la más alta exaltación» (Durckheim).
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La fe viene siempre acoplada a
la religión. Ese mismo clásico afirma en su famoso libro Las formas elementales
de la vida religiosa: «la fe es ante todo calor, vida, entusiasmo, exaltación
de toda la actividad mental, transporte del individuo más allá de sí mismo»
(p.607). Y Lucien Goldamnn, sociólogo de la religión y marxista pascaliano,
concluye: «creer es apostar a que la vida y la historia tienen sentido; el
absurdo existe, pero no prevalece».
Mirándolo bien, el fútbol para mucha gente cumple las
características religiosas: fe, entusiasmo, calor, exaltación, un campo de
fuerzas y una permanente apuesta de que su equipo va a triunfar.
El espectáculo de la apertura de los juegos recuerda una
gran celebración religiosa, cargada de reverencia, respeto, silencio, seguido
de ruidosos aplausos y gritos de entusiasmo; ritualizaciones sofisticadas, con
músicas y escenificaciones de las distintas culturas presentes en el país; presentación
de los símbolos del fútbol (estandartes y banderas), especialmente la copa, que
funciona como un verdadero cáliz sagrado, un santo Grial buscado por todos. Y
está, dicho sea con respeto, la bola que funciona como una especie de hostia
que es comulgada por todos.
En el fútbol como en la religión, tomemos como referencia la
católica, existen los once apóstoles (Judas no cuenta) que son los once
jugadores, enviados para representar al país; los santos de referencia como
Pelé, Garrincha, Beckenbauer y otros; existe demás un Papa que es el presidente
de la Fifa, dotado de poderes casi infalibles. Viene rodeado de sus cardenales
que constituyen la comisión técnica responsable del evento. Siguen los
arzobispos y obispos que son los coordinadores nacionales de la Copa. Enseguida
aparece la casta sacerdotal de los entrenadores, portadores del especial poder
sacramental de poner, confirmar y quitar jugadores. Después vienen los diáconos
que forman el cuerpo de los jueces, maestros-teólogos de la ortodoxia, es
decir, de las reglas del juego, que hacen el trabajo concreto de conducir el
partido. Al final vienen los monaguillos, los jueces de línea, que ayudan a los
diáconos.
El desarrollo de un partido suscita fenómenos que ocurren
también en la religión: se gritan jaculatorias (estribillos), se llora de
emoción, se reza, se hacen promesas divinas (Felipe Scolari, entrenador
brasilero, cumplió su promesa de ir a pie, unos veinte km, hasta el santuario
de Nuestra Señora del Caravaggio en Farroupilha si ganaba Copa ese año, como
así sucedió), se usan amuletos y otros símbolos de la diversidad religiosa
brasilera. Santos fuertes, orixás y energías del axé son evocadas e invocadas.
Existe hasta una Santa Inquisición, el cuerpo técnico, cuya
misión es velar por la ortodoxia, dirimir conflictos de interpretación y
eventualmente procesar y castigar a jugadores o incluso a equipos enteros.
Así como en las religiones e Iglesias existen órdenes y
congregaciones religiosas, así hay «aficiones organizadas». Tienen sus ritos,
sus cánticos y su ética.
Hay familias enteras que se van a vivir cerca del Club de su
equipo, que funciona como una verdadera iglesia, donde los fieles se encuentran
y comulgan sus sueños. Se tatúan el cuerpo con los símbolos de su equipo y no
bien acaba de nacer un niño que a la puerta de la incubadora ya es adornado con
los símbolos del equipo, es decir, recibe ya ahí el bautismo, que jamás debe
ser traicionado.
Considero razonable entender la fe como la formuló el gran
filósofo y matemático cristiano Blas Pascal, como una apuesta: si apuestas a
que Dios existe tienes todo a ganar; si después no existe, no has perdido nada.
Entonces es mejor apostar a que existe. El hincha vive de apuestas (cuya
expresión mayor es la lotería deportiva o la quiniela), de que la suerte
favorecerá a su equipo o de que pase algo en el último minuto del juego, que
cambie todo y finalmente gane, por muy fuerte que sea el adversario. Así como
en la religión hay personas referenciales, lo mismo sucede con los cracs.
En la religión existe la enfermedad del fanatismo, de la
intolerancia y de la violencia contra otra expresión religiosa; lo mismo ocurre
en el fútbol: grupos de un equipo agreden al equipo contrario. Apedrean
autobuses y pueden ocurrir verdaderos crímenes, de todos conocidos, de
hinchadas organizadas y de fanáticos que pueden herir y hasta matar a
seguidores del otro equipo.
Para muchos, el fútbol se ha vuelto una cosmovisión, una
forma de entender el mundo y de dar sentido a la vida. Hay quienes sufren
cuando su equipo pierde y están eufóricos cuando gana.
Yo personalmente aprecio el futbol por una simple razón:
portador de cuatro prótesis, en las rodillas y en los fémures, jamás hacer
podría hacer esas carreras y dar esos saltos y estiradas. Hacen lo que yo nunca
podría hacer, sin caer y romperse. Hay jugadores que son artistas geniales de
creatividad y habilidad. No sin razón, el mayor filósofo del siglo XX, Martin
Heidegger, no se perdía un partido importante, pues veía en el fútbol la
concretización de su filosofía: la contienda entre el Ser y el ente,
enfrentándose, negándose, componiéndose y formando el imprevisible juego de la
vida, que todos jugamos.
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