1-7-2014-KRADIARIO-N°904
FRANCISCO: UN PAPA QUE SE ENTREGA COMPLETAMENTE
Por Andrea Tornielli
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Los sacerdotes que lo invitaban a que se tomara unas
vacaciones, el cardenal de Milán Alfredo Ildefonso Schuster les decía,
sonriendo, que habría tenido todo el tiempo necesario para descansar en el más
allá. Francisco, el Papa jesuita con una agenda que dejaría exhausto a
cualquier cuarentón, parece inspirarse en este modelo, aunque sus 77 años a
veces lo obliguen a cancelar algunas citas, como sucedió el viernes pasado con
la visita al hospital romano Gemelli.
«Él es quien decide su agenda», explicó a “La
Stampa”-Vatican Insider el padre Federico Lombardi, «y tiene un ritmo de vida
muy intenso porque se siente llamado al servicio del Señor con todas sus
fuerzas. Ni siquiera cuando era arzobispo de Buenos Aires se iba de
vacaciones». Bergoglio no se detiene ni siquiera el día de la semana dedicado
tradicionalmente al descanso de los Papas, el martes (durante el cual sus
predecesores no tenían audiencias ni compromisos particulares). En lugar de
descansar los martes por la mañana, aprovecha para los encuentros pendientes.
«Francisco sigue el estilo de vida activo de San Ignacio, que en las
constituciones de la orden definió a los jesuitas “obreros en la viña del
Señor”; por ello –observó Lombardi– se dedica con tal fuerza a su misión,
incluso más allá de las propias fuerzas».
Durante los últimos cien años, las agendas de los Papas se
han llenado exponencialmente de compromisos, citas públicas y discursos. Una
ojeada a las estadísticas puede ayudar a comprenderlo mejor. La cita más
significativa del Pontificado de Francisco, la misa cotidiana, con todo y
homilía, celebrada por las mañanas en Santa Marta, ante unos sesenta fieles,
representa una novedad absoluta.
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Sus predecesores también decían misa todos los
días en la capilla privada del apartamento pontificio, pero no predicaban y ni
lo hacían frente a una cámara de televisión ni a los micrófonos de la Radio
Vaticana. Si se sentían mal o estaban indispuestos, si llegaban un poco tarde,
nadie, o casi nadie, se habría dado cuenta. Desde marzo de 2013 hasta hoy,
Francisco ha celebrado en la capilla de Santa Marta 229 misas, con igual número
de homilías, y se ha detenido a saludar personalmente a cada uno de los fieles
presentes; se estima (siendo poco generosos) que Francisco ha saludado
solamente en estas citas matutinas a alrededor de 12 mil personas. Las grandes
celebraciones litúrgicas que el Papa ha presisido en Roma o en sus viajes han
sido 95. Las homilías que ha pronunciado durante estas ocasiones han sido 73.
Desde marzo de 2013, Francisco ha escrito una encíclica
(“Lumen fidei”) y una exhortación apostólica (“Evangelii gaudium”), tres cartas
apostólicas y cuatro “Motu proprio”, 45 cartas oficiales. Ha pronunciado o
enviado 55 mensajes (entre ellos, varios vídeo-mensajes). Desde que fue
elegido, Bergoglio ha pronunciado 231 discursos, sin contar sus palabras
durante los Ángelus, que han sido 73. Aunque, como se sabe, el Pontífice cuenta
con la colaboración de algunas personas para escribir sus textos, es él quien
predispone sus indicaciones.
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Otra innovación tiene que ver con las audiencias de los
miércoles. Francisco, hasta el día de hoy, ha sostenido 54. Los cálculos de la
Prefectura de la Casa Pontificia hablan de más de 6 millones de presencias,
entre los Ángelus y las Audiencias generales. El Papa dedica mucho tiempo al
encuentro con los fieles que asisten a la Plaza San Pedro. Da vuelta en su
vehículo descubierto para saludar a todos y acercarse a los que están más
lejos, incluso durante el invierno. Estos encuentros, debido a la gran
participación de los fieles, siempre se han llevado a cabo en la Plaza. Las
horas que ha pasado al aire libre solamente en estas ocasiones (llueva, truene
o relampaguee) han sido por lo menos 150. Y, a veces, el Papa se ha presentado,
a pesar de estar indispuesto.
En cambio, el cálculo de las personas que ha recibido
personalmente en audiencia es imposible, así como el de los enfermos con los
que Bergoglio se ha reunido. Y se toma muchísimo tiempo respondiendo a la
correspondencia privada. Francisco lee personalmente unas cincuenta cartas al
día, de entre las 4.000 que le llegan cada semana, además de dar indicaciones
para las respuestas de muchas otras. En algunos casos responde personalmente el
teléfono.
Y luego están los viajes. Ha hecho dos al extranjero (a
Brasil y a Tierra Santa) y cuatro en Italia. Pero no hay que olvidar las cinco
visitas a las parroquias romanas, con las que Francisco también ha inaugurado
un nuevo estilo, pues aprovecha los domingos por la tarde para llevarlas a cabo
y permanece varias horas a disposición de los fieles.
Cuando se encuentra en el Vaticano, el Papa se despierta a
las 4,45 y se viste solo. Después lee los «cifrados» de todas las nunciaturas
del mundo y, al concluir, reza más de una hora y media y medita sobre las
Escrituras del día para preparar la homilía de Santa Marta. Luego, alrededor de
las 7, baja a celebrar la misa. Después de la celebración y de saludar a cada
uno de los participantes, desayuna. Y, entonces sí, comienza su mañana de
trabajo con las audiencias y los encuentros. A las 13 almuerza y después se
echa una siestecita de media hora. Por la tarde, después de un tiempo de
oración, vuelven a comenzar los encuentros, se ocupa de la correspondencia y de
las llamadas telefónicas. Para concluir la jornada, antes de la cena de las 20,
normalmente dedica una hora de adoración en la capilla.
Algunas veces no se puede hacer todo –reveló Francisco a un
grupo de seminaristas–, porque me dejo llevar por exigencias poco prudentes:
demasiado trabajo, o creer que si no hago esto hoy tampoco lo hago mañana… Así,
salta la adoración, salta la siesta…». Lo ideal, añadió Bergoglio, «es acabar
el día cansados. No necesitar pastillas: acabar cansado. Pero con un buen
cansancio, no con un cansancio imprudente, porque ese hace daño para la salud
y, a la larga, se paga caro. Esto es lo ideal, pero no siempre lo hago
–admitió–, porque yo también soy pecador, y no soy siempre tan ordenado».
Así se definió Francisco: no un superhéroe, sino un
«pecador» que acaba sus días lleno de cansancio, y obligado, de vez en cuando,
a cancelar algunas citas.
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