04.03.2014-KRADIARIO- Nº 887
VENEZUELA: CHOQUE DE TRENES O LA
INTOLERANCIA COMO FATALIDAD
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Lo que ahora acontece en Venezuela era predecible: una confrontación entre dos mitades del país. Una parte de Venezuela está alineada con el gobierno del presidente Nicolás Maduro y la otra mitad con la oposición, que se compone, por cierto, de varios segmentos.
Lo que ahora acontece en Venezuela era predecible: una confrontación entre dos mitades del país. Una parte de Venezuela está alineada con el gobierno del presidente Nicolás Maduro y la otra mitad con la oposición, que se compone, por cierto, de varios segmentos.
La situación económica de Venezuela es
complicada: inflación cercana al 50%, escasez de productos, déficit y
endeudamiento en las macrocuentas.
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Venezuela, a pesar de más de una década de
buenos precios en su petróleo, no logra instalar una economía de bienestar,
como tampoco una economía de empleos productivos. Se ha desarrollado, eso sí,
una extensa economía asistencialista.
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La economía interna está fuertemente subsidiada
por el petróleo; de hecho internamente se consumen 900.000 barriles de petróleo
diariamente, pero a precios inferiores al costo, es decir a pérdida, si lo
miramos desde la perspectiva microeconómica (de la empresa PEDEVESA). Claro que
esta pérdida significa un menor costo inflacionario y de vida para
la población, puesto que sirve para amortiguar los precios internos.
En su economía externa, Venezuela está
destinando unos 500.000 barriles de petróleo como aportes solidarios, es decir
a bajo precio o por convenios, para países como Cuba, Argentina, Bolivia,
Nicaragua, etc.
Finalmente, de sus 2.400.000 barriles de
petróleos que se producen en ese país sólo 900.000 barriles se venden a precios
de mercado.
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Obviamente, esa suma no da para cubrir las
necesidades de la economía venezolana. Esto es lo que explica la verdadera
crisis de abastecimientos que ya golpea fuertemente a todas las clases sociales
de ese país.
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Colombia ha sido tradicionalmente un
abastecedor alimentario de Venezuela, pero ahora Colombia ha cambiado su
política y desde hace un tiempo sólo vende a Venezuela previo pago de contado,
lo que explica la repentina situación de déficit en la economía de consumo
corriente.
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Venezuela no es un país pobre en recursos:
tiene oro, diamantes, aluminio, acero y un potencial agrícola y ganadero
enorme, pero desaprovechado por décadas y décadas.
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Ricardo Hausmann, economista venezolano,
hoy en Harvard, desde finales de los años 80 que viene señalando la necesidad
de diversificar a la economía de ese país, y ha puntualizado las áreas donde
Venezuela tiene ventajas evidentes para competir: minería, agricultura,
energía, industria manufacturera (usando el petróleo como base). Pero esa
advertencia y consejo de este economista, que se conjuga con la que antes
hiciera otro prohombre de ese país, como fuera Arturo Uslar Pietri, quien
demandaba desde los años 70 que se “sembrara el petróleo”, no fu escuchada, ni
por los gobierno del “Pacto de Punto fijo” ni por el chavismo.
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Ahora este país que fuera desde los años 50
la “Tierra Prometida” de América Latina, se sumerge en las fauces de la
violencia y la desesperación.
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La gran frustración de las políticas “pseudodesarrollistas”
del Pacto de Punto fijo, derivó en el empoderamiento de un movimiento, como el
chavista, que no ha tenido políticas económicas razonables ni viables y más
bien ha puesto en práctica un asistencialismo, muy necesario en sus inicios,
pero que debió encauzarse por la senda de una industrialización capaz de
entregar una postura productiva efectiva y eficiente a un país sometido a la
monoproducción energética.
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Ahora, ese país tan prometedor sufre las
consecuencias de políticas equivocadas, implementadas a porfía por décadas. No
hay dudas en que es el empobrecimiento de ese país el que origina este
conflicto lamentable y doloroso.
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La polarización no sería tanta si no se
dieran estas complejidades de la economía interna. Es cierto que las posturas
ideológicas son antagónicas, pero podrían haber sido mucho más matizadas si se
dieran políticas pragmáticas y realistas.
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Obviamente ni el chavismo tiene razón, con
su asistencialismo permanente, ni la oposición si piensa aplicar una política
empresarial neoliberal. Ambas encaminan a Venezuela hacia un “choque de
trenes”. Lo lamentable de esto es que puede haber un costo en vidas enorme y lo
más lamentable es que quien pierde es el país, pues los ricos se van con sus
dineros y los líderes del gobierno se refugian en los gobiernos amigos; pero el
pueblo se queda con sus muertos y sus miserias.
Eso lo hemos visto en Chile y en tantas partes del mundo, que ya no vale
la pena ni reafirmarlo con ejemplos.
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Deben construirse puentes de diálogo. Con
el entonces senador Jorge Lavandero, tuvimos ocasión de cenar con el presidente
Chávez y hablar distendidamente hasta la madrugada de temas diversos. Le
planteamos en ese entonces (año 2003), que Venezuela no debía caer en el mismo
error que cometió Chile, es decir de una polarización extrema, pues eso nos
había costado 17 años de dictadura y otros muchos de autoritarismo
pseudodemocrático.
Chávez venía saliendo de un intento de
golpe de Estado, que lo tuvo en serio peligro. Gestionamos una entrevista entre
el presidente y líderes de la oposición. Esta se llevó a cabo, pero los
resultados fueron nulos: no hubo interés real por ninguno de los dos lados.
Los triunfos electorales del chavismo generaron una vocación milenarista en el
régimen, tentación tan propia de nuestros líderes latinos. A eso se agrega un
lenguaje y actitud refundacional en lo ideológico que, hoy por hoy, de no
contar con una legitimidad del día a día, en la gestión económica y moral,
simplemente constituye una
provocación a las pasiones encontradas
de los diversos segmentos que componen el pueblo de Venezuela.
Las posturas neoliberales vienen cuesta
abajo por la pendiente universal de las economías en crisis y los
revolucionarismos populistas ya nadie los toma muy en serio, dado sus fracasos
históricos.
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En consecuencia, retomar el lenguaje
descalificador de los “fascismos” y “comunismos”, no representa más que una
transgresión de la mínima realidad objetiva de los tiempos que se cruzan, y que
se dirigen hacia destinos mucho más
diversos y tolerantes.
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Es dable creer que los estudiantes y la
oposición venezolana tiene una vocación,
en sus protestas, tan legítima como la pueden tener los estudiantes en Chile,
España o Francia. Nadie puede calificar
de fascistas – a priori-a estos movimientos. Eso habla de una democracia
represiva, asustada o débil.
Lo sano es que exista oposición activa; lo
sospechoso es que no se de la oposición, por tanto las manifestaciones libres
de los disidentes de Venezuela, avala la democracia y la represión la corrompe.
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En consecuencia, si el gobierno desea
reafirmar su vocación democrática debe ponerse de acuerdo
con la oposición para que, con un esfuerzo conjunto, permitan la expresión
popular y controlen a los violentistas
que, en estos casos, siempre asoman como consecuencia indeseada de las luchas
agonales.
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