03-03-2014-KRADIARIO-N°887
Venezuela
Por Camilo Escalona
El impacto y la dimensión que han tomado los acontecimientos
en Venezuela, instalan para las fuerzas democráticas de izquierda un desafío
mayor: no pueden ser incondicionales hasta la ceguera e ignorar la violencia
estatal y los atropellos a los derechos humanos que ella provoca, así como,
tampoco pueden, aunque sea involuntariamente, asociarse a maniobras o conjuras
que instigan una salida, similar a la que se impuso en Chile en septiembre de
1973.
¿Cómo orientarse entonces, ante los hechos políticos y sociales
que conmueven al país hermano?En tal sentido, es válido preguntarse si el
dilema en Venezuela es entre socialismo versus fascismo o si la gran
encrucijada se da entre dictadura y democracia.
Por mucho que la polarización política haya deteriorado la
situación y que, en el contexto, del aumento de la violencia política se
provoquen graves trasgresiones a las normas de un Estado de derecho,
precisamente por ello, lo que se juega en Venezuela es el destino de la
democracia y, particularmente, que ésta supere la crisis y perdure bajo la
conducción de un gobierno encabezado desde la izquierda.
Por ello, para las fuerzas que aspiran avanzar al socialismo
en democracia, resulta decisivo que el Estado de derecho, el pluralismo y el
multipartidismo no se derrumben y que se respete un régimen constitucional que
los garantice.
No importa el signo de su origen primigenio, pero cualquier
tipo de golpismo debe ser rechazado.En la sociedad global se ha constituido una
ciudadanía global y no puede haber doble estándar, las normas democráticas y el
derecho a la vida valen para todos y todas, sin distingos de ninguna
naturaleza.
Esto significa que si en la oposición venezolana hay fuerzas
que pretenden utilizar la movilización social para quebrar la institucionalidad
e instaurar un régimen que imite al de Chile desde septiembre de 1973 en
adelante, deben ser drásticamente rechazadas, si del otro lado, en gravitantes
esferas de poder hay quienes alientan la polarización para el establecimiento
de un régimen de facto, sin pluralismo y las libertades democráticas que
corresponden, también deben ser denunciados.
Tales opciones polares solo pueden tener un altísimo costo
para Venezuela y América Latina en su conjunto.
Las dictaduras solo llevan dolor donde se instalan y se
equivocan aquellos que piensan que son el remedio necesario ante disyuntivas
tan contrapuestas como la que hoy se vive en Venezuela.
No hay argumento que en el siglo XXI justifique el
autoritarismo. La democracia se sabe cuando se pierde, pero no se conoce lo que
cuesta recuperarla.
Desde mi experiencia, de socialista chileno, tengo la
convicción que las luchas populares y la profundización de sus logros en un
nuevo tipo de sociedad no podrán avanzar si no es a través de una vía
democrática que les otorgue, a dichas conquistas, la durabilidad e
irreversibilidad, en la medida que se transformen en conquistas
civilizacionales, que cristalizan y se encarnan en la cultura, las costumbres y
los hábitos de millones de personas, en un proceso profundo y vasto en el
tiempo, que permita sean inarrancables de las conductas, comportamiento social
y de la existencia vital de sus sociedades.
La polarización política llevada a la frontera de una crisis
institucional no genera ni conduce a la profundización de la democracia. En ese
caso ganan los que tienen la fuerza para imponerse.
Hay tantos ejemplos que indican que la teoría de la
agudización de las contradicciones condujo a férreas dictaduras. Desde este
punto de vista, avanzar hacia una nueva economía, solidaria e inclusiva, así
como, hacer realidad una protección social efectiva que reivindique la dignidad
del sector más indefenso de la población exige un sistema político
participativo sin secretismos, presupone el diálogo y no el hermetismo, exige
un diálogo amplio y el ejercicio del pluralismo.
Avanzar en más democracia no es compatible con la ofuscación
de la intolerancia ni con la descalificación que arranca del fanatismo.
La situación en Venezuela torna urgentísima la revalidación
del diálogo como instrumento decisivo del devenir de una sociedad democrática.
El lenguaje basado en la amenaza del uso de la fuerza o,
peor aún, el uso directo de la fuerza para dirimir los conflictos, no ha hecho
más que hacer retroceder las conquistas populares y ha significado dolor y
aflicción para nuestros pueblos.
Los esfuerzos políticos deben encaminarse a que se retome la
vía del diálogo que, tal vez, no consigue lo que cada protagonista ambiciona,
pero si conlleva lo más importante: la consecución de la paz y el resguardo de
la dignidad y la vida de los seres humanos.
Con la paz no habrá víctimas ni dolor. Ese es el camino.
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