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miércoles, 16 de mayo de 2012

NUESTRA POSHISTORIA

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Los posmodernos, como Arnold Gehler plantean que hemos pasado ya a la “pos-historia”, es decir a un tiempo en que los sucesos se transmiten por los “media” a velocidad tal que ya no hay sentido de lo nuevo. Por otro lado, la tesis de Gehler sostiene que el cambio técnico y científico tan acelerado anula la historia, pues todo se anticipa y queda la sensación única de la “rutina”.

Esto sería similar a viajar a la velocidad supersónica entre Santiago y La Serena; es tan simultáneo el proceso de despegue y de arribo que prácticamente no se tiene la sensación de haber viajado, y el paisaje visto a través del vuelo se sustituye a tal rapidez que no se puede retener en la memoria las cualidades de cada localidad.

Lo que queda como historia, es simplemente el relato local, particular de cada comunidad, pertinente sólo para sí misma. Esta fragmentación de la historia, esta pérdida de la unidad (megarrelatos), es lo que permite que afloren diferentes relatos históricos en competencia.

Ya no existiría, entonces, una historia humana de la salvación, ni del progreso o del desarrollo.

En esta denuncia del término de la modernidad, modernidad caracterizada por esa ideología de la Ilustración, que impuso una visión teleológica, de destino unitario de la historia humana, con una finalidad de realización plena y de progreso ininterrumpido, se enmarcan pensadores como Nietzsche y Heidegger, quienes desarrollan conceptos como el del “eterno retorno”, la “muerte de Dios, el “nihilismo” y la visión “auroral”, como también el “olvido del ser”, el “ser para la muerte”, así como la “superación de la metafísica”.

Si a estos conceptos le sumamos la acusación de Walter Benjamín de que la historia que conocemos la han escrito los vencedores, y que falta por escribir la historia redactada por los vencidos, por los aplastados, entonces caemos en la cuenta que todo lo aprendido, todo lo enseñado, todo lo predicado y publicitado, debe ser revisado y, de hecho, lo está siendo.

Desde Popper con su “Miseria del historicismo”, pasando por Deleuse y el concepto de la “deconstrucción” o “El orden del discurso” de Michel Foucault o “El fin de la modernidad” de Wattimo, vienen a plantear estos temas centrales sobre la legitimación de las visiones ideológicas que han dominado el mundo en su era moderna, de la que, al parecer, recién comenzamos a alejarnos, montados en una ideología y cultura llamada posmoderna (Toynbee), poshistórica (Gehler), poslaboral (A. Gorz), postsocial (Bell), nominaciones que no intentan más que ofrecer un denominativo que explique los cambios estructurales y de paradigma que vienen aconteciendo de manera precipitada en los últimos decenios.

¿Pero en qué sectores de la población se dan estas nuevas corrientes de pensamiento?

Son sectores muy diversos, que van desde los académicos hasta los empresarios, también los movimientos sociales que remecen al poder mundial desde hace un par de décadas. Pareciera ser que es el renacer de las “clases medias” del mundo, que han sido empobrecidas por el sistema global de polarización social, que hegemoniza al mundo desde hace 40 años. Es un movimiento necesariamente reactivo.

Estamos en medio de una revolución cultural, pero las revoluciones culturales si no son acompañadas de cambios políticos y económicos, decaen en simple barniz cualitativo, pero no en revoluciones, como se las entiende históricamente.

En la actualidad, este cambio cultural se ha llevado por los cuernos varios regímenes políticos de fuerte acento autoritario (pero también del decadente “progresismo”), algo que se hacía muy aventurado pronosticar. Desde los países pertenecientes al mundo árabe, hasta la occidental Europa, se ven cambios en las esferas del poder dignos de apuntar en la bitácora mundial de las transformaciones.

Pero expulsar a un sátrapa no significa siempre cambio de régimen, es decir cambio integral de las estructuras del poder. Si vemos Egipto, Túnez, Libia, Siria o Yemen, los cambios en el mando aún no definen un cambio estructural definitivo; las luchas internas están en pleno desarrollo.

Los movimientos antiglobalización, que comienzan a golpear a los poderes desde la década de los 90, derivan en los movimientos sociales de finales de la primera década de los 2000, y se organizan en las más diversas partes del mundo, desde el centro financiero de Nueva York, pasando por Londres, España, Grecia, Rusia, Francia,

Argentina, Bolivia y Chile, países donde la desigualdad y las crisis económicas de las  clases medias llevaron a un “¡Basta!”. Hastiamiento que representa la respuesta a una opresión intolerable o un despertar de conciencia de estamentos cultos que aprendieron a ser contestatario, relevando a la castigada generación de sus padres y activándose desde la ventana de las nuevas tecnologías de la información.

La historia comienza, entonces, a ser escrita también por los oprimidos; es al parecer una nueva versión de la historia, pero esta historia se redacta en vivo y en directo, de manera simultánea y con características interculturales, sin hegemonías ni dominaciones.

Son, ahora, muchos relatos…No un único relato (Lyotard) .

Contradiciendo a Gehler y a Baudrillard, a pesar de la “aceleración de partículas de la información”, producto de la telemática, no se borra del todo el “acontecimiento” de la historia. Puede adivinarse el tejido de un nuevo rostro en medio del punteo de los rápidos sucesos, y ese nuevo rostro deja entrever una nueva y joven generación que empuja el pesado carro de la historia por caminos no explorados, y esto parece prometedoramente “auroral”.

1 comentario:

  1. Gracias, muy interesante su definicion de Post-historia, buen articulo

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