China y la India tenían hacia 1973 un nivel de desarrollo similar a muchos países de América Latina, o menos. La India ostentaba un promedio de vida de su población de 34 años hasta mediado del siglo XX, y un ingreso per cápita era bastante miserable. Las hambrunas por la ausencia de Monzones se llevaba millones de personas, antes de la independencia en 1947. La alfabetización en la India no superaba el 14% de la población en ese mismo año.
En China, hasta los años 70, la situación no andaba mucho mejor. El ingreso per cápita era muy bajo, los procesos de industrialización eran también muy primarios y su inserción en la economía mundial casi no existía.
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Los grandes de Asia |
Los avances hechos por la India con la “revolución verde”, desde mediado de los 60, y en China con la intensificación de la explotación agrícola, que pasa de ser comunal (o colectiva) a familiar (es decir explotación con apropiación privada de la utilidad), producen un tremendo relanzamiento de su productividad, con lo cual se logra resolver uno de los problemas más acuciantes de esa parte del mundo: la alimentación suficiente de su numerosa población.
La sanidad, los temas básicos de salud y educación, también fueron abordados de manera efectiva en la etapa independentista de postguerra, y en parte explica el proceso rápido de lanzamiento de sus economías al liberar a ésta a las fuerzas modernizadoras y de mercado, China desde 1978 y la India, desde mediado de los 80.
Estos dos países, pertenecientes por entonces al Tercer Mundo, ahora enderezan proa hacia el despegue acelerado y definitivo hacia el desarrollo.
Es indudable que ambos países tienen una población sumida en la pobreza y el atraso, cuya enormidad constituye un desafío tremendo de audacia e imaginación. Es obvio que el grueso de su población agrícola define un trayecto de industrialización, tanto urbana como agraria, diseñando una estrategia que puede ser neokeynesiana, pero sin abandonar los elementos de globalización (apertura a capitales extranjeros) que aportan inversiones externas en las áreas de competitividad más universal.
Es necesario definir la economía neokeynesiana como aquella que conserva una fuerte ingerencia de los recursos públicos en la economía, pero ya no es un aporte puramente en el gasto público, sino ahora se realiza preferentemente en la inversión productiva, la que se hace tanto desde el sector público de manera estricta, como en coalición con el sector privado, formando verdaderas simbiosis virtuosas de producción y superación tecnológica.
De esta forma se alienta el proceso de formación de capital físico y humano que capacita al país para crear mercados internos altamente competitivos y prepara, de manera simultánea, para la competencia eficiente en los mercados externos.
Esta es la estrategia que ha dado resultados en Asia. Es casi una copia de lo que hizo Japón desde finales del siglo XIX y que le permitió instalarse entre las naciones de mayor desarrollo a nivel planetario.
La diferencia está en que Japón desarrolló una estrategia de mercados bastante más cerrados, casi por un siglo. No olvidemos que la apertura financiera de la economía japonesa se acuerda en los años 80, por la insistencia y presión de los capitales norteamericanos, y se señala como una de las causas de la crisis financiera en Asia, pues desde esa apertura se permitió una autonomía de los bancos respecto a las inversiones, que llevó a eso que ahora se ha llamado “bonos basura” y colocaciones de alto riesgo.
Las nuevas economías emergentes de Asia, vienen planteando un desarrollo sobre dos pies: la economía interna debe crecer al mismo ritmo que crece la conquista de los mercados externos. Desarrollan la industrialización convencional junto con la de punta, lo que les otorga una amplitud de tecnologías con alta empleabilidad, es decir con menos riesgos de pérdida de puestos de trabajo.
Tanto la India como China vienen planteando un esfuerzo enorme en desarrollar nichos tecnológicos, mediante un aprendizaje a marcha forzada. Saben que si descuidan ese aspecto del desarrollo, la trayectoria de su propuesta será corta y declinante. La India se destaca en las tecnologías de información, software y servicios en el procesamiento y manejo de datos. China abre su abanico en todo tipo de manufacturas sobre tecnologías tradicionales: desde textil hasta transporte y maquinaria industrial.
La ciencia es un área que comienza a ser puesto en los programas de desarrollo de ambos países. Indudablemente EE.UU. les lleva una ventaja enorme en ese campo; así lo dejan ver los indicadores de patentamiento de innovación, y las migraciones de cerebros hacia las academias de alto nivel en Norteamérica.
Pero, dado el carácter facilitador y multifacético, para su emprendimiento, en el saber presente, las condiciones pueden cambiar con relativa aceleración, lo que pondrá una estabilidad y sustentabilidad a la mesa del desarrollo instalada en estos países del Asia que aspiran a ser las nuevas potencias mundiales.
China lleva un ritmo de incorporación tecnológica, en la década de 1985-1995 del 2000%. La India debe estar un poco por debajo, pero de manera más concentrada en tecnologías de servicios. Ambos países concentran gruesa parte de la población mundial “tercermundista”, lo que representa un desafío a la humanidad entera, pues si esta población alcanza niveles de consumo de lo que se ha acostumbrado en Occidente, entonces todo el planeta será sometido a un tremendo estrés respecto de sus recursos.
El secreto de Asia debe aprenderlo América Latina, la que ha seguido, en general, las recetas decimonónicas- in extremis- del liberalismo y del socialismo, del cual Asia se ha independizado en los hechos: China se ha liberalizado en lo económico, aunque mantiene el centralismo de Estado en lo político; mientras que la India ha superado su nacionalismo tercermundista autonómico, vigente desde Nehru, para lanzarse a los desafíos de la producción global. Asia exhibe un “camino propio; América Latina, nuevamente el camino impuesto por la fuerza de las circunstancias, del cual es arrastrado por las narices, como bestia de tiro.
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