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lunes, 29 de noviembre de 2010

La mayor potencia mundial ya no tiene quien le crea


Por Walter Krohne

La revelación de los secretos diplomáticos estadounidenses le va a costar muy caro a la Casa Blanca, pero también tendrá repercusiones graves en todas las regiones y países aludidos, especialmente por la pérdida de confianza que se remarca con los continuos pedidos de espionaje realizados a las embajadas estadounidenses desde el Departamento de Estado en Washington, que afectan personas, países y organizaciones, incluyendo a las mismas Naciones Unidas.


Desde ya algunos periódicos en el mundo se refieren al hecho utilizando expresiones como espías o espionaje estadounidense, como es el caso del diario The New York Times. Este tipo de referencias llevaron a decir a la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, que las filtraciones han puesto en serio riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos, porque afecta directamente a países amigos y a los propios diplomáticos estadounidenses que pueden verse en peligro de perder totalmente la credibilidad.

Este grave hecho no afecta a conflictos puntuales, como ocurrió con las filtraciones sobre la guerra de Afganistán –77.000 documentos secretos del Pentágono- en julio, o con 400.000 archivos sobre la guerra de Irak, en octubre pasado, porque esta vez el daño ha tocado directamente a por lo menos 180 países.

Los tres casos de filtraciones han sido realizados por el sitio de internet Wikileaks del periodista australiano Julian Assange, de 39 años, quien vive en Suecia, desde donde también opera. La situación es mucho más delicada si se piensa que a Estados Unidos le resulta ya inevitable esta constante difusión de información secreta, especialmente cuando, en honor a la libertad de expresión o a la transparencia informativa que aparentan defender los regímenes democráticos, estos procesos de difusión de material secreto no pueden ser frenados fácilmente.

Wikileaks es un sitio de internet dedicado a publicar informaciones anónimas y filtraciones sensibles, especialmente de carácter gubernamental, aunque también bancario, religioso o corporativo. La divulgación de los más de 250.000 documentos o mensajes ha sido esta vez un golpe bajo con repercusiones que están por verse. Clinton sabe muy bien que está ahora pisando una plataforma muy irregular y difícil, que podría hasta costarle el puesto como secretaria de Estado, porque aunque no sea la responsable directa es la cabeza máxima en la conducción práctica de la política exterior que fija el Presidente y alguien debe asumir la responsabilidad.

Es por esta razón que la Casa Blanca lleva ya varios días realizando gestiones ante los gobiernos afectados, incluyendo el gobierno chino, el francés, el alemán y el de Arabia Saudita. Más aún, el Departamento de Estado también envió a principios de esta semana un informe a los principales Comités de la Cámara de Diputados y del Senado informándoles sobre lo que se venía.

Es muy difícil si revertir lo que ha sido escrito de puño y letra por los propios embajadores estadounidenses en los documentos filtrados, como escribió la corresponsal de Clarín en Washington Ana Baron.

¿Cómo explicar los intentos que hizo la misma señora Clinton pidiendo informes sobre la salud mental de la presidenta Cristina Fernández?

¿Cómo explicarle a los paquistaníes que EE UU está haciendo todo lo posible por controlar su programa nuclear, cuando al mismo tiempo pide ayuda al gobierno paquistaní en su lucha contra los talibanes de Afganistán? ¿Cómo decirle a China que el mensaje donde un funcionario estadounidense propone una Corea unificada y dice que es necesario convencer al gobierno chino de que apoye la idea ofreciéndole negocios, no es realmente el plan del Departamento de Estado?

Al menos, algunos presidentes están ahora mucho más tranquilos, como Hugo Chávez que sabe con certeza lo que piensan de él y que quieren aislarlo en América Lartina para finalmente liquidarlo o el mismo Fernando Lugo, que, a pesar de su cáncer, sabe también que está y ha estado hace tiempo en la mira de los Estados Unidos. Peor aún las andanzas de un embajador en Brasil que negocia la detención de terroristas, pero que no se diga que lo son, para evitar conmoción pública o especulaciones en los medios de comunicación.

El problema está en que pasarán años quizá hasta que EE UU pueda recuperar sólo una parte de la confianza mundial, porque ¿qué puede esperarse de un país que no es capaz de guardar sus secretos sin que sean filtrados a la prensa?

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