LA CRUELDAD ISLÁMICA
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Por Leonardo Boff (*)
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El niñito sirio de 3 o 4 años yace ahogado en la playa,
pálido y vestido todavía con su ropita de niño. De bruces y con la cara vuelta
hacia un lado, como si quisiese respirar aún. Las olas tuvieron piedad de él y
lo llevaron a la playa. Los peces, siempre hambrientos, lo respetaron porque
también ellos se compadecieron de su inocencia. Ayslan Kurdi es su nombre. El
padre no pudo sujetarlos y se le escaparon de las manos, tragados por las
aguas.
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Querido Ayslan: tú huías de los horrores de la guerra en Siria,
donde tropas del presidente Assad, apoyado por los ricos Emiratos Árabes,
luchan contra los soldados del cruel Estado Islámico, ese que degüella a quien
no se convierte a su religión, tristemente apoyado por las fuerzas occidentales
de Europa y de Estados Unidos. Imagino que te daba miedo el sonido de los
aviones supersónicos que lanzan bombas asesinas. No dormirías por miedo a que
tu casa volase por los aires en llamas.
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Cuantas veces habrás oído decir a tus padres y vecinos cuan
temibles son los aviones no pilotados (drones). Persiguen y cazan a las
personas por las colinas desiertas y las matan. Fiestas de boda, celebradas con
alegría, a pesar de todo el horror, también son bombardeadas, pues se supone
que entre los invitados debe haber algún terrorista.
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Tal vez tú no te imaginas que quien practica esa barbaridad
y está por detrás de todo esto es un soldado joven, que vive en un cuartel
militar de Texas. Está sentado tranquilamente en su sala delante de una inmensa
pantalla como de televisión. A través de un satélite muestra los campos de
batalla de su tierra, Siria, o Irak. Cuando sospecha, con un pequeño toque de
botón dispara un arma sujeta al dron. Nada siente, nada escucha, ni llega a
tener pena. Al otro lado, a miles de kilómetros, mueren súbitamente 30-40
personas, niños como tú, padres y madres como los tuyos, y personas que nada
tienen que ver con la guerra. Son fríamente asesinadas. Desde el otro lado, él
sonríe por haber dado en el blanco.
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A causa del terror que viene por cielo y tierra, ante el
pavor de ser muertos o degollados, tus padres resolvieron huir. Se llevaron a
toda la familia. No piensan en buscar trabajo. Solo en que no quieren morir ni
que los maten. Sueñan con vivir en un país donde no pasen miedo, donde puedan
dormir sin pesadillas.
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Y tú, querido Ayslan, podrías jugar alegremente en la calle
con compañeritos cuya lengua no entiendes pero no lo necesitas, porque vosotros
los niños tenéis un lenguaje que todos los niños y niñas entienden.
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No has podido llegar a un lugar de paz. Pero ahora, a pesar
de toda la tristeza que sentimos, sabemos que tú, tan inocente, has llegado a
un paraíso donde puedes al fin jugar, saltar y correr por todas partes en
compañía de un Dios que un día fue también niño, de nombre Jesús, y que para no
dejarte solo ha vuelto a ser niño. Y va a jugar al futbol contigo, a coger a un
gatito por el cuello, a correr detrás de un perrito, vais a entenderos tan bien
como si fueseis amigos desde siempre; juntos vais a hacer dibujos de colores, a
reíros con los muñecos que vais a hacer y a contaros historias bonitas uno a
otro. Y os sentiréis muy felices. Y mira qué sorpresa: contigo estará también
tu hermanito que murió y tu madre va a poder abrazarte y besarte como lo hacía
tantas veces.
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Tú no has muerto, mi querido Ayslan. Has ido a vivir y a
jugar a otro lugar, mucho mejor. El mundo no era digno de tu inocencia.
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Y ahora deja que yo piense conmigo mismo. ¿Qué mundo es este
que asusta y mata a los niños? ¿Por qué la mayoría de los países no quieren
recibir a los refugiados del terror y de la guerra? ¿No son ellos, hermanos y
hermanas nuestros que viven en la misma Casa Común, la Tierra? Esos refugiados
no piden nada. Solamente quieren vivir. Poder tener un poco de paz y no ver a
sus hijos llorando de miedo y saltando de la cama por los estruendos de las
bombas. Es gente que quiere ser recibida como gente, sin amenazar a nadie.
Solamente quieren vivir su manera de venerar a Dios y de ir vestida como
siempre se ha vestido.
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¿No han sido suficientes dos mil años de cristianismo para
hacer a los europeos mínimamente humanos, solidarios y hospitalarios? Ayslan,
el pequeño sirio muerto en la playa es metáfora de lo que es la Europa de hoy:
postrada, sin vida, incapaz de llorar y de acoger vidas amenazadas. ¿No oyeron
ellos muchas veces que quien acoge a un forastero o perseguido está hospedando
anónimamente a Dios?
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Querido Ayslan, que tu imagen estirada en la playa nos
suscite el poco de humanidad que siempre queda en nosotros, una brizna de
solidaridad, una lágrima de compasión que no conseguimos retener en nuestros
ojos cansados de ver tanto sufrimiento inútil, especialmente, de niños como tú.
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Ayúdanos, por favor, sino la llama divina que tiembla dentro de nosotros, puede
apagarse. Y si ella se apaga, nos hundiremos todos, pues sin amor y compasión
nada más tendrá sentido en este mundo.
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(*) - Leonardo Boff, un abuelo de un país distante que ya acogió
a muchas personas de tu país, Siria, que se compadeció al ver tu imagen en la
playa y se le escaparon dolorosas lágrimas de compasión. Lo mismo le ha ocurrido al director-editor de KRADIARIO.
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