CHILE-BOLIVIA
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CHILE Y BOLIVIA BAJO EL IMPERATIVO HISTÓRICO DE
ENTENDIMIENTO MUTUO
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
En
algunos casos, la voz del pueblo no es la voz de Dios: la mayoría de los
ciudadanos, por ejemplo, es partidaria de la aplicación de la pena de muerte,
no por esta razón el crimen de Estado
contra una persona inerme va a ser éticamente aceptable; es cierto que más del
80% de los chilenos encuestados asume una
posición chauvinista al no ser partidario de un acuerdo directo con Bolivia. En
este plano, me atrevo a convertirme en enemigo del pueblo – para usar los términos
de Ibsen – y desarrollar una propuesta de diálogo entre estos dos países en
conflicto que nos permita reubicarnos en el latino americanismo, al cual
aspiraba Francisco Bilbao.
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Los
analistas, especialistas en temas internacionales y simples opinólogos chilenos
han logrado transformar una derrota en un empate – cualquiera que haya
estudiado, así sea someramente la historia de Chile, podrá comprobar que el
empate es un tópico permanente de nuestro acervo cultural.
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Aceptemos
que el fallo de la corte del Tribunal de la Haya, que va a introducirse en el
fondo del conflicto, por lógica o por un mínimo de sentido común, terminará solicitando a los dos Estados que
se reúnan y dialoguen para buscar, de buena fe y voluntad una salida al
diferendo existente hasta ahora.
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Aceptemos que desde 1880 Chile y Bolivia han conversado sobre el problema de la
mediterraneidad del país altiplánico, ahora veamos algunos ejemplos a través de
la historia: el Presidente Domingo Santa María, a fines del siglo XIX, ofreció
Arica a Bolivia, puerto que en ese entonces estaba en disputa con Perú, pero
fracasó el intento; en 1929, el dictador peruano Nicolás de Piérola quería
convertir a Bolivia en una Polonia sudamericana, es decir, repartirse el
territorio entre las potencias de la región, lo cual explica, en el contexto histórico
del artículo del Tratado de Lima que cualquier cesión de territorio comprendido
en dicho Tratado debe contar con la aquiescencia de los dos países;
posteriormente, en 1950, las conversaciones entre Walker Larraín-Ostria
Gutiérrez; finalmente, “el abrazo” de Charaña entre los dictadores
Pinochet-Bánzer. (Si me pidieran caracterizar en una sola frase la historia de
nuestras relaciones con Perú y Bolivia, “dividir para reinar”: ora favorecemos
a los peruanos y atacamos a los bolivianos y viceversa).
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Si
revisamos con atención al menos las dos últimas tratativas anteriormente
citadas podríamos colegir que las compensaciones que en el primer intento Bolivia
ofreció, a Chile por el corredor que va desde los
suburbios de la ciudad hasta la línea de la Concordia eran bastante favorables
para nuestro país: en 1950 ese país ofrecía las aguas del Titicaca para
desarrollar en la zona un enorme proyecto hidroeléctrico – basta pensar un poco
cuán beneficioso hubiera sido para Chile de haber resultado esa operación pero,
por desgracia, fue vetado por Perú pretextando el condominio indivisible de
ambos países del lago Titicaca; a continuación, vino la revolución boliviana,
en 1952, y las buenas intenciones quedaron a cero.
En el segundo, Charaña, en 1975, se planteaba la entrega de una franja desde el río Lluta hasta la línea de la Concordia, a
cambio de una compensación territorial igual a la cedida por Chile. Nuevamente,
consultado el gobierno de Perú, éste propuso una zona internacional,
administrada por los tres países, que contemplaba la zona ofrecida por parte de
Chile, que era considerado inaceptable para ambos países.
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Si algo práctico nos enseña la historia es que el tema de la
mediterraneidad de Bolivia no puede ser tratado en forma bilateral, pues a
partir del Tratado de Lima, de 1929, en esencia es trilateral, por consiguiente
el primer paso que deben dar Chile y Bolivia – si quieren dialogar para en
realidad solucionar el conflicto, es convocar a una mesa trilateral,
Chile-Perú-Bolivia -.
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Sobre la base de la experiencia a través de la historia,
estoy convencido de que tanto Chile, como Bolivia y Perú, pueden ser
gananciosos con la creación de un proyecto y polo común de desarrollo en el
altiplano boliviano, la zona sur de Perú y el norte de Chile. Los beneficios
respecto del gas, el litio y el desarrollo tecnológico de la energía solar, la
cooperación minera, el encuentro entre culturas, la inmigración, la lucha
contra el narcotráfico, el aprovechamiento de las aguas – incluido el lago
Titicaca – y todos los demás beneficios propios de una integración del cono sur
de América latina.
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El marcado chauvinismo que hoy se hace manifiesto, tanto en
Bolivia, como en Chile, a nada bueno nos conducirá y sí ahondar la brecha y a
gastar millones de dólares en ridículos juicios, que sólo favorece a jueces de
babero, peluca y traje negro y a especialistas en derecho internacional, en
detrimento, por ejemplo de la implementación de hospitales, de urgente
necesidad para nuestra población.
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Duela a quien duela, siempre seremos vecinos de Bolivia y
Perú, y el imperativo histórico es dialogar y buscar soluciones positivas para
los tres países. Más que asunto de especialistas y juristas, la solución es
política y se encuentra en la vocación latinoamericana que, por desgracia,
nuestro país ha olvidado, sumido en la tiranía de los mercaderes, que no tienen
ni Dios, ni ley, ni alma, ni patria, y sólo los mueve el dinero, que es la
golondrina que busca “el sol que más caliente”
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