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DECISIONES CONSTITUCIONALES
DECISIONES CONSTITUCIONALES
Por Agustín Squella (*)
Desde el punto de vista jurídico, un golpe
de Estado consiste en la sustitución de gobernantes sin sujeción a las reglas
constitucionales vigentes. De gobernantes y también legisladores, como
aconteció el 11 de septiembre de 1973. Jueces de la Corte Suprema, asimismo,
salvo que estos apoyen el golpe y validen públicamente a las nuevas
autoridades, lo cual también resulta conocido para nosotros. Al pasar por
encima de la Constitución, un golpe de Estado invalida esta y quienes se hacen
con el poder se ponen a la tarea de reemplazarla por actas constitucionales y,
a poco andar, por una nueva Constitución que represente la ideología política,
económica y social del régimen, que es lo que aconteció aquí entre 1973 y 1980.
Si diera lo mismo la Constitución que tiene un país, como
parecería ser hoy la idea de un sector político, los artífices de un golpe de
Estado exitoso gobernarían sin ella y no correrían a transformar en derecho lo
que es únicamente fuerza y poder. Tampoco es que designen para ello una
asamblea constituyente ni nada que se le parezca. Les basta con encargar la redacción
del nuevo texto constitucional a un grupo de expertos cuya lealtad a las nuevas
autoridades esté asegurada, sometiéndolo luego a la revisión personal del Jefe
de Estado. El proceso concluye con una consulta popular que es típica de todos
los regímenes de fuerza, cualquiera sea su ideología: sin registros
electorales, sin prensa libre, sin partidos políticos, sin oposición
reconocida, sin apoderados opositores en las mesas receptoras de sufragios, y
utilizando para la confección de los votos el papel más delgado y transparente
posible.
Nada más parecido a una dictadura que otra dictadura, sea
que se la establezca en nombre de una sociedad sin clases o de los valores del
mundo occidental cristiano.
Nuestro debate constitucional se encuentra abierto, incluso
para aquellos que creyeron que todas las cuentas pendientes con la Constitución
de 1980 habían sido saldadas con las reformas de 2005. Un debate abierto y que,
como era de esperar, muestra más discrepancias que acuerdos. Si algo
caracteriza a nuestro país, es la tendencia a retrasar lo más posible el inicio
de los debates sobre temas relevantes. Así ocurrió con el divorcio, recordará
usted, y lo mismo con la despenalización del aborto en ciertas situaciones.
Postergar las discusiones para que no se vea que tenemos desacuerdos, puesto
que tememos a los desacuerdos y ni qué decir a los conflictos, como si aquellos
y estos no fueran inseparables de la vida en común. Si hasta un conflicto tan
regulado como la huelga produce hoy pánico a parte del país. Claro, en un
régimen de fuerza los desacuerdos se ocultan y los conflictos se reprimen.
En materia constitucional tenemos varios desacuerdos: nueva
Constitución o reforma de la actual al lentísimo ritmo impuesto por la minoría
que puede frenarla (1/3 de los actuales senadores y diputados); nueva
Constitución resultado de una asamblea constituyente o de los organismos que
hoy tienen el poder constituyente; nueva Constitución pronto o aprobada por el
Congreso que será elegido en 2017 con un sistema más representativo que el
acomodaticio binominal; y todo eso sin entrar a los contenidos de la nueva
Constitución o de las futuras reformas a la actual.
Los enemigos de una nueva Constitución, e incluso de más
reformas a la actual, jugarán todas sus cartas para demorar las decisiones
constitucionales pendientes. Me perdonarán, pero ¿cómo confiar en un sector que
dio su conformidad a la supresión de senadores designados y vitalicios recién
en 2005, y no por convicción democrática, sino porque la institución empezó a
jugar en su contra, y que hoy cuando no puede bloquear reformas con sus votos
en el Congreso lo hace consiguiendo los de miembros del Tribunal Constitucional
que puso allí antes por fidelidad política que por su trayectoria y
competencia?
Ese sector intentará conjurar las futuras decisiones
constitucionales con su nuevo y burdo amuleto: la incertidumbre.
(*) El autor es columnista regular de El Mercurio
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