OPINIÓN POLÍTICA-ESCALONA
JUSTICIA SOCIAL Y CRECIMIENTO
Por Camilo Escalona
En sectores de izquierda se ha instalado como una especie de
última palabra, la idea de que el crecimiento económico no es un dato
sustancial, estructural, en un proyecto de sociedad que busque derrotar la
desigualdad que afecta a nuestra democracia, uno de los factores, que más daña
la legitimidad del sistema político en el país.
Con ese criterio se desconoce que los países que no crecen
aumentan la desigualdad que les aflige. En su libro “El capital en el siglo
XXI”, que nadie acusa de neoliberal, muy por el contrario, es una contribución
a las ideas de la izquierda, el economista francés Thomas Piketty, lo demuestra
claramente. En el caso de menores ingresos se reducirá aún más la parte que
recibirán los sectores de más baja participación en el Producto Nacional de un
determinado país. Entonces, hay que convencerse que, al igual que la democracia
que se edifica paso a paso, la justicia social se construye mediante un
esfuerzo consciente y tenaz de los países.
Con ello, ni por un segundo pierde importancia el factor
corrupción, dentro de los graves problemas actuales, por el contrario, si algún
hecho o fenómeno ha impactado en la manera en que el hombre o mujer de a pie,
aquella persona que no tiene militancia, pero que sabe los grandes temas-país,
en esa “mayoría silenciosa”, los casos de corrupción han sido decisivos para
que asumiera la desaprobación que le caracteriza.
Para la conducción del Estado la actitud frente al
crecimiento económico es un tema primordial. En esa materia no puede haber
complejo alguno. Cuando la izquierda ha desdeñado ese factor, por considerar
que es una traba tecnocrática o una concesión a la derecha neoliberal, el
resultado ha sido catastrófico.
La historia reciente no admite dudas. En efecto, enormes
Estados que parecían realidades geopolíticas invulnerables, como la ex Unión
Soviética, se desplomaron al ser incapaces de solventar sus propios gastos y de
financiar las obligaciones contraídas con las sociedades que dirigían. Así
fueron quedando atrás. Los derechos sociales reconocidos quedaban sólo en
palabras.
Cuando se afirma que garantizar derechos sociales no está
sujeto al crecimiento económico, se logra un buen efecto ante un público que
eso es lo que quiere escuchar, pero se cae en una grave inconsistencia que
indica incapacidad de reconocer que si no se crece y no se cuenta con la
preparación necesaria las reformas sociales no logran perdurar.
Lamentablemente es así, por que no habría nada mejor que un
mundo en que bastara detectar el lugar donde determinados derechos sociales no
se ejercen y proceder, de inmediato, a dictaminar su cumplimento. Pero, la vida
no es tan fácil, esa instrucción o decreto requieren tener el sustento material
que lo realice. Al dictarse una ley sobre alguno de los derechos a ser
garantizados, de no cumplirse con el financiamiento requerido, en el mejor de
los casos, se entrega una solución temporal, lo que es en el hecho atender una
demanda transitoria y no concretar ese derecho como definitivo.
Cuando se habla de la conducción política, la clarificación
de como se alcanzarán tales históricos desafíos es una responsabilidad que no
se puede eludir, por que requieren transitar por un periodo arduo y complejo
que los hace posible.
Además, son incontables las veces en que la insolvencia del
Estado llevó a deshacer en minutos, leyes que costaron arduos años de lucha. Es
cosa de informarse, mínimamente, de la tragedia económica y social en Grecia y
de como un líder de izquierda, el Primer Ministro Alexis Tsipras, tuvo que tramitar con la Unión
Europea, tanto el llamado “rescate” para evitar el colapso monetario, como el
refinanciamiento de la deuda, negociación que ha llevado a compromisos que
dañan las conquistas sociales en ese país.
A pesar que pareciera que en Europa las cosas se toman con
calma y serenidad, no ha sido así. Por mucho que el horror de la Segunda Guerra
Mundial motivara la formación de las Naciones Unidas y la suscripción de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, tales negociaciones
desventajosas para las naciones más débiles provocan graves retrocesos
sociales.
No obstante, la comunidad internacional distingue entre
derechos de primera generación, es decir, los derechos civiles y políticos, a
la vida y la libertad en sus diversas dimensiones, a la propiedad y la dignidad
de las personas, para luego definir como de segunda generación, los derechos
económicos, sociales y culturales.Después de ellos se han definido los derechos
de tercera generación o derechos de los pueblos, vale decir, la paz, la
autodeterminación, la identidad nacional y cultural y un ambiente sano y
sustentable.
Los primeros son indisolubles, son inherentes al ser humano
y no debieran depender de traba alguna ni del progreso social anterior; los
segundos son derechos universales que sí deben contar con un sostén que permita
ejercerlos y realizarlos, ya que constituyen y representan una conquista
civilizacional que necesita un desarrollo que los sostenga. Los terceros, no en
orden de jerarquía o prelación, son expresión de una comunidad internacional
capaz de asegurar tales grandes objetivos humanizadores.
Las sociedades no son
idénticas y se tensan en debates y controversias respecto del “quehacer”
en una etapa determinada del ciclo histórico. No se trata sólo de levantar o
exigir determinada consigna, la antigua frase que “en el pedir no hay engaño”,
sirvió sólo como buena intención o para experiencias populistas que crearon más
conflictos y pobreza a su paso.
Ahora bien, el solo crecimiento no basta. Eso está también
muy demostrado. Hablar exclusivamente de crecimiento es resignarse a la
desregulacion del mercado. Ante ello, la gran tarea de los gobiernos con
sentido de futuro es hacerse cargo de formular una conducción económica que
asegure inclusión e integración social, con justas y correctas medidas
redistributivas.
Esa visión es la que asegura la paz social y la estabilidad
democrática. Es la articulación de ambas tareas tan complejas y difíciles de
alcanzar lo que se constituye en una política progresista capaz de conducir el
Estado, con vistas a una sociedad mejor, más libre e igualitaria.
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