Por Yoani Sánchez
Desde La Habana
Por los mismos días en que Laura Pollán agonizaba en terapia intensiva, en la televisión retransmitían un esquemático serial donde se injuriaba a la líder de las Damas de Blanco. Entre los signos más notables de la falta de grandeza del gobierno cubano está su incapacidad para respetar al adversario político, incluso cuando éste se está muriendo. Un sistema que se regodea tanto en el ritual funerario de los suyos, se comporta desconsiderado a la hora de tratar los difuntos de los otros.
Esa ausencia de compasión lo llevó a desplegar esta semana un burdo operativo policial dentro y fuera del hospital Calixto García, a cambiar el cuerpo de Laura varias veces de ambulancia para que no supiéramos hacia qué morgue lo llevaban y finalmente a no sacar, siquiera, una breve nota necrológica en la prensa nacional. Si honrar honra, en este caso denigrar denigra. Han perdido una última oportunidad de aparentar –al menos– que son piadosos.
¿Cómo se sienten ahora todas esas mujeres llevadas a gritar y a insultar frente a la puerta de Neptuno 963? ¿Qué estarán pensando en este mismo momento los miembros de la tropa de choque que zarandeó y golpeó a Laura el 24 de septiembre pasado? ¿Algún remordimiento entre los oficiales de la Seguridad del Estado que dirigieron tantos mítines de repudio contra una señora pacífica que pasaba de los sesenta? ¿Cuál de ellos va a tener al menos la humildad de musitar una condolencia, de aventurar un pésame?
Lamentablemente, para todas esas preguntas la respuesta sigue siendo el infinito rencor ideológico del que no sabe rendir tributo al contrincante. Laura se les fue –se nos fue– y perdieron la oportunidad de reparar tantas infamias. Creyeron que por colgarle epítetos degradantes, impedirle salir de su casa, acusarla de “apátrida”, iban a evitar que la gente se acercara y la quisiera. Pero en la madrugada pasada, una funeraria repleta de amigos y conocidos negaba el efecto de tal satanización.
Laura se fue y ahora todos los actos de odio que hicieron contra ella resuenan más grotescos. Laura se fue y nos dejó un país desperezándose de un totalitarismo vetusto que no sabe decir siquiera “lo siento”. Laura se fue, para tristeza de su familia, de sus Damas de Blanco y de cada gladiolo que ha crecido y crecerá sobre esta Isla larga y estrecha. Laura se fue, Laura no está y no hay un solo uniforme verdeolivo que parezca limpio frente al blanco resplandor de su indumentaria.
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