Los saqueos, que parecen tener larga data y se exacerbaron durante la dictadura, se encuentran en la base de la concentración económica tan brutal que hoy muestra Chile. Y allí está el punto de partida de la segregación que hoy palpamos en diversas áreas de la sociedad.
Por Wilson Tapia Villalobos
Hoy la imagen lo es todo. Incluso da una sensación de realismo a menudo incontrarrestable. “Lo vi en la tele”. Argumento final, definitivo y, casi siempre, lapidario.
En las circunstancias que vive Chile, este peso se siente de manera relevante. El ministro de Defensa, Andrés Allamand, aparece quince días seguidos en la pantalla y es el mejor evaluado del Gabinete. Incluso superando a su colega de Obras Públicas, Laurence Golborne, que se mantenía como valiosa gema en una administración que bajaba y bajaba en la consideración ciudadana que miden las encuestas. Había llegado hasta ese sitial por un hecho similar al que catapultó a Allamand. El titular de Defensa tuvo sus días de gloria por un acontecimiento sensible, la caída del avión FACH en el archipiélago de Juan Fernández. Golborne los había tenido por el accidente de la mina San José. Uno y otro no hicieron más que mostrar su sensibilidad ante situaciones que conmovían al país y que la tele explotó morbosamente.
También hubo diferencias. Golborne no sólo exhibió sensibilidad, fue exitoso. Allamand, en cambio, encabezó una cruzada que tuvo sólo éxito relativo y hasta sumó la muerte de una persona, el cabo 1° de la Fuerza Aérea Manuel Vera Avello.
Los especialistas deberán enfrentar la obligación de desmenuzar comportamientos masivos y las razones de los mismos. Mientras tanto, hay cuestiones evidentes. Hoy la TV ha reemplazado al oráculo, tal como el dinero intenta -con logros resonantes- sustituir a Dios. Otro hecho indesmentible es que los chilenos somos especialmente solidarios ante la desgracia ajena. Dos cuestiones que en el momento en que vivimos resultan indispensables para el manejo del poder. Quienes intentan manipular a la opinión pública cuentan con ello. Incluso, saben que a veces alguien tendrá que sacrificar su imagen en aras de alcanzar metas políticas que para ellos son superiores.
Un caso emblemático, el del ministro del Interior, Rodrigo Javier Hinzpeter Kirberg. Es uno de los que más horas de TV acumula por estos días. Es el policía “duro”. El encargado de dar imagen de firmeza a un Gobierno que frecuentemente resulta zigzagueante. Cuestión insoportable, en materia de orden público, para el voto duro que apoyó la elección del presidente Piñera.
Hinzpeter parece un buen alumno en esto de la comunicación estratégica. Cumple a cabalidad las sugerencias que le hacen, me imagino, sus asesores. A veces se equivoca o se apresura, no lo sé. Pero hace lo posible. Como aquella vez con el anuncio de que -al igual que nación desarrollada, agrego yo- en Chile la policía no dispararía más bombas lacrimógenas contra manifestantes hasta que se comprobara, con estudio técnico en mano, que eran inocuas. Su bondadosa y humanitaria decisión duró menos de una semana. No hubo resultados de ningún laboratorio y Santiago siguió soportando, aparte de la polución habitual, la que aportan las bombas.
Ahora se le ocurrió impulsar una ley que libere a Chile de tanta turbulencia. La iniciativa penaliza la toma de colegios y universidades, arremete contra violentistas y, en general, intenta frenar cualquier disidencia que no acepte el actual estado de cosas. Él lo resumió mucho más brillantemente. Dijo: “No aceptemos en nuestro país que gobiernen los saqueadores, no aceptemos que se tomen las calles los saqueadores. No aceptemos que el temor y los saqueadores sean quienes manden en las calles”. Hinzpeter no hacía más que un guiño a los seguidores de la línea dura del coronel (r) Cristián Labbé, Alcalde de la Comuna de Providencia. Éste aboga por meter en la cárcel a cuanto estudiante se atreva a ocupar un colegio en su Comuna. El coronel intentó llevar a los hechos su iniciativa, pero la Justicia lo detuvo. Previo, claro, se habían producido severas críticas en el seno de la propia coalición gobiernista. Y, por otro lado, mucho se preguntan ¿por qué la policía que maneja directamente el ministerio del Interior no detiene a los violentistas? ¿Será otra estratagema para generar rechazo a las manifestaciones estudiantiles?
Hinzpeter trató de zanjar la cuestión. Manipuló la imagen de la inseguridad para darle peso a la decisión del Gobierno de mostrar mano dura. Más breve que él, la dirigente estudiantil Camila Vallejo, le respondió: “El ministro se equivoca, porque ya los grandes saqueadores están gobernando el país, son los más ricos”.
Y a propósito de eso, diversas voces se han escuchando denunciando el saqueo que se hará a Codelco. La minera estatal anunció la compra del 49% de la mina Disputada o Anglo American en US$ 7.000 millones. Se trata de una transacción que tiene historia. Y el Estado chileno efectivamente estaría siendo “saqueado”. Involucra a una empresa minera que ENAMI vendió, en 1979, en US$ 90 millones y que Codelco pudo recuperar el 49% durante el gobierno de Ricardo Lagos, por US$ 650 millones.
Los saqueos, que parecen tener larga data y se exacerbaron durante la dictadura, se encuentran en la base de la concentración económica tan brutal que hoy muestra Chile. Y allí está el punto de partida de la segregación que hoy palpamos en diversas áreas de la sociedad.
Saqueadores son también aquellos que le impiden a algunos chilenos poder desarrollar todas sus potencialidades por el sólo hecho de carecer de fortuna. Son quienes saquean la dignidad de sus compatriotas.
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