Los rasgos genéticos pueden ser visibles, es decir evidentes en la fisonomía exterior. A esa marca se le llama “fenotipo”. Pero también hay rasgos que permanecen ocultos, y que asoman a veces tardíamente o se manifiestan en una enfermedad o cualidad intelectual o artística, que se deben deducir luego de cruce de información; esas son cualidades “genotípicas”, menos obvias pero igualmente importantes.
El peso de la herencia no es absoluto, pero es muy condicionante. Una vez a un señor muy respetable, sociable y simpático le nació un hijo totalmente negro. Ni por su lado ni de la esposa podía derivarse una ascendencia genética de color; pero habitaba en esa ciudad pequeña del sur un muchacho negro, apuesto y famoso, gracias a que era un gran deportista.
Todos dedujeron que el recién nacido debía obligadamente la paternidad a la única causa posible: el muchacho de raza negra. No era necesario ser doctor en biología para deducir lo que todo el mundo finalmente dedujo.
En el caso de nuestros actuales gobernantes, tanto en los municipios, en el Parlamento, en los ministerios y los partidos oficialistas, aparecen rasgos filogenéticamente muy dominantes, cual es el del autoritarismo filo-despótico, heredado indudablemente del único padre posible de esa horrenda creatura: el pinochetismo.
Tanto el coronel Labbé, como el otrora montonero estudiantil y ahora Presidente de la Cámara Baja, señor Melero, el ministro Hinzpeter, el ministro de justicia y varios otros, dejan ver de manera asombrosa su semejanza fisonómica y conductual con el del “pater- amado”.
Es que lo que se hereda no se hurta, reza el viejo dicho popular, y es aterciopelado discurso democrático de campaña, prontamente se cambia, precisamente cuando se debe tomar la guitarra para gobernar (no como Golborne que ofició de juglar con su guitarra para distraer a los mineros, atrapado por la desidia de los gobiernos ante lo derechos del trabajo); entonces, a las primeras de cambio, cuando los problemas son mediáticamente estresantes, asoma el gen oculto: el de la respuesta despótica, autoritaria, destemplada, frontal e intransable.
Es que para ser político democrático, se debe tener una flexibilidad psíquica y un ancho de tolerancia intelectual mínima. Los que no portan esa cualidad genética, que les hace apto para el ejercicio complejo del diálogo constructivo, de seguro que derivarán, cuando les corresponda negociar, a posturas agonales, y se parapetarán en trincheras apertrechadas con todo tipo de matalotajes; dispararán contra todo lo que se mueva sin su autorización y calificarán de enemigos a todos quienes no les sigan de rodillas en su marcha triunfal hacia su particular reino de las delicias.
Esto ha sido así, desde siempre, con la diferencia que, ahora, la ciencia política cuenta con dos herramientas valiosas para hacer análisis causales y derivados: la genética y la psiquiatría. Los que nacen genéticamente unidimensionales, difícilmente cambiarán en el transcurso de su vida, y lo más probable es que transmitan esos rasgos a sus vástagos.
Veamos algunos ejemplos inocentemente expuestos, es decir, al azar. El coronel Labbé, que ante la toma de los colegios de su municipio no se detiene a pensar sobre la causa de fondo y, por tanto, aproximarse a un diálogo de solución, sino que su gen dominante le manda a desalojar, volver al orden (que es su orden mental) en una especie de rigidez cadavérica de su mente, que lo impulsa a la respuesta de fuerza. Es una respuesta burda, grosera, desatentada, pero es el reflejo de su genesia primaria y vertical.
Por la misma vertiente se desliza el presidente de la Cámara Baja, señor Melero. Justamente quién preside una instancia del Estado que debe acoger todos los problemas de una sociedad democrática, para mejor legislar, se ofusca y enardece ante el reclamo social que toca a sus puertas. Eso lo juzga intolerable, pero sí juzga aceptable su intolerancia que le impele a reprimir violentamente a quien demanda y reclama que se les escuche, luego de una paciencia que se arrastra por décadas de olvido, de marginación y engaños.
Lo del ministro Hinzpeter es más elaborado. En él hay cruce de estrategias y tácticas cuyo fin es imponer una “voluntad de poder” que le legitime ante sus socios autoritarios (que le han cuestionado por sus falencias) y, al mismo tiempo le permita a su empleador (el Presidente) llegar al fin de su gobierno, aunque sea rengueando. Si hay que imponer leyes demenciales, no importa, el fin justifica los medios. Todos los políticos que asumen esos cargos del Interior, terminan defraudando lo poco que pudieron tener de demócratas. Una de las excepciones pudo ser don Bernardo Leighton, claro que se trataba de un señor, de un hombre excepcional.
Todos los herederos genéticos de Pinochet se han lanzado al picadero para inmolar al pobre de Girardi, justamente por no haber reaccionado según ordena el patrón genético pinochetista. El presidente del Senado prefirió no violentarse ante las protestas, pues, creo, entiende más aceptable para la lógica democrática que la Cámara sea invadida por sociedad civil vociferante pero desarmada, antes que por las fuerzas armadas portando el garrote como único argumento existencial.
Claro que es hilar demasiado fino, tratar de introducir la coherencia lógica de los patrones genéticos en una discusión sobre el respeto a las instituciones. Es como subir a un bailarín de ballet a que enseñe los pasos a un boxeador sobre el ring; lo uno es arte y lo otro simple pasotismo.
Así es que nuestra sociedad se tendrá que preparar para que no se instale en Chile este estilo “bushista” (del presidente J.W. Bush) de hacer las cosas: es decir un ramplonerismo chambón, que termina complicando las cosas a niveles impensados por los electores incautos de Chile, que creyeron en cantos de sirena y en la reivindicación del hombre más allá de sus imperativos estructurales de la mente y el alma, tiranizada por insondables impulsos categóricos.
Bien decía el famoso Dostoievski que cuando mires a un hombre, siempre debes pensar que quien está frente a ti, no es uno solo.
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