El esmog: Drama de Santiago |
Por Eugenio Alvial Díaz
Uno de los paisajes que nos ha llamado la atención en nuestros viajes, fue la vista de París, desde la Torre Eiffel, en una soleada tarde de otoño, repito, tarde de otoño, donde pudimos ver un tupido manto verde sobre los techos de los edificios, avenidas y calles del célebre trazado urbanístico de esta ciudad. ¡Que envidia más sana!
Es obvio que gran parte de las especies arbóreas son perennes para evitar una gran caída de hojas en otoño, situación que preocupa al municipio, ya que en un día de lluvia, observamos que las rejillas de los desagües callejeros estaban protegidas con estopas que filtraban las hojas caídas.
En otra parte, en la calurosa Sevilla, adoptan una medida similar, plantando en varias calles naranjos (fruta que abunda en esta región) que dan sombra, que son perennes y que en época de floración, los azahares perfuman el ambiente.
Santiago, empero, la recordamos siempre como una ciudad terrosa y seca. Así era la impresión que nos dejaba en verano, cuando nuestros padres nos traían en tren desde Valparaíso a la capital. Cerca ya de la estación Mapocho, divisábamos la masa café, terrosa y árida que es el cerro San Ramón y por otro lado, el cerro Blanco de similar característica. Al llegar al terminal ya estábamos sofocados por el calor, la sed y la tierra que arrastraba el viento.
Hoy en día, como es de conocimiento público, la situación es mucho peor, porque poco a poco, la insaciabilidad pecuniaria de las constructoras e inmobiliarias, han ido invadiendo los terrenos agrícolas y depositando sobre lo que era verde, metros y metros cuadrados de hormigón que es entre otras, la causa de los anegamientos en invierno.
Pero, hasta la fecha no hay una política de Estado, ni voluntad de los gobernantes para abordar con seriedad el tema en esta ciudad y provincias, que también lo necesitan. En el plano regulador de Santiago se aprecian grandes extensiones de terrenos baldíos que, según está definido, son para áreas verdes que en algún momento veremos convertidos en condominios hechos de cemento y vidrio, con pequeños jardines donde asomarán tímidos dos arbolitos insignificantes; “para que se sienta en medio de la naturaleza”, dirá el anuncio de venta de departamentos.
Santiago en el otoño desde el Cerro San Cristóbal |
Ha faltado educación, costumbre y conciencia para querer y respetar la vegetación; si la hubiera, los electores habrían exigido a sus candidatos tomar iniciativas sobre el asunto.
Al respecto, un viejo amigo me comentaba que en su época de alumno en la UC, la federación de estudiantes organizó una plantación masiva de árboles en el cerro Blanco, y con pesar, me añadía que a la semana de terminado el trabajo no quedaba ni un solo árbol, se los habían robado.
Este comentario nos hizo recordar a la abuela Mercedes, que escoba en mano mantenía a raya a “pelusas” que querían, a toda costa, quebrar el árbol que estaba frente a su casa y que de acuerdo a una antigua ordenanza municipal, debía regar y cuidar.
Insistimos, falta educación en los niños, que desde pequeños es necesario crearles conciencia de lo que significa la vegetación en la vida diaria, especialmente en una ciudad tan contaminada por humo, polvo y ruido, como la nuestra.
Obviamente, también falta educación en otros temas tan fundamentales como el cuidado del agua; el respeto a los semáforos; buenos hábitos de alimentación; los peligros del alcohol, el tabaco y las drogas; en fin, temas para otros artículos.
Foto Krohne Archiv |
Hace algún tiempo tuvimos la oportunidad de realizar un pequeño experimento con niños de no más de siete años. Eran niños a los que se les guió para plantar semillas de flores en maceteros y cuidar las especies.
El crecimiento de las plantitas iba sin contratiempo, haciendo notar que cada maceta tenía el nombre de su cuidador (a), hasta que un día, para un par de ellos, se desató una pequeña tragedia expresada en lamentaciones y lágrimas: pájaros madrugadores dieron cuenta de los cogollos de algunas plantitas.
El impacto en ellos repercutió en nosotros. En efecto, nos percatamos de la intensidad del aprecio que demuestran los niños cuando se les involucra en la procreación o cuidado de plantas y animalitos, luego, es posible establecer un modo correcto de conducta civil en la población y que debe empezar en la educación básica.
Desde hace décadas el desierto avanza sobre la zona central del país, los períodos de calor se prolongan e intensifican; el agua se hace cada vez más escasa.
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