Muy feo lleno de interrogantes ha sido el final del caso Fernando Karadima en la justicia chilena. Otra vez no se llega a nada, no se investiga lo suficiente y con diversos recursos se alargaron los tiempo para decir al final que se suspende la investigación por falta de antecedentes. Todo esto ocurrió en 106 días estando las víctimas dispuestas a declarar todas las veces que fuera necesario, las mismas que actuaron como demandantes y que dijeron haber sido abusados por el religioso cuando eran adolescentes.
Ahora, ya se sabe que los cuatro demandantes del ex párroco de la Parroquia de la avenida de El Bosque en Providencia, Santiago, de 80 años de edad, decidieron no apelar a la decisión del juez (s) Leonardo Valdivieso del Décimo Tribunal del Crimen por estar realmente decepcionados.
En un artículo publicado en el diario neoyorquino New York Times describen el estado de ánimo en el que se encuentran. En otras palabras hasta aquí Karadimas se encuentra libre de polvo y paja. Todo esto suena muy raro porque o los demandantes son locos, o perseguían algún objetivo con la demanda o todo es pura mentira.
"Ellos están decepcionados, cansados y enojados, y sienten que han hecho todo lo que podemos hacer", dijo al diario su abogado, Juan Pablo Hermosilla.
"Su objetivo principal era encender la luz y mostrar lo que Karadima ha hecho todos estos años, y creen que lo han logrado, que los abusos han sido claramente demostrados, independientemente de la decisión del tribunal", agregó el profesional.
Los acusadores pusieron en duda la objetividad de los tribunales nacionales. "Nos hubiera gustado apelar, pero con abogados defensores como el suyo, que tienen a la Corte de Apelaciones y Suprema comiendo de sus manos, y un número de personas poderosas que siguen protegiendo a Karadima, sabíamos que iba a ser una batalla cuesta arriba que es probable que perdamos", dijo el doctor James Hamilton, uno de los denunciantes, según una versión publicada por el The New York Timespor y tomada en Santiago por el diario El Mercurio.
Hoy vencía la fecha para que los cuatro querellantes –Hamilton, Juan Carlos Cruz, Fernando Batlle y José Andrés Murillo-, recurrieran a la Corte de Apelaciones, instancia a la que ya no recurrirán.
Los querellantes denunciaron en el New York Times que el lobby político desarrollado por el círculo cercano del sacerdote impidió que éste fuera juzgado, por lo que decidieron no apelar a la medida del juez Leonardo Valdivieso de no procesarlo.
El abogado Hermosilla sostuvo que aunque se entrevistó a docenas de testigos que "establecieron un patrón de décadas de comportamiento abusivo", el juez Leonardo Valdivieso nunca les dio acceso a la investigación hasta el día en que cerró el caso.
"Nosotros confiamos en que el Vaticano actuará correctamente", dijo Juan Carlos Cruz, uno de los querellantes que señaló haber sido abusado por Karadima cuando era un adolescente. "Hemos hecho todo lo posible, exponiendo nuestras vidas y reviviendo los abusos, a un enorme costo personal y emocional".
El juez, afirman fuentes judiciales, cerró la investigación sin expresar un motivo, aunque se estima que no está acreditada la existencia de menores de 18 años abusados dentro de los últimos 10 años, es decir, dentro del periodo de prescripción. Durante su investigación, Valdivieso cerró el sumario sin acceder a carear a Karadima con sus cuatro acusadores, lo que para los denunciantes era un punto central en la investigación.
Al respecto, la defensa de Karadima argumentó que no habiéndose demostrado la existencia del delito, no correspondía carear a su defendido, más aún considerando que, según afirman, la salud del sacerdote es delicada.
El cierre de la investigaciuón por presuntos abusos sexuales contra Karadima tomó de sorpresa a toda la gente que seguía el caso.
Fuentes judiciales dijeron la semana pasada que la medida del juez se adoptó porque no se pudo probar los delitos imputados al sacerdote y tras considerar que las diligencias en el caso ya estaban agotadas luego de ocho meses de proceso.
Al padre Karadima también se le sigue un proceso canónico cuyos resultados, afirma la prensa local, podrían ser entregados en los próximos días por la Santa Sede.
El filósofo José Murillo, uno de los denunciantes, explicó a Ciper que la decisión de no apelar se relaciona con que sienten que son otros los que deben hacerse cargo de las consecuencias de las denuncias contra el sacerdote Fernando Karadima: “Hemos estado abiertos y dispuestos a careos y exámenes psicológicos. Pero esto ya no nos pertenece. Las autoridades, las familias, los colegios tendrán que hacerse cargo de lo que han visto. Hay más de 20 testimonios de personas que no se han puesto de acuerdo y han conocido de cerca a Karadima por más de 15 años (entre ellos una sobrina suya), que confirman un patrón abusivo en la manera de ejercer el sacerdocio. Se trata de un traspaso ético a la sociedad cuando la justicia muestra que llega a su tope”. James Hamilton, otro de los querellantes, precisa sus denuncias hechas el New York Times sobre el lobby ejercido ante el Poder Judicial e insiste en su “profundo pesar” por los obstáculos que se han presentado en el proceso.
Testigo clave en el caso
Una investigación de Ciper, publicada en agosto, reveló que el 10 de mayo pasado el sacerdote Hans Kast Rist, declaró ante la justicia en la investigación por abuso sexual contra Karadima, quien fue párroco durante 23 años (hasta 2006) de la Iglesia de Avenida El Bosque en Providencia y confesor y director espiritual de cientos de jóvenes de la elite económica y social. Entre ellos estaba el propio Hans Kast, su discípulo hasta que se distanciaron en 2005.
Kast declaró ante la Fiscalía que vio a Karadima besar a dos adultos jóvenes en la boca, afuera de su habitación en la parroquia y que a uno de ellos le pidió que el beso fuera con lengua.
Relató también que una vez vio a Karadima referirse a un adulto joven como su “dama de compañía”, a otro lo llamó “pololo” y a un tercero le tocó los genitales y las nalgas por fuera del pantalón. Que a veces algunos adultos jóvenes se quedaban hasta muy tarde con el padre Karadima y se iban de madrugada por la puerta de atrás de la parroquia, por calle Juan de Dios Vial.
El actual canciller del Arzobispado habló también de “los cuetos”, una expresión que usaba Karadima para referirse al sexo y que surgió a partir de un programa de televisión sobre sexualidad y relación matrimonial de Enrique Cueto. Y declaró que Karadima le pedía a James Hamilton que hicieran un “cueto profundo”.
James Hamilton fue uno de los principales denunciantes de Karadima, junto a José Andrés Murillo, Fernando Batlle Lathrop y Juan Carlos Cruz Chellew en el proceso que ha quedado aparentemente inconcluso.
La declaración de Kast le dio otra fuerza y cariz a las acusaciones contra Karadima en un momento en que buena parte de la elite católica conservadora no quería creer lo que se decía del sacerdote que había marcado generaciones. A los denunciantes Kast les da un respaldo inesperado y desconocido hasta ahora.
En su testimonio no sólo habla de toqueteos o juegos homosexuales, como algunos otros testigos. El canciller del Arzobispado sugiere que Karadima puede ser capaz de dominar las voluntades de jóvenes que se acercan a él confiadamente. De hecho, cree que puede ser necesario que se lo someta a un examen sicológico.
Kast relató a la Fiscalía que a veces Karadima parece querer reemplazar la figura paterna de algunos jóvenes, subvalorando a sus padres reales. Y dice estar preocupado por algunos adultos jóvenes y la influencia que se ejerce sobre ellos. Y se pregunta si no habrá víctimas en su grupo más cercano, personas a las que hay que ayudar a liberarse sanamente. Se pregunta si en Karadima no hay un “encantador espiritual”.
Por último, el sacerdote que declaró haberse alejado de allí aburrido del constante uso del lenguaje de doble sentido en el círculo más cercano a Karadima, se pregunta si lo que ocurre ahí no es un ambiente inflamable en el que basta una pequeña chispa para que ocurra un abuso mayor.
Karadima le respondió. En su círculo y ante el Fiscal. A éste último le dijo: “Encuentro una infamia y una falsedad lo que él dice. Fuimos muy cercanos durante 25 años, hice vacaciones con otras personas en su campo muchas veces, pero nos distanciamos en 2005, él se alejó, ignoro exactamente por qué… son infamias… No me explico el por qué de su actitud, quizás le cayó mal algo que dije sobre sus estudios o lecturas o sobre su intento de cambio de nombre”.
Y sobre el uso de la palabra “cuetito”, añadió: “En cuanto a lo que significa “cueto”, fue por un programa de la TV y para mí significa alguna conducta inmoral, indebida”.
Otro testimonio clave
Un testimonio que ahonda en la personalidad de Karadima ofreció también el sacerdote Fernando Ferrada Moreira, párroco de la iglesia Jesús Carpintero de Renca. Fernando y su hermano Andrés, también religioso, se formaron en El Bosque, al alero de Karadima, pero Andrés se separó hace algunos años del sacerdote.
Karadima, dijo Fernando Ferrada, tiene una personalidad fuerte “que impone su voluntad confundiéndola con la voluntad de Dios, y que confunde la salvación con hacer su voluntad e insiste en la obediencia.”
Fernando Ferrada sabe a los extremos que se pude llegar obedeciendo a Karadima. “A mí me alejó de mi hermano Andrés debido a que él se apartó de su influencia. Sólo ahora hemos vuelto a hablar después de mucho tiempo en que no lo hacíamos. Todo esto ha sido como un proceso paulatino de darme cuenta de lo que sucede”, declaró.
Distintos testimonios recogidos por CIPER muestran a un “Karadima público” que conocen los fieles y otro, muy distinto, que se despliega ante sus más cercanos. Es lo que dice F.G.B., quien se acercó a la parroquia a los 18 años, en los momentos en que su padre pasaba por una grave enfermedad.
Su testimonio es clave para la investigación judicial y también para la eclesiástica. Muestra a un Karadima contradictorio, cruel y obsesionado con el dinero. Dice: “Una vez lo vi vaciar las bolsas de la colecta de la misa suya, que era muy concurrida y se juntaba bastante dinero, y arrojar monedas y billetes al aire, diciendo ‘Y pensar que toda esta plata es mía’”.
Y añade: “Pero lo que más me desconcertaba era su actitud física, pues tenía la costumbre de dar golpecitos en la zona genital, como a la pasada. Lo vi muchas veces y también lo hacía conmigo. Siempre se iba a esa parte del cuerpo. También daba besos en la cara muy cerca de la boca; había que corrérsela, y a veces los besos quedaban ‘cuneteados’. Incluso me daba cuenta de que algunos de los jóvenes eran como expertos en esquivar la situación, como Horacio Valenzuela, el actual obispo de Talca, que era maestro”.
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