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sábado, 13 de noviembre de 2010

Puntos de Vista-Abogado Fernando Atria: El voto voluntario protege al que no quiere votar por lata


Por Juan Andrés Guzmán
Ciper

Abogado Fernando Atria
Para el constitucionalista Fernando Atria, la reforma que se estableció en la Constitución que la votación en las elecciones es voluntaria, en la práctica privatizó el voto. Para que la norma entre en vigencia es necesario aprobar una ley orgánica que defina cómo operará y ante el debate político abierto en las últimas semanas, Atria propone estudiar una fórmula que obligue a la gente a formalizar antes de cada elección que no votará. Un acto voluntario pero que exige una actuación explícita, de modo de que el no votar tenga un sentido político y no sea pura desidia. La propuesta salvaría el escollo de tener que reformar nuevamente la constitución y podría tener un efecto similar a la “desinscripción voluntaria” planteada hace algunos días por el académico Daniel Hojman.

C: La reforma que está siendo discutida se pensó para incorporar más votantes al sistema. Hay más de dos millones de personas no inscritas, muchos de ellos jóvenes, y eso les resta validez a las elecciones. ¿Por qué dice usted que lo que se está a punto de aprobar es una reforma nefasta?

–El problema que se trataba de solucionar es real y grave. Hoy los no inscritos están marginados completamente del sistema. No son interlocutores, no tienen derecho a participar. Y me parece que buena parte de ellos está expresando una opinión política al no inscribirse: no les gusta la democracia que tenemos. Por lo tanto esa decisión de “no votar” tiene sentido político. Ese sentido, sin embargo, sólo se manifiesta como automarginación radical. Es un sentido político que no puede manifestarse institucionalmente, por lo que queda flotando en el ambiente, produciendo un efecto generalizado de corrosión de la legitimidad de las instituciones representativas. No tiene sentido, por ejemplo, que alguien elabore un discurso de renovación de la política que intente dar cuenta de esa desafección, porque su auditorio principal no vota ni puede votar. De hecho, un discurso renovador como el de Obama, –más allá de cómo le esté yendo ahora–, no se podría levantar en Chile porque toda la gente a la que puede apelar, no vota. Me parece que la situación actual es el peor de los mundos para un sistema democrático y la urgencia es innegable. La inscripción automática es completamente imprescindible.

C: ¿Qué es lo nefasto de la reforma entonces?

–La modificación del régimen del voto: ahora es voluntario por mandato constitucional.

C: ¿Qué tiene de malo?

–Si el texto constitucional declara que el voto es voluntario, eso quiere decir que el voto es un asunto de interés privado, por lo que a nadie debe importarle si yo voto o no, del mismo modo que nadie tiene por qué interferir con la ropa que compro o la comida que como. El voto se transforma en algo privado que sólo le interesa al que vota. Eso es privatizar el voto. Pero en la democracia votar es un acto público: a todos nos interesa que todos votemos porque eso afecta la calidad de la democracia. El texto constitucional niega esto porque prohíbe al legislador imponer la obligación de votar. Esto es importante aunque parece “técnico”: si la constitución establece la voluntariedad del voto, eso quiere decir que el legislador no puede imponer su obligatoriedad cuando las circunstancias lo hagan recomendable; si la constitución nada dice al respecto, deberá el legislador decidir si, en ciertas circunstancias, es razonable que el voto sea voluntario. Haber consagrado constitucionalmente la voluntariedad del voto es una aberración.

C: No sé si los legisladores actuales, que tienen que definir el tema, no comprenden la relevancia del voto como un acto público. Tampoco sé si a muchos votantes actuales les interese la calidad de la democracia. Son argumentos un poco sofisticados para la realidad actual ¿no?

–Es posible, aunque ahora algunos parlamentarios de la Concertación se han ido dando cuenta del error de haberse comprometido al voto voluntario (no es la primera vez que después de los hechos nos dicen: “no queríamos eso”). Para que sea claro uno tiene que usar el lenguaje de la época, que es el lenguaje del economista: el que no vota es un “free-rider”, un aprovechador, porque profita de los beneficios de estar en una democracia pero no está dispuesto a poner de su parte lo necesario para mantenerla, que es necesaria para la democracia.

C: Hay gente que no vota porque no está de acuerdo con el sistema… No creo que entren en el grupo de los aprovechadores.

-Claro. Algunos no votan porque no creen en la democracia burguesa y esa opinión debe tener un espacio. Pero aclaremos: cuando se defiende el voto voluntario nadie está pensando en proteger la opinión de los críticos del sistema que desean provocar su colapso, sino en el caso del tipo que pura y simplemente no tiene ganas de votar, porque ese día hace mucho calor, etc. Y ése es un tipo que quiere vivir en una democracia pero no está dispuesto a hacer lo necesario para sostenerla. El aprovechador es el que quiere que haya límite de velocidad en la calle para andar seguro, pero no quiere que se lo apliquen a él. Es evidente que al aprovechador hay que obligarlo a cumplir. Y es también evidente que la coacción para evitar el free-rider no es una limitación de la libertad, sino una condición de posibilidad de la libertad.

C: No parece democrático obligar a las personas a votar.

–Hay algo de cierto en eso. Por supuesto que, en igualdad de circunstancias, sería preferible que los ciudadanos votaran porque entienden que ése es su deber político, aun con voto voluntario. Pero en nuestras condiciones actuales, en que la participación política carece de sentido para muchos ciudadanos, declarar al voto voluntario es agudizar la crisis: es decirle a los ciudadanos que todavía creen que su participación política tiene sentido que están equivocados, que no sean tontos, que votar no tiene un sentido público porque es cuestión de cada uno. Ahora bien, hoy el hecho es que la constitución manda que el voto sea voluntario. Es una regla constitucional nefasta, pero ahí está. Y como lo acaba de comprobar el presidente del Partido Socialista, Osvaldo Andrade (y es presumible anticipar que lo comprobará el de la democracia Cristiana, Ignacio Walker), hoy es políticamente inviable reforma la constitución para eliminar esa regla nefasta. Pero todavía es posible solucionar el problema. Que el voto sea voluntario quiere decir que no es ilícito que alguien decida no votar. Pero no quiere decir que cualquier manera de expresar la decisión de no votar deba ser jurídicamente válida: es voluntario dar testamento, pero si usted quiere que la ley reconozca ese testamento debe hacerlo en la forma que lo manda la ley. Votar es voluntario, pero la ley puede disponer, por ejemplo, que el que no quiere votar debe declarar su voluntad de no hacerlo en los 30 días previos a la elección, en una comisaría, de modo que habiéndolo hecho no tiene castigo por no votar. En ese caso usted puede decidir libremente si votar o no votar. Lo que pasa es que no cualquier manera de no votar es válida. Si usted se queda viendo tele en la casa porque le da calor ir a votar, eso no vale.

C: Entiendo: esto no puede ser una reforma para los flojos.

–Es políticamente importante distinguir entre el que piensa que votar hoy es un acto que carece de sentido, por el sistema binominal, por ejemplo, y que entonces da a su no votar un sentido político, y el que “no está ni ahí”. La idea democrática supone respetar la posición del primero, pero no la del segundo. Interesa a todos lo que pasa en la elección.

C: Hay un problema con el sistema electoral chileno que me parece que esta reforma –se haga como se haga– no soluciona y es el sistema binominal. Según usted ha argumentado, este sistema se encarga de hacer las elecciones irrelevantes porque el que gana y el que pierde obtienen la misma cantidad de parlamentarios. El sistema binominal tiende al empate y a anular a la mayoría.

–Efectivamente los problemas constitucional chileno son variados y solucionar uno de sus aspectos no es una solución completa ni mucho menos. Lo que explica el hecho de que la participación política haya bajado es que nada importante se juega en una elección parlamentaria: el voto es irrelevante porque hay una serie de mecanismos, el principal de los cuales es el sistema binominal, que intervienen la voluntad popular haciendo que nada importante se juegue en las elecciones. Por supuesto, eso es parte de lo que explica la masiva no inscripción que tenemos hoy. Si el sistema binominal fuera abolido y reemplazado por uno en el que de las elecciones parlamentarias dependiera algo importante, lo probable es que la marginación empezaría a disminuir. Esa es la reforma de verdad. Pero el hecho de que ésa sea la reforma de verdad no implica que aquí no tengamos un problema.

C: Pero yendo a un caso concreto: en 2005 en las senatoriales de la Décima Región Norte compitieron Allamand y Frei y ganaron Allamand y Frei. Es decir, la votación popular sólo servía para refrendar la elección hecha previamente por los partidos. Es comprensible que a la gente le de lata ir a votar a elecciones como esa ¿no? ¿O usted cree que con más votantes esa elección habría sido distinta?

-Por el solo hecho de meter más gente al sistema no cambiará nada, eso es verdad. Sin embargo, creo que si al sistema binominal le sumamos el actual sistema de inscripción, tenemos una maquinaria que parece diseñada para que las instituciones democráticas importen cada vez menos. Más aún, creo que precisamente en las condiciones actuales de una democracia intervenida, tener a un tercio de la población excluida del sistema es lo más funcional a la mantención de este sistema intervenido. Que esa desafección no se manifieste institucionalmente es lo que Jaime Guzmán habría querido, porque el ideal de la derecha es precisamente un mundo sin política. O sea, que voten sólo los inscritos, lo que da a los ricos sobrerrepresentación política, porque son los ricos los que más se inscriben. Es urgente cambiar este sistema aunque no vaya solucionar todo.

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