Diario La Tercera de Chile
Incertidumbre en la economía europea
La crisis en Irlanda muestra las limitaciones de la UE y vuelve a abrir dudas sobre la situación internacional.
Ya en abrgil pasado fue evidente la gravedad de los problemas europeos, cuando la crisis griega contaminaba los sistemas bancarios de los países de la Unión, y hubo que improvisar un rescate con recursos del Banco Central Europeo (BCE), de la Unión Europea y del Fondo Monetario, por una cifra equivalente a más de un trillón de dólares americanos. Luego de esa intervención, el costo de financiamiento para países como Grecia, Irlanda y Portugal retomó su tendencia al alza. Seis meses después, Irlanda revive la amenaza, con sus bancos utilizando masivamente préstamos de emergencia del BCE.
La Unión Europea, con muchos de sus miembros enfrentando enormes problemas fiscales, no ha logrado convencer a los mercados que no habrá pérdidas para los acreedores de sus bancos. Dada la noción que el colapso de la banca de un país de la Unión acarrearía rápidamente al resto, la crisis de un país miembro, como lo muestra Irlanda, sigue agitando a la Unión, que no da con soluciones definitivas para enfrentar las oleadas de inestabilidad.
En último término, la crisis europea deriva de que ante problemas bancarios graves los gobiernos terminan, indefectiblemente, comprometiendo sus propios recursos fiscales. La falta de una autoridad fiscal única en Europa dificulta este mismo proceso en la Unión. Estados Unidos o Japón enfrentan hoy mayores problemas -en cuanto a nivel de refinanciamiento de deudas o de ajuste fiscal adicional requerido- que la Unión Europea considerada como un todo. Pero, en lo fiscal, la UE no es un todo. Y detrás de variadas situaciones fiscales, algunas graves y otras relativamente sólidas, hay diferentes contribuyentes, todos reacios a cargarse de deudas, especialmente si son ajenas.
Lo que une a los contribuyentes de la Unión es el temor a que la crisis bancaria de otro estado miembro contagie la propia banca, lo que por alguna vía debería conducir a que todos ellos concurran finalmente a soportar a todos los sistemas bancarios de la región. Pero ese proceso de socialización de pérdidas privadas, ya difícil en un país, supone transacciones mucho más costosas cuando son varios los países involucrados.
La noción de una integración monetaria europea sin ningún fisco respaldando la moneda común y, al mismo tiempo, de una autoridad monetaria sin compromisos con ningún fisco, se ve en problemas frente a una realidad que llama a transformar en deuda soberana la deuda que los bancos privados de la Unión no podrán pagar. Y está probando ser muy difícil que las instituciones de la Unión concreten las transferencias que han logrado con más expedición los países con autonomía fiscal y monetaria para rescatar sus propios sistemas bancarios.
De lo anterior resulta que Chile debe estar preparado, eventualmente, para una crisis mayor si los mercados exigen respuestas más veloces que las posibles para la UE; y, al menos, para una incertidumbre financiera sostenida. Nuestras autoridades deberían estar muy conscientes de que Chile puede enfrentar en cualquier momento cambios bruscos en el escenario económico externo, y muy atentas a no permitir que, como en Estados Unidos, España o Irlanda, el optimismo privado y la pasividad de autoridades que no pusieron freno a tiempo lleven a burbujas en precios y vulnerabilidad en el sistema financiero. Todos los países que hoy enfrentan graves dificultades erraron en su momento juzgando que la exuberancia ambiente era justificada y sostenible.
Diario Los Tiempos de Bolivia
Cuestionable política monetaria
La decisión de apreciar nuestra moneda frente al dólar puede convertirse en el tiro de gracia al ya muy alicaído sector exportador de nuestro país
Hace algo más de una semana, cuando los países más desarrollados del mundo, además de los “emergentes”, se reunieron en Seúl para delinear un plan de acción común para afrontar la crisis económica global, fracasaron en su principal objetivo de evitar el desencadenamiento de una “guerra de divisas”. Es verdad que suscribieron una declaración de buenas intenciones en ese sentido, pero nada que tenga algún valor práctico y no sólo lírico.
En los hechos, las primeras escaramuzas de la tan temida “guerra de divisas” están ya librándose y no hay país, cualquiera sea el lugar que ocupe en el escenario económico mundial, como Bolivia, que pueda sustraerse de todo lo que eso significa. Y como suele ocurrir en toda guerra, es necesario un plan de acción, una táctica y una estrategia bien meditadas para minimizar los daños y maximizar los potenciales beneficios de las batallas económicas que ya se ven venir.
Es por eso que los economistas, pero especialmente las autoridades monetarias de todos los países del mundo, están recurriendo a todos sus conocimientos y experiencia para interpretar acertadamente los indicadores para aconsejar unos, y adoptar otros, las medidas que juzguen más convenientes.
Todos están de acuerdo en que China y Estados Unidos, en ese orden, son los principales protagonistas y todos los demás países, incluso los europeos, tendrán que conformarse con jugar un papel secundario muy sometido a los movimientos que hagan los dos primeros. Y según cómo se vaya pintando el panorama, tomar sus propias decisiones.
Por ahora, y muy en contra de sus declaraciones de buenas intenciones, las autoridades de la Reserva Federal de Estados Unidos han decidido enfrentarse a los chinos con sus mismas armas: devaluar su moneda inyectando alrededor de 900 mil millones de dólares en la economía mundial. Por su parte, China, desoyendo las súplicas del resto del mundo y las poco convincentes amenazas estadounidenses, se niega a valorizar su moneda para seguir expandiendo su capacidad exportadora con la que está adueñándose de los mercados del planeta entero.
Ante tal escenario, casi todos los países han optado por seguir los pasos de los dos colosos sumándose a una carrera proteccionista. Todos quieren mantener sus propias monedas baratas para proteger a sus exportadores, por lo que se prevé que “guerra de divisas” se reproducirá también a escala latinoamericana.
En ese contexto, las autoridades económicas gubernamentales han optado por ir contra la corriente. Han anunciado que su apuesta será por apreciar el boliviano. Y aunque han dicho que tal medida no será “traumática”, no han podido evitar que el solo anuncio haya sido suficiente para que cunda el miedo entre los pocos exportadores que todavía quedan en nuestro país.
Asfixiar las exportaciones e incentivar las importaciones, que es lo que está haciendo el gobierno, puede tener algún sentido si, y sólo si, se tiene la mirada puesta en el muy corto plazo para mantener bajos los precios en el mercado interno. Pero a mediano y largo plazo puede ser un grave error, sostienen varios entendidos, pues puede convertirse en el tiro de gracia al ya muy alicaído sector productivo nacional.
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