Por Rafael Poch
La Vanguardia
Nunca en Europa nadie se había atrevido a poner en cuestión la pertenencia a la zona euro de uno de sus miembros. Lo hizo la Canciller Alemana, Angela Merkel, (la semana pasada) en el congreso de su partido, la CDU, celebrado en Karlsruhe. Dijo que el ingreso de Grecia en el club del euro fue una "decisión irresponsable". Por si sola ésta afirmación ya merecía un gran titular de prensa: "Merkel dice que Grecia no debería haber entrado en el euro", pero no lo fue, lo que dice mucho sobre nuestra conciencia acerca de lo que está ocurriendo: la brecha que se está abriendo en la Unión Europea.
El mismo día, el primer ministro griego, Yorgos Papandreu, acusó a Alemania de "crear una espiral de intereses altos para los países endeudados que están en una posición difícil, como Irlanda y Portugal". Era su queja por la propuesta de Berlín de que los mercados debían prepararse para asumir los costes de una posible quiebra, algo que en sí mismo no está mal, pero que según cómo se dice genera desastre, pues la consecuencia inmediata es el ataque especulativo sobre los bonos de deuda de esos países. "Es como decirle a alguien, "como estás en dificultades, te lo voy a poner aun más difícil", explicó Papandreu. Se repetía así la situación del anterior rescate griego, cuando la demora de Merkel disparó el coste de la operación.
Maravilla del mundo
La crisis está poniendo a prueba a todas las potencias económicas. Es la hora del egoísmo nacional, tanto en América como en Asia o Europa. Pero en Europa no somos una nación, sino un conjunto de naciones unidas (provincias) con una misma moneda. El egoísmo nacional tiene aquí una naturaleza completamente diferente, y mucho más destructiva, al de Estados Unidos o China, porque actúa contra el conjunto y es una especie de invitación al suicidio. Quien quiera ser líder europeo debe estar por encima de la mera estrategia nacional y afirmar una perspectiva válida para todos. La crisis europea a la que estamos asistiendo tiene mucho que ver con la incapacidad de Alemania para ejercer ese papel.
Imposibilitada para afirmarse militarmente desde su derrota de 1945, la estrategia nacional alemana de posguerra fue la de afirmarse por otros medios, los económicos. La norma fue envolver intereses alemanes en paquetes de intereses multinacionales, transatlánticos y sobre todo europeos, de tal forma que los intereses nacionales se perdían de vista. La "política europea" de Alemania fue un imperativo de nación exportadora. El euro fue una operación alemana y ha beneficiado, sobre todo, a Alemania. El país ha pagado mucho –los alemanes lo recuerdan constantemente y se presentan incluso como víctimas de la moneda común- pero ha ingresado aun más gracias al mercado unificado europeo y a su moneda única.
Berlín tiene como prioridad en esta crisis, "que Alemania salga fortalecida de ella", volvió a decir Merkel en el mencionado congreso de Karlsruhe. "Ya lo estamos consiguiendo: hoy Alemania está mejor que los demás países". "Muchos en el mundo se maravillan del nuevo milagro alemán", resultado, dijo, de un pueblo, "que se levanta pronto y trabaja duro". El mensaje es que el que va mal es porque es un perezoso, y los griegos forman parte de esa categoría, tal como algunos medios de comunicación alemanes explicaron de forma harto irritante a principios de año.
Alemania es un país encerrado hacia adentro. Que lo sea, digamos, Dinamarca, Estonia o Portugal, no sería grave, pero Alemania es la locomotora económica de Europa y eso cambia las cosas sustancialmente. Su política europea viene determinada por prioridades internas. Ocurrió con las reservas y titubeos que encarecieron el rescate griego, cuya causa era las elecciones regionales en Renania del Norte-Westfalia. Merkel no quería dar la impresión de que entregaba el dinero de los alemanes a los griegos perezosos (que vivían mucho mejor que los alemanes y a su costa, según algunos informes) y arruinó aun más al gobierno de Atenas, provocando el encarecimiento especulativo de su deuda. En el congreso de Karlsruhe se ha repetido el mismo reflejo. La enorme referencia a que Grecia no debería haber ingresado en la zona euro la mencionó la Canciller como medio de atacar a sus rivales del SPD. Aceptar a Grecia en el euro en el año 2000, fue una decisión de los socialdemócratas "irresponsable y que ignoró la realidad". Cuando dijo eso, Merkel pensaba en el SPD, de la misma forma en que cuando retrasó el rescate a principios de año pensaba en Renania del Norte-Westfalia. ¿Una política europea condicionada por la rivalidad entre partidos o elecciones regionales de una de sus provincias? Si, y también, y sobre todo, por los intereses de la exportación alemana.
La estrategia alemana consiste en lograr superávit de su balanza comercial a costa de los demás. Alemania vende el 60% de sus exportaciones en Europa. Los países en crisis de la zona euro ya le están comprando mucho menos: Grecia un 32% menos, Irlanda un 25%, España un 20% y Portugal un 7,2%. La política de austeridad unilateral aun va a mermar más esa menguante capacidad de compra de productos alemanes. Esa política sería racional si fuera acompañada de medidas que estimularan el consumo y el gasto en los países europeos con superávit y sin problema real de deuda, como Alemania, Dinamarca, Finlandia y otros, porque contribuiría no a incrementar sino a nivelar la eurozona.
Alemania ya ha perdido en Europa el equivalente al 6% del total de sus exportaciones mundiales, pero no le va mal porque de momento esa pérdida se compensa con importantes incrementos de sus ventas a China y Estados Unidos, gracias a un euro bajo y a que mantiene estancados desde hace años los salarios de los trabajadores alemanes. Esa estrategia se parece a una ruleta rusa, porque nadie puede dar garantías de futuro sobre la salud de esas alternativas, menos aun cuando los interesados ya comienzan a afirmar su propio proteccionismo, como ocurre con la actual política de dólar barato de Estados Unidos. El éxito alemán es un castillo de naipes y una calamidad para la Unión Europea, pero el gobierno alemán se aferra a esa construcción de forma ciega y temeraria. "No nos dejaremos castigar por exportar buenos productos "made in Germany", dijo Merkel el lunes. La frase arrancó una de las dos ovaciones de sus compañeros de partido durante el discurso de hora y media de duración.
Lo de siempre no funciona
Hace 170 años, en el albor del nacionalismo, Heinrich Heine explicaba así la diferencia entre el patriotismo francés y el alemán:
"El patriotismo del francés significa que su corazón se ensancha con el calor y en esa expansión ese calor ya no abraza sólo a su pariente cercano, sino a toda Francia y a todo el mundo civilizado". Basado más en reflejos de superioridad cultural que en valores universales, el patriotismo del alemán, explicaba Heine, "significa que el corazón se contrae y se encoje como la piel ante el frío, entonces el alemán odia todo lo extranjero, ya no quiere ser ciudadano del mundo sino sólo un alemán provinciano".
El recientemente fallecido Tony Judt concluye su libro sobre la historia europea desde 1945 (Postwar) con esta cita del poeta alemán para ilustrar las dos posibilidades que Europa tiene hoy ante si. Si Europa adopta una actitud "germánica", defensiva y provinciana, contrayendo su corazón, la Unión Europea no pasará de ser una suma intrascendente de los intereses egoístas de sus miembros, pero si Europa, dice, captura el espíritu de la idealizada Francia evocada por Heine, intentando "abrazar a todo el mundo civilizado", se podrá llegar a algo superior y diferente. La actual crisis europea nos enfrenta a este dilema y la respuesta está siendo germánica.
Los periodistas no estamos siendo capaces de explicarlo. Nuestros periódicos reparten los datos de esta crisis entre las secciones de economía e internacional, con el resultado de algo parecido a un rompecabezas fragmentado y confuso. En realidad lo político es inseparable de lo económico y viceversa. Lo que ocurre es que el país más importante de Europa no está proponiendo una estrategia europea, universalista, en esta crisis, sino que está imponiendo -y arrastrando de la oreja en ello a una Francia reticente que murmura- una estrategia nacional exportadora. En la UE el egoísmo es lo de siempre, pero ahora "lo de siempre" ya no funciona, y alguien debería darse cuenta de ello. La gran pregunta es si es posible hacer algo que merezca la pena, sin remediar el "defecto de fábrica" de la UE: con la actual carcasa, antidemocrática, construida de arriba abajo, y basada en intereses bien alejados a los de la Europa social que son gobernados por lobbys empresariales, ¿se puede hacer algo que valga la pena?
Fuera del mundo y sin proyecto universal
"El gran mundo es para nosotros un mal, un mal necesario pero un mal. Lo que nos gusta es vivir para nosotros y entre nosotros", dice Thomas Schmidt, editor del conservador Die Welt, que propugna una política exterior activa y decidida. "Veinte años después de la reunificación, no hay rastro de una política exterior digna de tal nombre", se queja Schmidt. En realidad sí que hay política exterior, lo que pasa es que, en su dimensión europea, lo que Alemania propone e impone al resto, se percibe como mera política nacional alemana, egoísta y carente de impulso universalista, y algo así no puede ser bien acogido como propuesta para todos en un conjunto supranacional, que exige –y ahora ya es una cuestión de supervivencia para la UE- una definición del interés general europeo que supere la mera correlación de fuerzas egoístas entre países. La Unión Europea cruje con este liderazgo, como crujiría con cualquier otro que se le presentara en estos términos.
Alemania es el primado de la política interior. La impresión de llegar a Berlín, desde Pekín, Moscú, Washington e incluso París, es la de haber dejado de vivir, y estar, en el mundo. Alemania tiene sus think tanks de política exterior –en general muy pobres- y su información internacional en los medios de comunicación, pero no está en el mundo ni reflexiona sobre él, sino que nada en su propia salsa. No tuvo imperio colonial, ni experiencia de contacto de ultramar, lo que en otras latitudes europeas acabó imprimiendo cierto cosmopolitismo –¿quien iba a decirlo?- al europeo racista de Lisboa, Rotterdam o Londres. Algo parecido ocurre con el llamado "multiculturalismo". Alemania tiene millones de extranjeros, con o sin ciudadanía alemana, viviendo en el país, pero carece por completo de interacción. La "integración" no significa ni conlleva mestizaje en Alemania, sino que consiste en convertirse por completo en alemán, pagando el precio de perder en el proceso cualquier otra identidad cultural.
El filósofo social y ensayista Heleno Saña, uno de los españoles más veteranos en Alemania y el que más ha reflexionado sobre este país, observa que Alemania, "no ha aprendido a aceptar todavía sin reservas mentales el "Anderssein" de los demás pueblos, culturas y civilizaciones como algo no solamente normal sino altamente fecundo". No lo ha aprendido, dice, "porque en su fuero interno sigue considerándose como un pueblo elegido y superior a los demás, a pesar de que su rotundo fracaso histórico como nación demuestra más bien que algo muy profundo y esencial falla en su psique colectiva". "Los alemanes", continúa, "olvidan a menudo que la mayor parte de extranjeros residentes aquí pertenecen a pueblos portadores de culturas no menos antiguas y universales que la suya propia, aunque los emigrantes como tales sean gente de extracción humilde". "Pero cultura es algo más que formación intelectual y libresca, y si el nivel cultural o escolar de los extranjeros que trabajan y residen en Alemania es, en general, inferior al de la población nativa, no creo que pueda decirse lo mismo de su calidad humana". "A menudo parapetados detrás de sus aires de superioridad, los alemanes prestan poca atención a los valores humanos y culturales de las minorías étnicas afincadas aquí, perdiendo con ello la oportunidad de enriquecer su propia personalidad", concluye este autor español residente en Alemania desde los años cincuenta.
En un momento en el que la tentación xenófoba vuelve a estar de moda en Europa, esta reflexión tiene una lectura muy general que en muchos aspectos trasciende a una sola nación. Nos devuelve a la alternativa planteada por Tony Judt a propósito de la cita de Heinrich Heine. La Europa del egoísmo, de los banqueros y lobbystas que ha privatizado la política, las cuentas públicas y los medios de comunicación, conduce al callejón sin salida provinciano. Hoy esa Europa tiene como conductor a Alemania, un país con poco mundo y sin proyecto universal.
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