Por Hugo Latorre Fuenzalida.
Cada etapa histórica adapta su estructura organizativa de sociedad a las fases culturales de sus pueblos. Así, en el siglo V a. de c., el mundo griego adopta las “Polis” como forma de administrar de manera democrática sus comunidades, ya que desde la tiranía de Pisístrato se venía dando una expansión enorme de la cultura, a raíz de la orden de manuscribir, en papiro importado de Egipto, lo que antes fue la tradición puramente referida de manera oral.
Este cambio, aparentemente insignificante, generó una verdadera revolución cultural que determinó, finalmente, una nueva forma de gobierno y de participación, con un hombre verdaderamente nuevo, cuya impronta histórica llega hasta nuestros días, traducido como sujeto y ciudadanos adscrito a derechos. Este fenómeno no se repetirá hasta la invención de la imprenta, por Gutemberg, que impulsará, en buena medida, la revolución cultural del Renacimiento.
Durante el siglo XVI, las pequeñas ciudades estados autónomos de Italia, constituyeron la luz cultural del mundo renacentista; sin embargo, Francia e Inglaterra integraban sus territorios en espacios más extensos, los que, al tomar los adelantos organizativos (políticos) definidos desde la intelectualidad radicada en Italia (Maquiavelo) y los adelantos militares forjados con la tecnología innovada, superan y arrasan con las sabias pero débiles ciudades estados de Italia.
Francia e Inglaterra, lograron forjar las nuevas organizaciones aptas para dominar en el mundo moderno: los Estados nacionales. En cambio, la culta ciudad estado italiana, demoró varios siglos en hacerlo, y eso costó, a éstos, soportar las invasiones y empoderamientos de naciones extranjeras, hasta borrar su preeminencia, surgida de sus cualidades destacadas, desde el renacimiento en Florencia y Venecia.
La península Ibérica, que mantuvo una preeminencia territorial y de poder político desde el siglo XV en Europa, al momento de producirse la transferencia de la nueva ciencia, desde el Medio Oriente y lejano Oriente, se conforma con usufructuar de los bienes comerciales y de su “lingotismo” aurífero y argéntico, extraído de sus colonias en América.
Expulsa árabes y judíos y se queda sin la base transmisora de la nueva expresión del saber mundial, que daría paso a la “nueva ciencia” y al nuevo emprendimiento capitalista, que derivó de esos mismos elementos de emprendimiento económico e intelectual; es decir, se deshizo de la delgada capa de burguesía emprendedora y se quedó con la conducción de una pesada aristocracia terrateniente, militar y religiosa, que en nada ayudaría para superar el “antiguo régimen”, que pronto iría quedando atrás en la historia europea.
La base explicativa, entonces, de por qué una potencia mundial, como España y Portugal, decae y naciones nacientes, como Inglaterra y Francia surgen como pilares del poder mundial moderno, radica en esta combinación entre unidad críticamente aceptable, en términos de dimensión y organización territorial y política, pero también la incorporación exitosa a la nueva corriente que genera las ventajas económicas de más largo plazo: tecnología y producción industrial, con su clase que la impulsa: la nueva burguesía europea.
Las guerras napoleónicas activan la necesidad de crecer en tecnología para el conflicto y el dominio del comercio; Alemania demorará más de un siglo en integrarse y alcanzar la unidad de sus territorios en un estado único, lo que le llevó a rezagarse en su desarrollo con respecto a las potencias emergentes.
Como la ciencia y la industria no atrajo la energía del mundo germánico de esa época, entonces fueron los grandes mamotretos filosóficos y la música lo que ocupó al inquieto genio teutón; el romanticismo se forjó desde allá, pero también el idealismo filosófico, que tanta repercusión tendría en el pensamiento político filosófico del siglo XIX y XX; pero la economía y la preeminencia política, recién asomará por allá a finales del siglo XIX, para estar presente en las dos grandes conflagraciones mundiales, durante el siglo XX.
La modernidad, que venía gestándose con la nueva ciencia y el nuevo pensamiento racionalista, sólo es reconocida cuando los estados nacionales adquieren capacidad de gestionar procesos autonómicos de expansión y crecimiento, soportados en la nueva clase burguesa, la calificación de la ciudadanía (estado de derechos ciudadanos) y la división de poderes (de absolutismo a democracia).
Es entonces que la sociedad comienza a disolver sus estamentos y a movilizar reivindicaciones que daría un nuevo empuje integrador, libertario y formalmente democrático. La emergencia de una nueva clase económica (burguesía industrial), una nueva base política (formalidad democrática) y una nueva cultura ilustrada (racionalismo científico), constituyen las bases sobre las que se edifica la modernidad. El estado nacional será su crisol, es decir la organización que mejor da cabida a su desarrollo, superando a los imperios y a los pequeños estados-ciudades.
¿Cuál es ahora la organización que mejor puede alojar la nueva estructura mundial del desarrollo?
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