Por Rafael Poch
Ser solidario, aspirar a la justicia y buscar un orden social y un mundo mejores, está feo. Es ingenuo, y si te descuidas sólo sirve para hacerles la cama a los terroristas y dictadores de un mundo de telediario de cadena privada, universo de verdades teológicas que se divide en buenos y malos, "democracias" y "dictaduras". Para ser "realista", hay que defender las canalladas del poder instituido, tanto a nivel nacional como mundial.
Ser sindicalista, por ejemplo, defender los derechos laborales, y hacer huelga es algo "trasnochado". Protestar contra políticas supuestamente "sin alternativa", fundamentadas en la "coyuntura económica", la "situación internacional", o la "tendencia demográfica", políticas que son decididas por instituciones (desde el FMI y Wall Street, hasta Bruselas, pasando por la OTAN) no electas y que quedan fuera del alcance de todo voto, todo eso, está pasado de moda. Tener ideales es lo que los catalanes describimos en nuestra lengua como "soñar tortillas", ser un iluso.
El mensaje de que hay que estar con la gente que manda, es tan antiguo como la historia, pero ahora se presenta como algo moderno y rompedor. Lo que se lleva es ser malo, retro, egoísta y de derechas. No pensar en colectivo, sino en individuo. Tú solo en la intimidad con tu ordenador, y bien atento a la cotización de las acciones de bolsa, único valor verdadero y real... Un poco de todo eso es lo que sugiere el término "buenismo".
En España nació en la caverna intelectual de la FAES, el "think tank" que preside José Maria Aznar, entre los recursos para la defensa abierta de la barbarie racista israelí contra los palestinos, de la guerra y contra el pacifismo, o de la interpretación franquistoide actualizada de los valores nacional-católicos. Es "buenismo" defender los derechos de los palestinos, de los emigrantes, incluido el respeto a sus creencias religiosas y hábitos culturales -y en ese contexto el "buenismo" se invoca para denunciar supuestos "filoterrorismos" e integrismos, o para reivindicar el viejo y rancio racismo y la intolerancia a lo diferente y extranjero. Es "buenismo" practicar o predicar la solidaridad -y en ese contexto el "buenismo" es invocado para fomentar el egoísmo y el darwinismo social... En cualquier caso, ese concepto suele ser utilizado como cuña para introducir la normalización de esquemas que hasta hace poco se consideraban éticamente dudosos o inadmisibles.
El "buenismo" de la FAES no fue un invento celtíbero, sino una mera traducción al español (entre tanto ya han surgido variantes "autonómicas") de la cocina intelectual "neocon" de Estados Unidos. Allá el desprecio a los "Good minds", su equivalente, se creó en los años ochenta y noventa en el contexto del debate sobre el multiculturalismo, para ridiculizar posiciones feministas, sexualmente heterodoxas y antiracistas, y casi siempre vinculado retóricamente con el latiguillo sobre lo "políticamente correcto".
Hoy en Europa, quienes emplean el término "buenismo" hablan también de transgredir lo "políticamente correcto", refiriéndose con ello a aspectos del consenso social europeo desde la posguerra: seguridad y nivelación social, solidaridad, antifascismo, anticolonialismo, que hay que superar en nombre de un "realismo" postmoderno. Se intentan presentar como convencionalismo y actitud blandengue e ingenua, conceptos y consensos éticos de la cultura democrática prácticamente institucionalizados en los últimos cincuenta años o más.
En la Europa de hoy la crisis está dando un nuevo vigor al eterno intento de reventar ese consenso, lo que precisa de determinados recursos retóricos. Ahí se sitúa el uso como comodín del "buenismo" y sus referencias a lo "políticamente correcto". Se trata de allanar el terreno a esa reacción restauradora que nos conduce de regreso al antiguo régimen, acabando de vaciar por completo de contenido real el sacralizado (y por tanto exento de ser analizado críticamente y revisado) concepto de democracia, reducido a votar de vez en cuando en consultas que suelen dejar fuera casi todo lo verdaderamente importante. Se presenta como ideología rompedora, realista y moderna, el mensaje más antiguo del mundo, que no es más que la fiera parda de siempre, la agresiva reacción de todas las crisis europeas de nuestro siglo XX. La versión alemana del término, "Gutmensch", "Gutmenschlichkeit", etc., lo sugiere con inquietante claridad.
Un estudio de la Unión Alemana de Periodistas y del Instituto de investigaciones sociales y lingüísticas de Duisburg, sitúa el origen del concepto en el año 1941 y discute si fue obra del propio Goebbels o invento de un redactor del "Der Stürmer", un semanario nazi que tenía una tirada de medio millón de ejemplares. Lo que está claro es el origen nazi del concepto y que la primera utilización del "buenismo" en Alemania fue para describir y descalificar a los partidarios del Cardenal von Galen (1878-1946), entonces obispo de Münster, que se atrevió a denunciar públicamente la matanza sistemática de disminuidos físicos y mentales practicada por el nazismo en vísperas del holocausto.
Por eso, no es ninguna casualidad, sino algo completamente lógico e históricamente coherente, que el economista Thilo Sarrazin invoque en la Alemania de hoy el "buenismo" para arremeter contra los pobres y emigrantes que merman el Estado social, y mencione su propia "incorrección política" para introducir ideas clásicas alemanas de la eugenesia nazi, en su libro "Alemania se disuelve", que ha vendido más de un millón de ejemplares en poco más de un mes.
Von Galen se opuso a la eugenesia nazi y en 2005 fue beatificado. Un típico idealista, tontorrón, cargado de buenas intenciones, que no comprendía la científica dimensión de la moral de su tiempo. Por eso, hermanos y hermanas, cuando os llamen "buenistas", regocijaos, que estáis en la buena vía.
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