Por Leonardo Boff
En un artículo anterior abordábamos la energía como uno de los mayores enigmas del universo, especialmente la Energía de Fondo que sustenta el cosmos y cada ser. Ahora vamos a concentrarnos en la agroenergía, la más ansiada en los días actuales a causa del agotamiento creciente de la matriz energética fósil. Es como una especie de Arca de Noé salvadora del sistema actual.
Naturalmente, la energía, poco importa su tipo, es imprescindible para todo, particularmente es el motor de la economía de mercado, y para todas las civilizaciones.
Quien quiera tener un resumen bien fundamentado del tema en una perspectiva global, pasando por los países productores y analizando los principales agrocombustibles y la bioenergía en general, debe leer el libro de François Houtart, La agroenergía: solución para el clima o salida de la crisis para el capital (Ed. Ruth, 2009). El autor, sociólogo belga, es muy conocido en todo el tercer mundo por haber creado en Lovaina un Centro Tricontinental donde forma cuadros del más alto nivel, venidos del Gran Sur, entre ellos muchos brasileros, para actuar de forma transformadora en sus respectivos países. Es uno de los fundadores y animadores del Foro Social Mundial.
La utilización de energías renovables obedece a dos imperativos: el primero, la corta longevidad, cerca de 40 años, del petróleo; del gas, 60 y 200 para el carbón. El segundo, es la protección del medio ambiente y el control del calentamiento global que, si se descuida, pondrá en peligro toda la civilización.
Así y todo, un sustituto de la energía fósil no es alcanzable aún a medio plazo. En 2012 la agroenergía representará solamente el 2% del consumo global y podrá llegar en 2030 al 7%, suponiendo que se utilice el conjunto de las tierras cultivables de Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur. Si se utilizaran todas las superficies productivas de la Tierra alcanzaría el equivalente a la producción de petróleo, que es de mil cuatrocientos millones de barriles/ día. Las demandas actuales se elevan a tres mil quinientos millones, tendiendo a subir. Aquí surge un impasse sistémico, que debería de obligar a pensar en otro modo de producción y de consumo, menos energívoro.
Si hubiese sentido de futuro colectivo, compasión para con la humanidad sufriente, gran parte de ella sometida al hambre, la escasez de agua potable y todo tipo de enfermedades, y si predominase el cuidado de la Madre Tierra contra la cual estamos llevando a cabo una guerra total, en el suelo, en el subsuelo, en los aires, en los ríos y en los océanos, pensaríamos seriamente en cómo encontrar un modo de habitar el planeta con más sinergia con los ritmos de la naturaleza, con responsabilidad colectiva para la inclusión de todos y con benevolencia hacia la comunidad de vida. Ahora sería la gran ocasión. Pero nos falta sabiduría y todavía creemos en las posibilidades ilusorias del desastroso sistema capitalista que nos ha llevado al impasse actual.
El drama que envuelve a las energías alternativas reside en el hecho de que han sido secuestradas por la lógica del capital. Éste tiene como objetivo el lucro creciente y nunca toma en consideración las «externalidades», que no entran en el cálculo económico (como la degradación de la naturaleza, la polución del aire, el calentamiento global, el crecimiento de la pobreza). Solamente se toman en serio cuando son tan negativas que perjudican el sistema del capital. Por eso, no nos engañemos con las empresas que alardean del carácter «verde» de su producción. Lo «verde» vale, siempre que no afecte los lucros ni disminuya la capacidad de competencia.
Hay que decirlo con todas las palabras: la búsqueda de energías alternativas limpias no pretende forjar formas de salvar al género humano y sus capacidades vitales, sino que busca preservar la suerte del sistema del capital con su lógica del gana-pierde.
Ahora, este sistema, con flexibilidad y adaptación estremecedoras, es capaz de producir ilimitados bienes y servicios, pero siempre a costa de la dominación de la naturaleza y de la creación de perversas desigualdades sociales. Hoy se está apoyando en los límites de la Tierra cuyos recursos está extenuando. Se está realizando la profecía de Marx según la cual el capital destruiría sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y el trabajo. Estamos presenciando exactamente el cumplimiento de esta siniestra profecía.
La agroenergía no puede estar al servicio de la reanimación de un moribundo, debe reforzar la vida, que demanda otro tipo de producción y de relación no destructiva con la naturaleza. El tiempo para conseguir esto, para que no lleguemos tarde, urge.
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