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domingo, 14 de noviembre de 2010

El ocaso de las Universidades

Por Hugo Latorre Fuenzalida

“Universitas”, etimológicamente se traduce como universalidad. Las universidades modernas tuvieron esa misión: ser depositaria del saber universal e irradiar universalmente el conocimiento que se domina. La unidad de origen y de destino del saber fue su lema.

Los modelos de universidad seguidos en América Latina, corresponden a la universidad “Humboldteana-Kanteana” y a la universidad “Napoleónica-Cartesiana”.

Las primeras reprodujeron el modelo alemán y correspondieron a las universidades estatales, como la Universidad de Chile, la Universidad Católica, etc.; la segunda, es decir la Napoleónica, corresponde a las universidades técnicas. La Universidad Católica es una mezcla de la Universidad de París, con componentes escolásticos evidentes.

Estos modelos de universidad, se idearon para servir al proceso acelerado de crecimiento del saber científico y técnico, en la Europa del siglo XVII y XVIII, mientras que en América Latina se instalaron como simple reflejo cultural de una hegemonía eurocentrada de la cultura local. Allá hubo una demanda del Estado; acá el Estado sólo actuó de manera imitativa y refleja. En Europa la ciencia comenzaba a ser pragmática, empírica, industrial y aplicada; en nuestra Región, la ciencia era todavía puramente cultural, exótica y teórica.

Pero si bien es real que en el Nuevo Mundo la Universidad tiene un origen importado, en términos de estructura y modelo, de todos modos sirvió efectivamente a las demanda de nuestros Estados, que entraron poco a poco, con rezago y de manera siempre incompleta, a la era industrial y del desarrollo.

Las universidades crecieron enormemente durante el siglo XIX, pero sobre todo desde la segunda mitad del siglo XX, en la medida que nuestras sociedades demandaron más profesionales, más conocimiento y saber aplicado.
La USACH


Nuestros Estados, siempre escaso de recursos, pudieron otorgar una oferta pública muy limitadas de cupos para los estudios superiores; de hecho, mientras en los países más industrializados la población universitaria alcanzaba al 30% de los jóvenes (mediados del SXX), por acá apenas bordeábamos el 9% al 12%.

En el caso de Chile, las universidades privadas, integradas masivamente al sistema de educación superior desde finales de los años 80, subieron la oferta, que hoy llega a ser del orden del 27% de los jóvenes en edad de acceder a la educación superior.

El problema que se está presentando ahora, está radicado en el destino de las universidades en los tiempos de globalización. De hecho, el modelo de universidad “Humboldteana-Kanteana” e incluso la “Napoleónica”, están siendo sustituidos, en los países de mayor desarrollo, por las “Academias emprendedoras”.

Los primeros signos de estos cambios se produjeron en la década de los 80, cuando en Inglaterra y Chile, se restringe el gasto fiscal en educación y las universidades son sometidas al sistema de “Accountability” , es decir de responsabilidad o de rendir cuentas a la sociedad acerca de sus gastos y de sus resultados.

Lo concreto fue que en estos países las universidades fueron consideradas prescindibles y el estado retira su manto protector. En adelante, las universidades públicas deberían hacerse cargo de gran parte de sus gastos y serán financiados por cuenta propia. Es decir, el problema se traslada directamente a los estudiantes, que ahora deberán sacar del presupuesto familiar los recursos para financiar sus estudios superiores, si es que tienen interés de alcanzar una profesión.

Por otra parte, esas sociedades, que atraviesan una crisis enorme, por esos años, se sienten en el deber de disciplinar sus gastos y, para estas comunidades, la ciencia llega a ser un lujo, por tanto los presupuestos de investigación son los que primero se resienten.

La U. de Chile
Pero no todo fue ruina y escombros, pues ciertos sectores o áreas del saber, comienzan a elaborar sus propias estrategias de salida de la crisis institucional. Por su parte, las empresas que se alimentan de la innovación e investigación, que se elabora en las academias, comienzan a estructurar alianzas estratégicas con las universidades, alianza que consistirá en que las empresas financian una buena parte del gasto de las universidades (laboratorios, programas de investigación, cursos de doctorado, etc.), pero se apropian de las patentes, una vez que los resultados están para ser aplicados a la producción. Luego las universidades aprenderán estrategias económicas más sofisticadas y entrarán como socios de estas empresas para compartir ganancias y patentes.

Esto dio origen a la “Academia Emprendedora”, que es el modelo de universidad que está sorteando las dificultades generadas por la segunda gran crisis del capitalismo mundial durante el siglo XX, que se dio en los años 70 y 80 y de la cual aún no terminamos de salir airosos.

Desde esta posición desmejorada, las universidades han venido sufriendo el ataque de una realidad que le es más adversa aún: la generación de la mayor masa de conocimiento, conocimiento que una vez fue propiedad de las universidades, de forma casi exclusiva, ahora se hace heterónoma, es decir, se planifica y se implementa por fuera de las universidades, se ha externalizado, se ha hecho prolífica en todos los pliegues del nuevo desarrollo tecnológico de las grandes empresas, en una especie de diáspora plural y globalizada. También se acoplan a esta externalización del conocimiento las agencias internacionales de investigación y desarrollo.

El extraordinario crecimiento de las empresas transnacionalizadas y su gran poder financiero, definió el destino de elaboración y acumulación del conocimiento, que se ha transformado en el “quinto jinete” del poder mundial.

Como el saber se dispersa en la infinidad de locus empresariales, la “unidad” de origen del conocimiento es enajenado de la función propia de la “universidad” y como la trasmisión del saber (universalización) constituye la otra dimensión propia de la universidad, será la función “profesionalizante” la que quedará en manos de las academias históricas. Pero esas funciones serán organizativamente modificadas, pues las empresas que originan saber y poseen financiamiento, querrán vigilar las formas curriculares que dan figura a su personal, ajustándolo a sus requerimientos efectivos de competitividad.

Entonces, las empresas se internarán el la función académica; serán socios de las universidades o financiaran desarrollos de infraestructura, de programas académicos e implementarán lazos con los equipos docentes, que permitan regular el espectro temático de la enseñanza.

En las universidades públicas, las empresas elaboran estrategias de influencia indirecta (y a veces bastante directa); en las universidades privadas, simplemente se integran como socios capitalistas, lo que hace bastante más simple su intervención con sesgo “utilitario”.

Esto hace que el paradigma “universalista” de las universidades, se convierta en un paradigma “utilitario exclusivista”; que la “unificación” del saber, se convierta en la “dispersión especializada” de la academia y que la vocación de servicio universal, se convierta, finalmente, en una vocación privada del beneficio económico.

Ya lo advertía Nietzsche en su célebre texto:”El porvenir de nuestros establecimientos docentes” (1872). Proféticamente señalaba: “ La universidad es un modo de encriptamiento, rigidez y sedentarismo de fuerzas vitales; encriptamiento que podría erizarse en cualquier momento, como la espalda de un tigre”.

Lo que hace Niezsche es escudriñar no a las aulas en su estructura y forma, sino hurgar en las vísceras de la realidad ilustrada, es decir busca desentrañar el destino del esfuerzo de la “Ilustración” como corriente histórica, donde la universidad no es más que una herramienta de su poder y su vocación imperial (universal) de dominio. Esa avaricia de cooptar todo el saber, es la otra cara de esa ambiciosa postura ante la totalidad material y humana del mundo.
La U. Católica

Pues bien, de ese desentrañar, de ese hurgar las vísceras de ese modelo académico iniciado en Francia por Descartes, pero sobre todo en Alemania con la universidad moderna, Nietzsche lanza un vaticinio: el “por-venir” de la Ilustración es “la muerte”, junto a la mutación total de la universidad ilustrada, es decir, como hermanada del Estado.

Esa misma que hoy agoniza reptando con su esqueleto, pero sin energías y sin poder. La universidad “moderna” Napoleónica-Compteana, así como la universidad diseñada por Humboldt y Kant en Berlín, se presenta como ese cuidado y ordenado prado, cultivado con dedicación y ornamentado hasta el buen gusto, pero que sufre la amenaza de una selva del saber que crece en todo su entorno, rodeándola e invadiendo sus márgenes hasta cerrarle, en tupida espesura, la luz de la que antes gozó a plenitud.

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