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martes, 4 de agosto de 2015

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LAS FUERZAS ARMADAS: ¿UNA ESTRUCTURA IDEOLÓGICA?
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Por Hugo Latorre Fuenzalida

Sabemos que los órganos armados del Estado son, por definición, no deliberantes y por tanto sin pensamiento propio, es decir: sin ideología política.
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Pero sabemos también que esa postura de aparato armado se mantuvo así hasta la conducción del general Prats, en que se resistió a intervenir durante el gobierno de Salvador Allende, a pesar que ya se movían al interior de las fuerzas armadas sectores con posturas intervencionistas claramente influenciadas por corrientes ideológicas de corte fascista o de nacionalismo anticomunista, todos formados en las escuelas estadounidenses, en el período caliente de la llamada Guerra Fría.
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Salvador Allende llamó a las fuerzas armadas a participar de su gobierno, pero lo hizo como  estrategia para dar garantías democráticas a la oposición, y para bajarle los decibeles a los más extremos de los cabecillas de la Unidad Popular, en un momento de extrema tensión política nacional; sin embargo esa entronización de las fuerzas armadas develó la fractura al interior de las fuerzas armadas, tanto así que costó la salida del general Prats de la comandancia en jefe del ejército.
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Allende con Prats
General Prats
Un analista uruguayo, Mario Carranza, apuntó en un libro escrito sobre el proceso de la pérdida de la democracia en Chile,  que ese fue el momento en que se decide el golpe de estado por las fuerzas armadas; que fue una ingenuidad política de Allende el pensar que el aparato militar se mantendría fiel al régimen democrático una vez que el poder civil tuvo que recurrir a su mediación e intervención, dada la propia incapacidad de resolver los problemas. La condición de árbitro indiscutible, les asegura la legitimación del golpe. ¿Qué sector lo daría?  Eso era cosa de definición en una lucha por la preeminencia interna, cosa que se fue dando rápidamente, con resultados ya conocidos.
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Los que se negaban a intervenir y dar el golpe (Pinochet se hizo el desentendido) fueron despedidos, pero Pinochet, que no se sabe si jugaba en ambos bandos,  se incorpora de manera frenética a última hora y toma el control interno en la sesión del generalato en la Escuela Militar, con pistola sobre la mesa y con tono altisonante y perentorio.
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Una competencia por parecer más furibundamente anticomunista se toma el ánimo de los militares. Las alocuciones de Leigh y Pinochet o Merino así lo fueron manifestando. La opción de instalar un gobierno esencialmente anticomunista, coloca a las fuerzas armadas de Chile  en posición de pensar como un movimiento ideológicamente militante y militarizado, que lo hace similar a los sistemas despóticos e ideológicos de detrás de la cortina de hierro, justamente contra los cuales se revelan.
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Pinochet y Allende tras el nombramiento
 del primero como
 comandante en jefe en reemplazo de Prats.
Prontamente, los generales que se resistieron al golpe fueron eliminados (Bachelet y Prat) y quienes eran partidarios de una intervención “normalizadora”, como el general Oscar Bonilla, sufrió un descenso rápido, con helicóptero y todo. La fascistización ideológica impuso también la lucha al interior de la Junta de Gobierno, pues, al poco  tiempo, Pinochet se enfrenta al general Leigh, quien disputaba el liderazgo al interior de las fuerzas armadas.
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Pinochet le da un cuartelazo y lo saca del medio, quedando su sola persona en la jefatura suprema del Estado, y es Pinochet el que conduce a las fuerzas armadas sobre la base de una visión ideológica extremosamente derechista en lo económico y de terrorismo de estado, en lo político, todo bajo el paraguas de un anticomunismo militante, que le sirvió mientras estuviera Nixon como residente  de la Casa Blanca. Luego el régimen de Pinochet se deslegitima ante los estadounidenses, dada las violaciones a los derechos humanos (que toca a ciudadanos de EE UU) y a los actos de terrorismo internacional (caso Letelier), ejecutado en Washington DC, en la propia capital.
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Ante el país, Pinochet se alía a la derecha política y emprende una serie de reformas estructurales que contienen un claro tinte ideológico y una visión de la sociedad y del Estado totalmente y totalitariamente político-ideológica. Las fuerzas armadas y la derecha política conforman por entonces una alianza política  con fuertes compromisos económicos de largo alcance, casi una especie de milenarismo.
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Esta “revolución silenciosa”-como la llamó Lavín, fue toda una transformación en las sombras, en la oscuridad (apagón jurídico que se mantiene hasta nuestros días), en que la riqueza administrada por el Estado es regalada a los socios amigos y parientes del dictador, sin mediar un control social ni jurídico de esa usurpación alevosa del capital social nacional, acumulado por generaciones de chilenos.
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Esta especie de “Asalto al Palacio de Invierno”, permitió redistribuir la riqueza del país, quitando a los muchos para entregar a los pocos y definir a través de una Constitución manchada de sangre una relación de poder, hacia el futuro, que daría todas las garantías a los pocos para salir gananciosos de todo acto económico que se realizara en el futuro, pues se le entregaba a ese sector económico todos los derechos y ninguna obligación.
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Mientras, al interior del aparato formativo y ceremonial de las instituciones armadas, se desplegaba un contundente dogmatismo ideológico de corte fascista derechista, en que la libertad se niega en teoría y en la práctica, en que se forma a sus miembros dentro de un esquema cerrado de “Familia Militar”, que discrimina entre chilenos “buenos” y chilenos “malos”, consolidando un resguardo endogámico en las generaciones futuras. Estas posturas se han venido modificando con una timidez digna de una manifiesta actitud  diletante, con lo que se conserva esta especie de gueto ideológico militante hasta nuestros días.
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Por otra parte, la Concertación no ha tenido el “guáramo” como para cambiar de manera radical la  postura civil frente al aparto armado que debe rendir cuenta a toda la sociedad chilena (no hablemos de la Nueva Mayoría, pues no ha pasado de ser una huera flatulencia electoralista).
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No se puede dejar a manos de un líder militar cualquiera algo tan delicado como es la fuerza ofensiva de  toda la sociedad, sin que se dé una vigilancia más estricta y permanente sobre esas instituciones. Eso viene pasando en Europa luego de las dos conflagraciones mundiales. En esos países- no podemos desconocer-, existe un estatus democrático muy superior al nuestro, y de  esas experiencias debemos sacar modelos.
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La formación que siguen teniendo los militares, en Chile, es sumamente riesgosa para el futuro democrático; desde Carabineros de Chile hasta el Ejército, mantienen una postura impermeable a los valores democráticos, de los derechos humanos y de la convivencia ciudadana. Los pactos de silencios y las agresiones de la policía a los ciudadanos, reflejan esta postura  resistida y desobediente a sus deberes mínimos de responsabilidad institucional y acatamiento debido.
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La cultura de las familias de los militares, sus relaciones y sus vínculos, son de una marcada postura ideológica; eso no es casual, es la impronta dejada por las escuelas de formación de varias generaciones en EE UU. y lo que agregó la dictadura con los civiles de derecha que sedujeron con un planteamiento excluyente, sesgado y sectario a sus aliados políticos durante la dictadura.
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Esas generaciones no tuvieron posibilidad de conocer corrientes alternas de pensamiento, tampoco matizar los criterios de sus acciones. Su prepotencia fue fáctica y también ideológica, lo que alimentó una tiranía criminal sin contrapeso, ni siquiera desde la cultura religiosa o de la institucionalidad de justicia. En nada se diferenciaron de aquellos que consideraron sus enemigos ideológicos; actuaron con la misma bajeza moral, la misma criminalidad y el irrespeto total al hombre y su dignidad, a la sociedad y su cultura, a la fe y a las ideas que todo hombre lleva consigo como parte de su ser como ciudadano, como pensante y como chileno.
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