FF AA-IDEOLOGÍA-LATORRE-KRADIARIO
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LAS FUERZAS ARMADAS: ¿UNA ESTRUCTURA IDEOLÓGICA?
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Por Hugo Latorre Fuenzalida
Sabemos que los órganos armados del Estado son, por
definición, no deliberantes y por tanto sin pensamiento propio, es decir: sin
ideología política.
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Pero sabemos también que esa postura de aparato armado se
mantuvo así hasta la conducción del general Prats, en que se resistió a
intervenir durante el gobierno de Salvador Allende, a pesar que ya se movían al
interior de las fuerzas armadas sectores con posturas intervencionistas claramente
influenciadas por corrientes ideológicas de corte fascista o de nacionalismo
anticomunista, todos formados en las escuelas estadounidenses, en el período
caliente de la llamada Guerra Fría.
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Salvador Allende llamó a las fuerzas armadas a participar de
su gobierno, pero lo hizo como
estrategia para dar garantías democráticas a la oposición, y para
bajarle los decibeles a los más extremos de los cabecillas de la Unidad
Popular, en un momento de extrema tensión política nacional; sin embargo esa
entronización de las fuerzas armadas develó la fractura al interior de las
fuerzas armadas, tanto así que costó la salida del general Prats de la
comandancia en jefe del ejército.
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Allende con Prats |
General Prats |
Un analista uruguayo, Mario Carranza, apuntó en un libro
escrito sobre el proceso de la pérdida de la democracia en Chile, que ese fue el momento en que se decide el
golpe de estado por las fuerzas armadas; que fue una ingenuidad política de
Allende el pensar que el aparato militar se mantendría fiel al régimen
democrático una vez que el poder civil tuvo que recurrir a su mediación e
intervención, dada la propia incapacidad de resolver los problemas. La
condición de árbitro indiscutible, les asegura la legitimación del golpe. ¿Qué
sector lo daría? Eso era cosa de
definición en una lucha por la preeminencia interna, cosa que se fue dando
rápidamente, con resultados ya conocidos.
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Los que se negaban a intervenir y dar el golpe (Pinochet se
hizo el desentendido) fueron despedidos, pero Pinochet, que no se sabe si
jugaba en ambos bandos, se incorpora de
manera frenética a última hora y toma el control interno en la sesión del
generalato en la Escuela Militar, con pistola sobre la mesa y con tono
altisonante y perentorio.
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Una competencia por parecer más furibundamente anticomunista
se toma el ánimo de los militares. Las alocuciones de Leigh y Pinochet o Merino
así lo fueron manifestando. La opción de instalar un gobierno esencialmente
anticomunista, coloca a las fuerzas armadas de Chile en posición de pensar como un movimiento
ideológicamente militante y militarizado, que lo hace similar a los sistemas
despóticos e ideológicos de detrás de la cortina de hierro, justamente contra
los cuales se revelan.
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Pinochet y Allende tras el nombramiento del primero como comandante en jefe en reemplazo de Prats. |
Prontamente, los generales que se resistieron al golpe
fueron eliminados (Bachelet y Prat) y quienes eran partidarios de una
intervención “normalizadora”, como el general Oscar Bonilla, sufrió un descenso
rápido, con helicóptero y todo. La fascistización ideológica impuso también la
lucha al interior de la Junta de Gobierno, pues, al poco tiempo, Pinochet se enfrenta al general Leigh,
quien disputaba el liderazgo al interior de las fuerzas armadas.
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Pinochet le da un cuartelazo y lo saca del medio, quedando
su sola persona en la jefatura suprema del Estado, y es Pinochet el que conduce
a las fuerzas armadas sobre la base de una visión ideológica extremosamente
derechista en lo económico y de terrorismo de estado, en lo político, todo bajo
el paraguas de un anticomunismo militante, que le sirvió mientras estuviera
Nixon como residente de la Casa Blanca.
Luego el régimen de Pinochet se deslegitima ante los estadounidenses, dada las
violaciones a los derechos humanos (que toca a ciudadanos de EE UU) y a
los actos de terrorismo internacional (caso Letelier), ejecutado en Washington DC, en la propia capital.
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Ante el país, Pinochet se alía a la derecha política y
emprende una serie de reformas estructurales que contienen un claro tinte
ideológico y una visión de la sociedad y del Estado totalmente y
totalitariamente político-ideológica. Las fuerzas armadas y la derecha política
conforman por entonces una alianza política con fuertes compromisos económicos de largo
alcance, casi una especie de milenarismo.
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Esta “revolución silenciosa”-como la llamó Lavín, fue toda
una transformación en las sombras, en la oscuridad (apagón jurídico que se
mantiene hasta nuestros días), en que la riqueza administrada por el Estado es
regalada a los socios amigos y parientes del dictador, sin mediar un control
social ni jurídico de esa usurpación alevosa del capital social nacional,
acumulado por generaciones de chilenos.
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Esta especie de “Asalto al Palacio de Invierno”, permitió
redistribuir la riqueza del país, quitando a los muchos para entregar a los
pocos y definir a través de una Constitución manchada de sangre una relación de
poder, hacia el futuro, que daría todas las garantías a los pocos para
salir gananciosos de todo acto económico que se realizara en el futuro, pues se
le entregaba a ese sector económico todos los derechos y ninguna obligación.
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Mientras, al interior del aparato formativo y ceremonial de
las instituciones armadas, se desplegaba un contundente dogmatismo ideológico
de corte fascista derechista, en que la libertad se niega en teoría y en la
práctica, en que se forma a sus miembros dentro de un esquema cerrado de
“Familia Militar”, que discrimina entre chilenos “buenos” y chilenos “malos”,
consolidando un resguardo endogámico en las generaciones futuras. Estas
posturas se han venido modificando con una timidez digna de una manifiesta
actitud diletante, con lo que se
conserva esta especie de gueto ideológico militante hasta nuestros días.
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Por otra parte, la Concertación no ha tenido el “guáramo”
como para cambiar de manera radical la postura civil frente al aparto
armado que debe rendir cuenta a toda la sociedad chilena (no hablemos de la
Nueva Mayoría, pues no ha pasado de ser una huera flatulencia electoralista).
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No se puede dejar a manos de un líder militar cualquiera
algo tan delicado como es la fuerza ofensiva de
toda la sociedad, sin que se dé una vigilancia más estricta y permanente
sobre esas instituciones. Eso viene pasando en Europa luego de las dos
conflagraciones mundiales. En esos países- no podemos desconocer-, existe un
estatus democrático muy superior al nuestro, y de esas experiencias debemos sacar modelos.
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La formación que siguen teniendo los militares, en Chile, es
sumamente riesgosa para el futuro democrático; desde Carabineros de Chile hasta
el Ejército, mantienen una postura impermeable a los valores democráticos, de
los derechos humanos y de la convivencia ciudadana. Los pactos de silencios y
las agresiones de la policía a los ciudadanos, reflejan esta postura resistida y desobediente a sus deberes
mínimos de responsabilidad institucional y acatamiento debido.
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La cultura de las familias de los militares, sus relaciones
y sus vínculos, son de una marcada postura ideológica; eso no es casual, es la
impronta dejada por las escuelas de formación de varias generaciones en EE UU.
y lo que agregó la dictadura con los civiles de derecha que sedujeron con un
planteamiento excluyente, sesgado y sectario a sus aliados políticos durante la
dictadura.
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Esas generaciones no tuvieron posibilidad de conocer
corrientes alternas de pensamiento, tampoco matizar los criterios de sus
acciones. Su prepotencia fue fáctica y también ideológica, lo que alimentó una
tiranía criminal sin contrapeso, ni siquiera desde la cultura religiosa o de la
institucionalidad de justicia. En nada se diferenciaron de aquellos que
consideraron sus enemigos ideológicos; actuaron con la misma bajeza moral, la
misma criminalidad y el irrespeto total al hombre y su dignidad, a la sociedad
y su cultura, a la fe y a las ideas que todo hombre lleva consigo como parte de
su ser como ciudadano, como pensante y como chileno.
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