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lunes, 23 de junio de 2014

23-6-2014-KRADIARIO-N°903

¿HEGEMONÍA DE LA IZQUIERDA?

Por Hugo Latorre Fuenzalida
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Ortega y Gasset decía en su libro “La rebelión de las masas” (1928), que “ser de las izquierda, como ser de las derechas, es una de las mil formas que tiene el hombre de ser un imbécil”. 

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Luego explicaba el porqué de esta aseveración tan absoluta. Señalaba que las cosas en la vida no son tan simples como la ponen los derechistas o los izquierdistas. Son generalmente lo bastante complejas como para tener que matizar. Pero estos extremismos ideológicos tratan, con superlativo voluntarismo, de llevar las aguas por fuera de cauce e imponer sobre la humanidad un molde tipo zapato chino, que de tanto forzar al pie lo deforman y, finalmente, paralizan la marcha.
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Así lo ha demostrado la historia, tanto por el lado de la derecha como por el lado de la izquierda. Veamos: la visión liberal de derecha terminó en la crisis de 1929-30, generando un tremendo cataclismo económico que demoró una década en recuperarse, y lo vino a hacer gracias  o por desgracia, de un par de guerras mundiales.
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Las modificaciones hechas por el genio de Keynes, hacen que el capitalismo occidental se recupere por 30 años, período en el que se genera la mayor expansión de este sistema capitalista mundial. La crisis del capitalismo de los años 70, deriva a varias crisis intermedias (además de la americana, la japonesa y la europea), también la crisis de la deuda en los países del Tercer Mundo, lo que origino el nombre de “la década perdida”, en los años 80);  la crisis de México, Rusia, Brasil, Argentina, etc., justo en el tiempo en que se imponen las políticas neoliberales para intentar salir de la crisis.

Estas crisis se reiteran durante los años 90, en pleno dominio del modelo globalizador capitalista y transnacional. Esta sucesión de crisis deriva luego en el asalto a las economías grandes y emergentes de Asia, por parte de los grandes capitales de Occidente, concluyendo finalmente en la llamada “crisis asiática” (1998), que repercutió en varios países de América Latina, entre ellos Chile, que debió soportar una recesión de 5 años.
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Para coronar esta sucesión de crisis, tenemos la de EE.UU. en el 2008, y la europea, que es su efecto colateral, producto de su univitelina composición ideológica y estratégica. Esta sucesión de crisis, lleva a plantear que el capitalismo de Occidente nunca ha salido realmente de su segunda crisis, y eso o demuestran las tasas de inversión y crecimiento económico de las economías occidentales desde los años 80 hasta ahora.
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Las experiencias de las “izquierdas” no han sido mucho más exitosas; más bien han sido igualmente deletéreas económicas y socialmente hablando: el derrumbe de toda la “Cortina de hierro” entre mediado de los 80 y los 90, demuestra su viabilidad cero; además de los sacrificios humanos y la destrucción de toda perspectiva democrática, postergada por más de medio siglo en la Europa oriental.
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Las experiencias socialistas en América Latina tampoco han sido muy constructivas, ahí están las de Cuba, las de la Unidad Popular en Chile, la de Chávez en Venezuela, procesos que llevados al extremo, exponen sus incompetencias e inviabilidades a poco andar, frustrando de paso- y desprestigiando- los encomiables propósitos por una justicia tan necesaria en el mundo subdesarrollado.
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Entonces, Ortega y Gasset tenía razón. Pero los que no tienen razón son los democristianos de Chile, cuyas elites posdictadura, que luego de tomarse  ese partido y transformarlo en clientelar en esencia (como lo son casi todos, hoy por hoy), vienen planteando la falsa (ilusión) afirmación de que ahora se viene imponiendo una especie de hegemonía de la “izquierda”, por sobre la de “centro”, en la alianza de gobierno, presidida por Bachelet.
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Esto no es así, dado que lo que ha acontecido desde el retorno a la democracia, es que hubo un claudicar de las ideologías “progresistas” en favor del pensamiento neoliberal, y a la cabeza de este pasarse a la derecha estuvo la dirigencia de turno de la Democracia Cristiana, que bajo el título de auspiciar una “economía social de mercado”,  abrió la puerta a la consolidación de una “economía de los negocios privados”, conducidos por las empresas transnacionales y sus socios locales.
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En consecuencia, no hubo hegemonía de centro izquierda durante la etapa concertacionista; simplemente se dio una dominante neoliberal categórica, absoluta y totalista.
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Con el gobierno que se inicia, cuyos partidos se denominan “Nueva Mayoría”, no se viene imponiendo un eje de “izquierda”, como le parece a  Ignacio Walker y a Gutemberg Martínez, a Mariana Aylwin o a José Joaquín Brunner, simplemente se está ensayando un tímido proceso de cambios que, ciertamente,  no supera  los estándares ideológicos de la vieja socialdemocracia. Y eso no es “izquierda”, de ninguna forma. Lo que pasa es que Chile ha desplazado tan extremosamente su eje de referencia hacia la banda derecha, que cualquier cambio se percibe como de “izquierda”. Pero, mirados en sus méritos, es apenas un desnudar los tobillos de la dama neoliberal, en  ningún caso llega a un subir las faldas o a un striptease. Para eso faltan muchos escarceos amorosos…, o no tan amorosos.



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