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viernes, 20 de junio de 2014

20-6-2014-KRADIARIO-N°902

SALVAR EL PLANETA NO HUNDIRÁ LA ECONOMÍA

Por Paul Krugman (*)


Nate Silver se metió en un lío cuando, entre todas las opciones posibles, eligió a Roger Pielke para que escribiese sobre el medio ambiente en su nuevo sitio web, FiveThirtyEight. Los climatólogos consideran a Pielke, catedrático de la Universidad de Colorado, un trol de las pegas (alguien que finge tener una mentalidad abierta pero que en realidad está empeñado en dificultar por todos los medios que se defiendan los límites a las emisiones).

¿Pero es esto justo?

Bueno, me complace decir que Pielke escribió hace poco una carta al director de Financial Times a propósito de las repercusiones económicas de la limitación de emisiones – algo de lo que sé un poco — que confirma sin lugar a dudas su mala reputación. Y lo que es mejor aún, la carta nos ofrecía un episodio instructivo, una oportunidad de explicar por qué la afirmación de que no podemos limitar las emisiones sin hundir el crecimiento económico es una tontería.

Según Pielke: “Las emisiones de carbono son un producto del crecimiento del PIB y de las técnicas de consumo y producción de energía. Más concretamente, esta relación se denomina Identidad Kaya (por Yoichi Kaya, el científico japonés que la propuso por primera vez en la década de 1980). Así, por definición, un “tope de carbono” significa necesariamente que un Gobierno se compromete a detener el crecimiento económico o a fomentar sistemáticamente la innovación tecnológica de los sistemas energéticos según un programa predecible, de modo que el crecimiento económico no se vea frenado. Como detener el crecimiento económico no es una opción, ni en China ni en ningún otro sitio, y como la innovación tecnológica no ocurre por decreto, en la práctica no puede haber un tope de carbono”.

Podría decirse, de hecho, que esto es maravilloso, pero de un modo inconcebible. Pielke no afirma que, en la práctica, sea difícil limitar las emisiones sin detener el crecimiento económico; sostiene que es lógicamente imposible. Así que hablemos de por qué eso es una estupidez.

Sí, las emisiones son un reflejo del tamaño de la economía y de las tecnologías existentes. Pero también reflejan decisiones; decisiones sobre qué consumir y cómo producirlo; decisiones sobre qué tecnologías energéticas escoger, entre las muchas que hay. Estas decisiones se ven, a su vez, muy influidas por los incentivos: cambien los incentivos y podrán cambiar en gran medida la cantidad de emisiones vinculadas a un aumento determinado del PIB real.

Fijémonos en un ejemplo que todos conocemos, las emisiones de los coches. En una economía rica, la gente quiere viajar. Pero algunos podrían usar el transporte público si el precio y la calidad fuesen adecuados; la gente podría conducir coches que consuman poco en vez de todoterrenos; podemos usar gasóleo o conducir vehículos híbridos. Todas estas decisiones impondrían algunos costes y reducirían los ingresos reales en cierta medida; pero el efecto no sería, ni de lejos, una reducción del PIB proporcional a la de las emisiones.

Y por cierto, se da la casualidad de que el endurecimiento de las normas sobre consumo de combustible aplicado por el Gobierno de Obama es, en algunos aspectos, una medida tan importante como su reciente regulación de las centrales eléctricas. Aun así, la política sobre las centrales eléctricas es lo que sale en las noticias y lo que motiva la carta de Pielke. ¿Dónde están aquí las opciones?

La respuesta es que en todas partes. El consumo de electricidad no está directamente relacionado con el PIB: hay muchas decisiones que tomar en cosas como el aislamiento y el diseño de los edificios. Y, lo que es aún más importante, hay muchas formas de generar electricidad: del carbón, del gas, nuclear, hidroeléctrica, eólica, solar; y las alternativas al carbón son más competitivas que nunca. Eso no significa que reducir las emisiones no tenga ningún coste pero, repito, la idea de que, por ejemplo, una reducción de las emisiones del 30% se traduzca en una bajada del PIB del 30% es ridícula.

Permítanme añadir, por cierto, que la falacia de Pielke –la idea de que hay una relación invariable entre el crecimiento y la contaminación- también se la creen algunas gentes de izquierdas que piensan que salvar el planeta significa acabar con el crecimiento económico. Lo que de verdad necesitamos es un cambio en la forma de crecer; y eso es precisamente lo que se les da bien a los mercados, si se acierta con los precios.

No obstante, supongo que debería agradecerle a Pielke su intervención, que ha contribuido a dejar claro el modo en que debemos pensar en los problemas energéticos y en él.


(*) Profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de 2008.En “El País” de Madrid el 18 de junio de 2014 .Traducción de News Clips.© 2014 The New York Times-Tomado de Other News

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