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martes, 3 de julio de 2012

ÉTICA IRRENUNCIABLE EN EL PERIODISMO

Por Abraham Santibañez

A mediados del siglo XX, cuando en Chile se decidió crear las primeras escuelas de periodismo universitarias, el debate era si se trataba de una profesión o de un oficio, si un periodista nacía (impulsado por su vocación) o se hacía (mediante la formación universitaria).
El debate se zanjó en su momento, cuando se abrió paso, legalmente, a las Escuelas y, se creó el Colegio de Periodistas. El periodismo se situó entonces al mismo nivel que cualquier carrera universitaria.

En los últimos años, en especial por la multiplicación de recursos tecnológicos, surgen voces de tiempo en tiempo que insisten en que el periodismo “no da el ancho” como profesión universitaria. En algún momento, lo que se subsanó más tarde, se dejó a esta carrera fuera de la lista de aquellos que solamente podían impartirse en universidades.
Quienes creemos en la formación de periodistas al más alto nivel, sostenemos que hay diversos aspectos de la profesión que lo justifican plenamente. Pero, sin duda, la mejor razón es precisamente la exigencia ética.

En la actualidad, cuando basta con tener un equipo conectado a Internet (computadores, por cierto, pero también los celulares “inteligentes”) para colocar noticias y comentarios en la red, y los twitts y mensajes de texto se han convertido en fuente de información de los medios tradicionales, la precisión respecto del periodismo como profesión se ha hecho más categórica que nunca. Cualquier persona tiene derecho –en virtud de la libertad de expresión- a dar a conocer sus puntos de vista y entregar noticias. Es lo que hacen los opinólogos y “noteros” y muchas personas comunes y corrientes.

A menudo, como comprobamos cada mañana en la radio, se entregan valiosas informaciones sobre el estado del tiempo, los accidentes del tránsito y las manifestaciones callejeras no anunciadas.
Es un aporte de trascendencia. Pero eso no lo consagra como genuino periodismo en la medida que a menudo falta corroboración o precisión en el detalle, las fuentes pueden o no ser calificadas e incluso lo que se entrega no pasa de ser un simple rumor. Es, precisamente, lo que confunde a las audiencias en el caso de la farándula.
Una de las funciones clásicas del periodismo –y por ello, discutida por los partidarios de superar el periodismo convencional- es la posibilidad y, sobre todo, la obligación de filtrar la información. Para un profesional de la información, no todo lo que parece ser noticia lo es. Los “elementos” de la noticia aparecieron como una manera de seleccionar según el mayor o menor interés de una noticia.
Obviamente es inaceptable una selección sesgada por intereses económicos, políticos o religiosos. Pero, de todos modos, se necesita separar la paja del trigo y lo verdadero de lo falso.

Y en este esfuerzo, la conciencia ética es la viga maestra. Esto vale en cualquier situación de trabajo de un periodista: reportero, redactor, editor o director. Y también como asesor comunicacional. En este último caso el tema adquiere mayor relevancia porque la asesoría obliga igualmente a tener un comportamiento ético: el respeto del público corresponde también a la fuente de la noticia.
Lamentablemente, nunca faltan acciones desafortunadas, como la que protagonizó una funcionaria de gobierno, cuando irrumpió en medio de una entrevista del Presidente Piñera con la BBC de Londres.

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