Por Martín Poblete
Al cumplirse un aniversario más del Combate Naval de Iquique y Punta Gruesa, la gesta heroica de Arturo Prat, con pleno respeto por el recuerdo y homenaje, bien vale darle un vistazo a nuestra realidad naval en estos tiempos del Siglo XXI.
Nuestra Marina tradicionalmente procuró proyectar poder en el mar sobre la base de una escuadra encabezada por uno, de preferencia dos, barcos de línea -«ships of the line»- en un mismo nivel y en lo posible superiores a los de las marinas de países vecinos.
En 1912 se ordenó construir en el Reino Unido un acorazado de veinte mil toneladas armado con seis cañones de trece pulgadas en tres torres. El estallido de la Primera Guerra Mundial impidió recibirlo, fue retenido en 1914 recién terminadas las últimas pruebas de alta mar, pasó a integrar la Real Marina Británica, participó en las más importantes batallas navales de ese conflicto en fuerzas al mando de los almirantes Sir John Jellicoe y Sir David Beatty. Al terminar el conflicto, Chile lo recibió y pasó a ser el buque insignia de nuestra marina de guerra con el nombre de Almirante Latorre, se lo mantuvo en servicio por más de treinta años, fue dado de baja en el segundo gobierno del General Carlos Ibañez del Campo.
El pacto de asistencia militar/naval con Estados Unidos permitió recibir dos cruceros de la clase Phoenix, diez mil quinientas toneladas de desplazamiento, equipados con seis cañones de nueve pulgadas en tres torres, rebautizados O’Higgins y Prat, a su llegada eran todavía tecnología vigente.
Hacia fines de la década de los 1960, en los sucesivos gobiernos de los Presidentes Jorge Alessandri y Frei Montalva, se adquirieron fragatas y destructores que complementaron la proyección de poder de los cruceros, mientras se descartaba la compra de un portaaviones por sus elevados costos de adquisición y operación.
Simultáneamente, Argentina y Brasil compraron portaaviones dados de baja en Holanda y Francia respectivamente, naves de tiempos de la Segunda Guerra Mundial obsoletas a consecuencia de los cambios en ingeniería y arquitectura navales a comienzos de la década de los 1960; un portaaviones no navega sólo, exige readecuar la escuadra en su entorno, de lo contrario pueden ser inútiles frente a fuerzas superiores cómo lo experimentó dolorosamente Argentina en la guerra de las Falklands.
Durante el gobierno del Presidente Salvador Allende, se adquirió un crucero de diez mil toneladas en Suecia, aprovechando que ese país daba de baja sus dos cruceros para privilegiar la construcción de destructores; entró a nuestra Marina rebautizado Almirante Latorre, por un tiempo tuvimos tres navíos de línea en nuestra escuadra.
La década de los 1980 marca un punto de inflexión en el costo de construcción de navíos de guerra, en parte por el uso de reactores nucleares en cruceros y submarinos, en parte por el costo de incorporar nuevas tecnologías electrónicas de comunicación y mando. Para un país con los recursos financieros de Chile, las posibilidades de mantener su Marina relativamente cerca de los cambios y sus costos se fueron haciendo gradualmente remotas.
Durante el gobierno del Presidente Frei Ruiz-Tagle se decidió ordenar la construcción de dos submarinos del tipo Scorpene, un proyecto franco-español para construir naves convencionales tecnológicamente avanzadas, fue la última compra de equipos navales vigentes.
Durante el gobierno del Presidente Ricardo Lagos se intentó adquirir cuatro fragatas de un tipo recién sustituído en las marinas de la OTAN, todavía vigentes, de procedencia alemana las construiría el astillero Bolkhom Voss; su costo se consideró excesivo optándose por adquirir ocho fragatas usadas, cuatro en el Reino Unido y cuatro en Holanda también fabricadas en el Reino Unido. Hay quienes consideran un error esta decisión.
Al día de hoy, la Marina enfrenta el fin de la vida útil de cuatro fragatas. Un vistazo al actual estado del costo de construcciones navales dará una idea de las difíciles decisiones por delante.
Estados Unidos no construye fragatas, las compra en el Reino Unido; enfrentados a renovar varias unidades, los americanos pidieron cotizaciones entre astilleros de países aliados en la OTAN para fragatas de cinco mil seiscientas toneladas.
Y aquí van los resultados: El astillero alemán Bolkhom Voss cotizó mil doscientos sesenta millones de dólares por unidad; el astillero británico BAE, sucesor del histórico Vickers Armstrong, entregó un estimado de mil ciento ochenta millones de dólares; el astillero español NAVANTIA ofreció un producto sin algunas de las exquisitas sofisticaciones tecnológicas de las ofertas alemana y británica, con costo de construcción de novecientos cincuenta millones de dólares.
En tema relacionado, el gobierno británico ha dispuesto la construcción de un tipo básico de fragata multipropósito a un costo de trescientos ochenta millones de dólares, este producto podría estar dentro del rango de posibilidades de Chile.
Las decisiones serán complejas, algunas cuestiones debieran ser materia de discusión en el Congreso plenamente informada a la opinión pública, por ejemplo, ¿se reemplazan fragatas por fragatas? ¿Corresponde plantearse alternativas considerando la capacidad instalada en el astillero naval de Talcahuano? ¿Qué marina de guerra se requerirá para los próximos veinte años? ¿Se necesita de una conversación entre el gobierno, el alto mando naval, y la ciudadanía?
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