Perú al Día
OJALÁ EL NEOLIBERALISMO NO SE PONGA ANTIFAZ
Por Roberto Mejía Alarcón
En sus momentos de intimidad, en sus
escasos instantes de soledad, es posible que Pedro Pablo Kuczynski esté
disfrutando de los halagos que le hace llegar un creciente número de personas.
Sabe que es el presidente electo del Perú. Un sueño que acarició largos años
hecho realidad, una ambición comprensible. Sueño acompañado en estas horas
felices, de frases lisonjeras, de piropos sorprendentes que lo ubican en un
altar que a lo mejor no esperaba.
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Es el gobernante que llega para reemplazar a
alguien que durante cinco años jamás sonrió y que no supo cultivar una
comunicación cálida y jovial, el político que se escuda en el humor, la
franqueza, la posición adelantada y la delegación de temas cruciales en sus
voceros, el estadista donde la experiencia y la sabiduría juegan a su
favor, dicen algunos de los que se le acercan o desean una mayor proximidad.
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Con entusiasmo incontenible, no faltan
quienes expresan con convicción que “lo que sucede es que nunca hemos tenido un
presidente como este”, dueño además de una biblioteca con libros en todos los
idiomas que domina: español, inglés, francés y alemán, esto sin contar con un
libro de gramática quechua sobre su escritorio. Los halagos se van sumando así
a medida que se aproxima el 28 de julio, fecha en que Kuczynski o PPK como le
llaman los más confianzudos, lucirá sobre el pecho la franja bicolor, símbolo
distintivo de su pase histórico de presidente electo a presidente
constitucional a secas. Pase que no impide la reflexión de otros que se animan
a recordar que este presidente se ha comprometido a disminuir la pobreza y
modernizar al Perú, que confía en que eso no signifique aquello de que lo que
es bueno para General Motors es bueno para los Estados Unidos, confiando en
todo caso que si ha asimilado esa lección fundamental de la política,
seguramente serán muchos que, sin compartir necesariamente sus opciones
ideológicas, lo apoyarán.
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Reflexión de quienes, es posible, hayan
celebrado la derrota de una rival millonaria, cargada de promesas y que
festejaba, antes del acto electoral, un triunfo que solamente figuraba en las
encuestas bien pagadas. Pero que hoy, pasada la euforia, se preguntan si el
presidente electo tendrá tiempo, tan ocupado como está en otras preocupaciones,
en escuchar a quienes señalan que más allá de la lamentable reconversión
ideopolítica en favor de la ideología neoliberal que se ha apoderado de nuestra
clase dirigente, es necesario ubicar el fenómeno neoliberal relacionándolo con
el liberalismo original, sin entrar en los matices y contradicciones que hay en
los discursos y prácticas de la actual ofensiva neoliberal.
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El tema viene a colación, dado que el
liberalismo original descansa sobre dos presupuestos que curiosamente escapan
hoy a la crítica: el materialismo y el individualismo. El corolario de estos
dos presupuestos es una visión y práctica mutilada de las relaciones sociales,
reducidas a meras relaciones de fuerza, de lucha, oponiendo a los hombres entre
sí ávidos de apropiarse de los bienes, de todos los bienes y de aumentar sin
límite alguno sus beneficios. A este se añade una concepción no menos mutilada
de la libertad que se confunde con la autonomía total, pura y simple, del
individuo ante sí mismo, ante los otros, ante los valores, que lleva al sálvese
quien pueda y a la insolidaridad total.
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El sistema político-económico complejo
que emerge de estas premisas, se ha dado una justificación ideológica bastante
confortable y sofisticada cuando no falaz. Se basa en un postulado según el
cual los intereses particulares contradictorios terminan por armonizarse para
realizar el interés general y garantizar la justicia. Pero este postulado es
inadmisible: conduce fatalmente -la historia a la fecha lo demuestra- hacia una
desviación totalitaria que desemboca en el aplastamiento de los más débiles por
los más fuertes. Inevitablemente el hombre se convierte en lobo para el hombre
y se impone brutalmente la ley de la selva.
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Quiera el destino que el presidente
constitucional a secas desde el 28 de julio entrante, acompañado de Zavala y de
Thorne, sus ministros ya anunciados, piense sobre estos conceptos. Y que más
allá de las palabras felices de unos, escuche el clamor de todo ese pueblo de
oprimidos, que quisiera que la revolución social que les ha prometido, vaya
acompañada de ese extraordinario valor que es la solidaridad y no de un
individualismo perverso. Quiera ese destino esté inspirado en auténticos
valores humanos, predicados por quien hace muchos años entregó su vida en favor
de la redención de los olvidados.
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