Opinión de un sociólogo de alto nivel
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CÁLCULOS MAL
HECHOS PARA MANEJAR LA RETROEXCAVADORA.
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Cuando llegó Bachelet al gobierno por segunda vez, con su primer equipo ministerial, se anunció una tromba de reformas para realizar los cambios que esa misma coalición (la Concertación) se negó a ejecutar durante más de 20 años.
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Parecía que la nueva coalición (Nueva Mayoría), había
logrado doblar la mano a los elementos más conservadores que dominaban al
interior de la primera alianza. Todos pensaban que la permanencia de Bachelet
en Naciones Unidas le habría dado una perspectiva diferente de Chile y que su
gran caudal de arrastre electoral le permitía poner sus propias reglas al juego
político de este Chile que había permanecido prisionero de los intereses
empresariales por casi cuarenta años. Todos pensaron que la hora del pueblo
había llegado, y que el campanazo del 2011 con la embestida de los estudiantes
había tenido el mérito de destapar la obstruida tubería del progreso.
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Sin embargo, hubo dos sospechas de que algo no se había
calculado con la rigurosidad debida o estábamos siendo manipulados de manera retorcida.
En primer lugar, no se tocan los sectores de la minería, que es uno de los
mayores extractores de excedente espurio que sufre el país; segundo que la
realidad económica dada por el ministro de Hacienda era mus divergente de la
que ya se preveía para Chile y para el mundo. Entonces, si se pretendía hacer
una reforma tributaria a fondo, se debía optar por recursos permanentes y no
quedar al arbitrio del crecimiento económico ni del voluntario desprendimiento
de un empresariado que se acostumbró a no tributar en ninguna de las vertientes
impositivas.
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Más aún, ese empresariado estaba acostumbrado a recibir todo tipo
de estímulos (más de 1.000 millones de dólares cada año en alicientes a la
inversión) y el goce del FUT que es el regalo de impuestos que el Estado les
deja en sus manos (sin cobrarlos) para que inviertan sin costos en el dinero;
esto representa otros 220.000 millones de dólares que los empresarios tienen a
su discreción para hacer de todo, pero sobre todo para sacarlos a paraísos
fiscales, para invertir en el sector especulativo financiero y para prestarlo
al Fisco que ya acumula una deuda con los privados nacionales de más de 35.000
millones de dólares (cerca de 50.000 millones de dólares es la deuda global
pública). Pero, además, disfruta de otros 200.000 millones de dólares, que
corresponden a los Fondos de Pensión, y que es el ahorro de los trabajadores
chilenos, los cuales usan los empresarios del país y del exterior para ganar
mucho plus y asegurar muy bajas pensiones.
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Este PARAÍSO FINANCIERO, que es Chile, difícilmente iba a
ser regalado por los poderes fácticos y los poderes tributarios, menos para
financiar actividades que deben ser financiados por las personas; para ellos,
el Estado no debe regalar nada; todo debe ser pagado como bien de consumo, en
consecuencia no aceptan nada que asome a gratuidad ni nada que borre el afán de
multiplicar el capital en todos los servicios que se puedan integrar al círculo
virtuoso del enriquecimiento capitalista.
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No por nada el motor de la economía chilena ha sido el
consumo acompañado por endeudamiento de las familias; no ha sido ni la
inversión productiva ni la innovación; los costos de los servicios esenciales
pasaron también a ser bien de consumo y, por tanto bien sujeto al lucro
(atrapado en la férula del lucro).
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Por tanto, la reforma tributaria propuesta inicialmente para
financiar los nuevos financiamientos públicos para la educación y salud, que
alcanzarían el 3, 2% del PIB, unos 8,3 miles de millones de dólares, alcanzaría
para estos nuevos desembolsos, según las propias palabras del ministro de
hacienda de entonces.
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Con la pasada por el Congreso y la “Cocina” de Zaldívar y
CIA, esta reforma se transformó en un financiamiento basal bastante menor y en
una apuesta al crecimiento del PIB para financiar desde el 2018 los nuevos
gastos.
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Obviamente, el crecimiento económico no favoreció la apuesta
tributaria a los ingresos futuros y el financiamiento basal fue mal calculado,
con lo cual el Estado se ve enfrentado a endeudarse soberanamente para cumplir
su promesa de gobierno o simplemente rearma la propuesta con tal de morigerar
las expectativas y chutearlas hacia un futuro impredecible.
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El nuevo ministro de hacienda impuso la segunda opción, es
decir morigerar las reformas, hacerlas de gradualidad acorde con el crecimiento
económico, no hacer más reformas tributarias y paralizar lo que se prometió,
por lo menos hasta el 2018.
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De aquí al 2018 tendremos otro gobierno; puede que de aquí a
ese tiempo ingresen nuevos recursos vía precio del cobre y mientras las
candidaturas vacilarán entre prometer reformas más de fondos o ni siquiera atreverse a prometer nada, dado lo fallido de
lo que vivió con la Nueva Mayoría. Esta poquita fe del electorado jugaría a favor de los poderes que no quieren
modificar nada, pues todo discurso de cambios será mirado como demagogia poco
fina, casi burlesca. Mientras que los conservadores reinstalarán el discurso
del “realismo sin renuncias”, claro que esta vez del lado del lucro.
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Por eso es que la tramitación de la reforma durará casi
hasta el final del período Bachelet y cuando se deba decidir, casi se preferirá
dejar la tarea al nuevo gobierno y al nuevo Parlamento.
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De esa manera se van decantando las expectativas y se van
confirmando los poderes instalados; ¿o ustedes no han visto cómo se siguen construyendo grandes
edificaciones de las universidades privadas basadas en el lucro? Eso es signo de que confían que en este país
con vista al mar, nada cambiará de manera real.
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Para ser
realistas
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Para ser
realistas en las reformas, se debe calcular bien cuánto cuesta y de dónde
saldrán los fondos. Ahora hablan que para la gratuidad y todo lo que le
acompaña se necesitan tres reformas tributarias como la que malamente se hizo. Esto nos habla de dos
cosas: o que el ministerio de Hacienda anterior no calculó bien o que el nuevo
ministerio de Hacienda junto al Senado
tiraron la reforma para la cola de las prioridades nacionales y la achicaron a
la tercera parte.
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Cualquiera
de las opciones es vergonzante para el gobierno y los políticos, pues para
usar una retroexcavadora se requiere saber conducirla y de lo que es capaz de
hacer, porque de lo contrario, si se equivoca de marcha puede socavar en
retroceso, y eso es lo que ha acontecido.
En todo caso
yo les puedo sugerir dos fuentes de ingresos adicionales que podrían por sí
solas financiar las reformas: primero, se debe “normalizar” el impuesto que
cobra Chile a las mineras privadas, es decir subirlo al 45%, real, es decir no
sobre las utilidades sino sobre renta presunta, sin incentivos a la inversión y
bloqueando las triquiñuelas de evasión.
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Ahí tendríamos unos 7 mil millones de
dólares adicionales cada año. En segundo lugar, las transferencias del 10% a
las Fuerzas Armadas de las ventas de Codelco, se transferirán en un 50% al gasto de las reformas y sólo el otro 50% a
satisfacer los compromisos ya adquiridos en compra de armamentos, pero con
absoluta transparencia de lo que ya se ha gastado (los países vecinos saben
perfectamente cuánto gasta Chile en armas, así es que lo del secreto
estratégico es una disculpa dolosa); en tercer lugar, los fondos del FUT
que no sean usados en inversión
productiva en el plazo de un año, deben pagar un impuesto del 35% (recordemos
que son impuestos no cobrados); de esta forma se evita que el FUT se use como
refugio paradisiaco o que se sigan usando especulativamente en el sector
financiero. Ya con esas simples reformas tributarias tendríamos asegurado un
financiamiento real y permanente y sin afectar la inversión real, porque
simplemente se le está “quitando la grasa al cerdo”, que está muy mal pelado y
peor carneado.
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