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miércoles, 13 de julio de 2016


Opinión de un corresponsal en Londres
BREXIT SIGNIFICA BREXIT", DECLARÓ LA NUEVA PRIMERA MINISTRO DEL REINO UNIDA THERESA MAY
Por Rafael Ramos

El Brexit ha sido comparado con  Cronos, el dios de la mitología griega que devoraba a sus hijos cuando nacían. En poco tiempo ha engullido a todos los cabecillas de la salida de Europa. Primero fue Boris Johnson, después Michael Gove, finalmente Andrea Leadsom. Su crueldad ha ido en aumento. Al principio los dejaba vivir unos meses después de salir del vientre de la gran revolución británica del siglo XXI, últimamente apenas unos días.
La gran ironía es que May hizo campaña (aunque sin entusiasmo, todo sea dicho) por la permanencia en la UE, y que nunca fue una brexista, sino una ministra leal a David Cameron y personaje del sistema, de quien se hablaba desde hacía un par de años como potencial líder del Partido Conservador pero en una especie de reserva, si cuando llegara el momento no surgía ninguna figura con un carisma arrollador. De ella se sabe relativamente poco,  porque ha hablado casi siempre de la inmigración, la policía y las presiones, asuntos de su competencia como responsable hasta ayer del Ministerio del Interior. Y como además no le gusta socializar y tampoco delegar, su visión del mundo es un gran misterio.
 “Nos hace falta un gobierno que emprenda una auténtica reforma social, que haga que el país funcione para todos –dijo en su último discurso antes de saber que iba a ser la primera ministra, horas antes de que Leadsom se retirara–. porque en el Reino Unido de hoy en día, si naces pobre te mueres nueve años antes que si eres rico. Y si eres negro, el sistema judicial te trata con mucha mayor dureza que si eres blanco. Y si eres de la clase trabajadora, tienes infinitamente menos posibilidades de ir a un buen colegio, y a la universidad, de realizar tu vocación y trabajar en lo que quieres. Y si eres una mujer, estás condenada a ganar menos que un hombre”.
Juzgada sólo por ese mensaje, May parecería más próxima a un  partido alternativo como Podemos en España o a Bernie Sanders (EE UU) que al Partido Conservador británico, pero se trata de una figura camaleónica, difícil de discernir, que cambia de rumbo según sopla el viento, y es de suponer que ese mensaje (que volvió a repetir ayer en el Consejo de Ministros) iba dirigido a los indignados de clase obrera, víctimas de la globalización y frustrados con el sistema, que utilizaron el referéndum como un voto de protesta y fueron determinantes en la decisión de salir de Europa. En otras circunstancias y ante otras audiencias se ha vestido con ropajes de colores muy diferentes.
La nueva primera ministra británica tiene un lado mucho más oscuro, casi se diría que oportunista y desalmado, aderezado con el mismo populismo que durante la campaña mostraron los defensores del Brexit. Como por ejemplo cuando decoró las calles y carreteras del país con unas camionetas con el eslogan “Go home”, ofreciendo a los inmigrantes ilegales el regreso a su país con los gastos de avión pagados por el Gobierno de Su Majestad. O como cuando implementó la normativa que niega a los ciudadanos británicos el derecho a traer al país a sus cónyuges e hijos extranjeros si sus ingresos eran inferiores a 20.000 euros anuales. O cuando se mostró partidario de abolir el Acta Europea de Derechos Humanos. O cuando, a fin de parecer inflexible, ordenó la deportación de una familia australiana establecida legalmente en Escocia, y cuyos hijos están tan integrados que hablan gaélico. Por otro lado, ha abolido los controles callejeros rutinarios a ciudadanos de color, y no ha dudado en enfrentarse con la policía por la corrupción y los abusos.
La nueva Theresa May dice que está del lado de los trabajadores, y hay que reducir los sueldos y primas de los grandes ejecutivos que cobran cien o mil veces más que sus empleados. La vieja Theresa May, sin embargo, se opuso a la imposición de un salario mínimo “porque significaría traspasar el lastre del Estado de bienestar a las empresas”. La nueva May considera poco realista a corto plazo una reducción sustancial de la inmigración neta al país. La vieja, suscribió el objetivo de Cameron de dejarla en 100.000 personas al año (ahora son 330.000, la mitad de ellas procedentes de la Unión Europea).
Por el momento se resiste como gato panza arriba a la convocatoria de elecciones anticipadas, y se considera con un mandato suficiente del pueblo por ser una figura destacada del Gobierno que salió elegido con mayoría absoluta el año pasado (al fin y al cabo el establishment  la apoya para que dé estabilidad, no para que aumente la incertidumbre). A su favor juega la caótica situación del Partido Laborista, sumergido en su propia batalla por el liderazgo, y que con Corbyn al frente perdería según las encuestas (últimamente poco fiables) hasta un centenar de escaños en unos comicios. Pero diputados laboristas, de los Verdes y del SNP escocés reclaman una nueva visita a las urnas, en vista de la magnitud de las decisiones que habrá que tomar pronto.
Sea cual sea su ideología, si es que la tiene y va más allá del pragmatismo y la defensa de sus propios intereses, May será juzgada por su capacidad para unir a un Partido Conservador dividido entre eurófilos y euroescépticos, para unir a un país dividido entre el campo y la ciudad, intelectuales y clases trabajadoras, ricos y pobres, Londres y las regiones, con más boquetes que un queso de Gruyère, y sobre todo por la gestión del Brexit.
Para toda la clase política británica, con excepción de ella y unos pocos más, la salida de Europa ha sido una maldición, una plaga bíblica, un veneno que se ha llevado con los pies por delante a Cameron, Johnson, Gove, Leadsom... El dios Cronos de Westminster se ha comido sin compasión a los hijos del Brexit. ¿La devorará también a ella?
Sin embargo, a pesar que May es favorable a la permanencia en el bloque comunitario, no hay marcha atrás. Lo tiene claro: “Brexit significa Brexit”.

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