Opinión de un corresponsal en Londres
“BREXIT SIGNIFICA BREXIT", DECLARÓ LA NUEVA PRIMERA MINISTRO DEL REINO UNIDA THERESA MAY
Por Rafael Ramos
El Brexit
ha sido comparado con Cronos, el dios de la mitología griega que devoraba a sus hijos cuando
nacían. En poco tiempo ha engullido a todos los cabecillas de la salida de
Europa. Primero fue Boris Johnson, después Michael Gove, finalmente Andrea
Leadsom. Su crueldad ha ido en aumento. Al principio los dejaba vivir unos
meses después de salir del vientre de la gran revolución británica del siglo
XXI, últimamente apenas unos días.
La gran ironía es que May hizo campaña
(aunque sin entusiasmo, todo sea dicho) por la permanencia en la UE, y que
nunca fue una brexista, sino una ministra leal a David Cameron y personaje del
sistema, de quien se hablaba desde hacía un par de años como potencial líder
del Partido Conservador pero en una especie de reserva, si cuando llegara el
momento no surgía ninguna figura con un carisma arrollador. De ella se sabe
relativamente poco, porque ha hablado casi
siempre de la inmigración, la policía y las presiones, asuntos de su
competencia como responsable hasta ayer del Ministerio del Interior. Y como
además no le gusta socializar y tampoco delegar, su visión del mundo es un gran
misterio.
“Nos
hace falta un gobierno que emprenda una auténtica reforma social, que haga que
el país funcione para todos –dijo en su último discurso antes de saber que iba
a ser la primera ministra, horas antes de que Leadsom se retirara–. porque en
el Reino Unido de hoy en día, si naces pobre te mueres nueve años antes que si
eres rico. Y si eres negro, el sistema judicial te trata con mucha mayor dureza
que si eres blanco. Y si eres de la clase trabajadora, tienes infinitamente
menos posibilidades de ir a un buen colegio, y a la universidad, de realizar tu
vocación y trabajar en lo que quieres. Y si eres una mujer, estás condenada a
ganar menos que un hombre”.
Juzgada sólo por ese mensaje, May
parecería más próxima a un partido
alternativo como Podemos en España o a Bernie Sanders (EE UU) que al Partido
Conservador británico, pero se trata de una figura camaleónica, difícil de discernir,
que cambia de rumbo según sopla el viento, y es de suponer que ese mensaje (que
volvió a repetir ayer en el Consejo de Ministros) iba dirigido a los indignados
de clase obrera, víctimas de la globalización y frustrados con el sistema, que
utilizaron el referéndum como un voto de protesta y fueron determinantes en la
decisión de salir de Europa. En otras circunstancias y ante otras audiencias se
ha vestido con ropajes de colores muy diferentes.
La nueva primera ministra británica
tiene un lado mucho más oscuro, casi se diría que oportunista y desalmado,
aderezado con el mismo populismo que durante la campaña mostraron los
defensores del Brexit. Como por ejemplo cuando decoró las calles y carreteras
del país con unas camionetas con el eslogan “Go home”, ofreciendo a los
inmigrantes ilegales el regreso a su país con los gastos de avión pagados por
el Gobierno de Su Majestad. O como cuando implementó la normativa que niega a
los ciudadanos británicos el derecho a traer al país a sus cónyuges e hijos extranjeros
si sus ingresos eran inferiores a 20.000 euros anuales. O cuando se mostró
partidario de abolir el Acta Europea de Derechos Humanos. O cuando, a fin de
parecer inflexible, ordenó la deportación de una familia australiana
establecida legalmente en Escocia, y cuyos hijos están tan integrados que
hablan gaélico. Por otro lado, ha abolido los controles callejeros rutinarios a
ciudadanos de color, y no ha dudado en enfrentarse con la policía por la
corrupción y los abusos.
La nueva Theresa May dice que está del
lado de los trabajadores, y hay que reducir los sueldos y primas de los grandes
ejecutivos que cobran cien o mil veces más que sus empleados. La vieja Theresa
May, sin embargo, se opuso a la imposición de un salario mínimo “porque
significaría traspasar el lastre del Estado de bienestar a las empresas”. La
nueva May considera poco realista a corto plazo una reducción sustancial de la
inmigración neta al país. La vieja, suscribió el objetivo de Cameron de dejarla
en 100.000 personas al año (ahora son 330.000, la mitad de ellas procedentes de
la Unión Europea).
Por el momento se resiste como gato
panza arriba a la convocatoria de elecciones anticipadas, y se considera con un
mandato suficiente del pueblo por ser una figura destacada del Gobierno que salió
elegido con mayoría absoluta el año pasado (al fin y al cabo el establishment la apoya para que dé estabilidad, no para que
aumente la incertidumbre). A su favor juega la caótica situación del Partido
Laborista, sumergido en su propia batalla por el liderazgo, y que con Corbyn al
frente perdería según las encuestas (últimamente poco fiables) hasta un
centenar de escaños en unos comicios. Pero diputados laboristas, de los Verdes
y del SNP escocés reclaman una nueva visita a las urnas, en vista de la magnitud
de las decisiones que habrá que tomar pronto.
Sea cual sea su ideología, si es que la
tiene y va más allá del pragmatismo y la defensa de sus propios intereses, May
será juzgada por su capacidad para unir a un Partido Conservador dividido entre
eurófilos y euroescépticos, para unir a un país dividido entre el campo y la
ciudad, intelectuales y clases trabajadoras, ricos y pobres, Londres y las
regiones, con más boquetes que un queso de Gruyère, y sobre todo por la gestión
del Brexit.
Para toda la clase política británica, con excepción de ella y unos
pocos más, la salida de Europa ha sido una maldición, una plaga bíblica, un
veneno que se ha llevado con los pies por delante a Cameron, Johnson, Gove,
Leadsom... El dios Cronos de Westminster se ha comido sin compasión a los hijos
del Brexit. ¿La devorará también a ella?
Sin embargo, a pesar que May es
favorable a la permanencia en el bloque comunitario, no hay marcha atrás. Lo
tiene claro: “Brexit significa Brexit”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario