La voz del Perú
LA REVOLUCIÓN SOCIAL CUESTA, PERO ES JUSTA Y NECESARIA
Por Roberto Mejía Alarcón
Los grupos de poder se han escandalizado ante el
anuncio de una “revolución social” que promete llevar adelante el presidente
electo Pedro Pablo Kuczynski. Tal frase no existe en el habla diaria de ellos.
Es pecado mortal, una blasfemia imperdonable. La historia política está llena
de ejemplos al respecto. Por eso ya están moviendo sus fichas mediáticas para
botar al traste, según dicen, ese despropósito. Prefieren que todo siga igual.
No hay que crear turbulencias, manifiestan en sus acercamientos con el designado
gabinete ministerial, porque se vendrían abajo las posibilidades de una mayor
inversión y ,consiguientemente, un perjuicio irreparable a la economía. ¿Hasta
qué punto puede tomarse en serio tal apetencia?.
Para comenzar es bueno que sepan que el ciudadano
de hoy, a diferencia de aquel que existía en el siglo pasado, es cada vez más
consciente de la situación en que vive, de sus problemas, de sus carencias y
limitaciones. Y, del mismo modo, que gracias a su tenacidad sabe que, pese a
todo, tiene derecho a un presente y futuro mejor. No cree, como algunos
suponen, en la prédica de aquellos que afirman demagógicamente, que el país va
viento en popa y que, gracias a la política económica neoliberal, nos acercamos
a las condiciones del llamado Primer Mundo. Lo cierto es que si bien la
economía es más diversificada, aun continuamos siendo víctimas del
subdesarrollo y, frente a una minoría privilegiada, millones de personas, sobre
todo en los andes y la selva, viven en la miseria. La prueba de ello está en el
informe “Progreso Multidimensional: bienestar más allá del progreso”, elaborado
por el Programa de las Naciones Unidas, donde se revela que de los 30 millones
de peruanos, 12 millones son vulnerables, pues sus ingresos se encuentran entre
4 y 10 dólares, lo cual significa que tales personas podrían volver a caer en
la pobreza o pobreza extrema. Hoy en día el 2 y el 7 por ciento de la
población, permanecen en tal estado.
Por eso se agradece, desde ahora, la posibilidad de
una “revolución social” formulada por PPK, quien gobernará en medio de la
prepotencia de un Poder Legislativo controlado por un grupo político que le
guarda rencor y que está animado por una sed de venganza, luego de la derrota
electoral de junio pasado. La gratitud del pueblo vendrá después, siempre que
se sepa ahora y no mañana, qué es lo que Kuczynski interpreta como “revolución
social” y cómo entiende tal frase el ciudadano de a pie. Éste y porque
conocemos su realidad, aspira, en esencia, a vivir como ser humano, o sea a
tener derecho a comer, a gozar de salud, a preservar la naturaleza y mejorar el
ambiente, a contar con un empleo estable, un salario remunerador y prestaciones
laborales que desde hace tiempo están consagradas legalmente; a tener acceso a
la educación de calidad y al menos a las expresiones de la cultura que el
propio pueblo crea, a poder adiestrarse en el manejo de las nuevas técnicas que
hoy se multiplican con celeridad; a disponer de servicios sociales básicos; a
ejercer libremente el derecho a pensar, a tener o no una religión, a
expresarse, a organizarse, a protestar, a unirse y en síntesis a vivir
dignamente.
Todo ello supone vivir en paz, en armonía con la
naturaleza y con la sociedad, disfrutar de seguridad y en una genuina
democracia, al menos reducir la dosis de violencia y la dramática desigualdad
que hoy se observa entre ricos y pobres, donde los primeros gozan de altos
niveles de ingreso y en donde los segundos, que forman la mayor parte de la
población, viven aun en condiciones lamentables.
Alcanzar ese sueño, es posible, si verdaderamente
se da la “revolución social”. Todo eso, podríamos afirmar, resume las
principales aspiraciones y anhelo del ciudadano, de ese que no tiene empleo, de
ese que cada mañana lucha por treparse como sea a un vehículo del transporte
público, de ese que habiendo estudiado no califica para trabajar en lo que
sabe, de ese que sufre al lado de sus hijos por la falta de un plato de comida
caliente, de ese que no conoce la Internet porque en su villorio no existe la
energía eléctrica, de ese que es discriminado por el color de su piel, de ese
que ve mirar impotente la muerte de sus familiares por la falta de atención
médica y medicinas apropiadas.
Definir con precisión lo que se reclama,
establecerlo claramente, convertirlo en el centro de una propuesta
auténticamente cristiana y aun pronunciarlo como lema o como divisa de nuestras
luchas sociales, es importante e incluso necesario, aunque con frecuencia
caemos en el error de creer que porque las demandas del pueblo de abajo son
legítimas, justas, claras y viables, se abrirán paso espontáneamente y sin
mayor esfuerzo. Olvidamos que la democracia tiene amplias vías para que la
ciudadanía se haga escuchar y hacer valer sus derechos constitucionales.
Olvidamos, gobernantes y gobernados, que sólo el reconocimiento de la dignidad
humana hace posible el crecimiento común y personal de todos. Olvidamos que
para favorecer un crecimiento semejante es necesario, en particular, apoyar a
los últimos, asegurar efectivamente condiciones de igualdad de oportunidades
entre el hombre y la mujer, garantizar la igualdad objetiva entre las diversas
clases sociales ante la ley. El día en que nos pongamos sobre el pecho el
cumplimiento de esos deberes -y ojalá así ocurra a partir de este julio-
entonces sí podremos hablar de “revolución social”.
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