Brasil
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DE LA CONSTITUCIÓN
Por Leonardo Boff
Cuando hay una crisis
generalizada como esta que estamos viviendo y sufriendo en Brasil, sin perspectiva de una
salida que cree consenso, no tenemos otra alternativa que volver a la fuente
del poder político, expresión de la soberanía de un pueblo. Tenemos que
rescatar todo el valor del primer artículo de la Constitución, párrafo único: «Todo
poder emana del pueblo».
El pueblo es, pues,
el sujeto último del poder. En momentos en que una nación se encuentra en un
vuelo ciego y ha perdido el rumbo de su destino, este pueblo debe ser convocado
para decir qué tipo de país quiere y qué tipo de democracia desea: esta con un
presidencialismo de coalición, hecho de negocios y negociados no demasiado
claros o una democracia de verdad, en la cual los representantes elegidos
representan efectivamente a los electores y no los intereses corporativos y empresariales
que les garantizan la elección. Urge avanzar más: necesitamos dar forma
política al nivel de conciencia que ha crecido en todos los estratos sociales,
mostrando voluntad de participar en los destinos del país.
En el fondo vuelve la
pregunta básica: ¿vamos a alinearnos con los que detentan el poder mundial
(inclusive el de matar a todo el mundo) o vamos a construir nuestro camino
autónomo, soberano y abierto a la nueva fase planetaria de la humanidad?
El primer proyecto
prolonga la historia que hemos tenido hasta el día de hoy, desde la Colonia,
pasando por el Imperio y por la República, en que siempre hemos sido mantenidos
subalternos. Los ibéricos no vinieron para fundar aquí una sociedad sino para
montar una gran empresa internacional privada, una verdadera agro-industria,
destinada a abastecer el mercado mundial. Esa lógica perdura hasta la
actualidad: intenta transformar nuestro eventual futuro en nuestro conocido
pasado. A Brasil le toca ser el gran abastecedor de commodities, sin o
con escasa tecnología y valor agregado, en un proceso de recolonización.
Lamentablemente este
es el intento del actual gobierno interino, especialmente del PSDB que
claramente se alinea con un duro neoliberalismo que implica disminución del
Estado, ataque a los derechos sociales en favor del mercado y una privatización
de los bienes públicos carente de escrúpulos, como el pre-sal entre
otros.
El proyecto
alternativo hunde sus raíces en la cultura brasilera y en el aprovechamiento de
nuestra inmensa riqueza que puede sostenernos independiente, soberana y abierta
a todas las demás naciones. Seríamos una gran potencia, no militarista, en los
trópicos, con una economía entre las mayores del mundo.
Curiosamente, las
jornadas de junio de 2013 y posteriormente, mostraron que el pueblo ha
percibido los límites de la formación social para los negocios. Quiere ser
sociedad, quiere otras prioridades sociales, quiere otra forma de ser Brasil.
En una palabra, quiere ser una sociedad de humanos, cosa distinta de una
sociedad de negocios. Tal propósito implica refundar Brasil sobre otras bases.
¿Pero quién ha
escuchado el clamor de las calles, especialmente el de los jóvenes?
Efectivamente nadie, pues todo ha quedado como antes.
Lo que en verdad nos
ha faltado en nuestra historia ha sido una revolución verdadera como la hubo en
Francia, en Italia y en otros países. La historia no es nunca una continuidad,
algo que crece orgánicamente desde una cosa hacia otra cosa. Está hecha de
discontinuidades y rupturas radicales que derriban un orden e instauran un
orden nuevo.
En Brasil, como
lamentaba siempre Celso Furtado, nunca tuvimos esa ruptura. Lo que predominó
durante todo el tiempo hasta hoy es la política de conciliación entre los
poderosos. El pueblo siempre quedó fuera como algo incómodo a los acuerdos
hechos por encima de él y contra él.
Lo que está pasando
ahora con el intento de impeachment a la Presidenta Dilma Roussef,
legítimamente elegida, es dar continuidad a esta política de conciliación de
las élites, del capital rentista y financiero, de aquel 10%, que según el IBGE
de 2013 controla el 42% de la renta nacional. Jessé Souza del IPEA los enumera:
son 71.440 super ricos que manejan por detrás el Estado y los rumbos de la
economía en la perspectiva de sus intereses, absolutamente egoístas,
conservadores y antipopulares. No les importa la perversa desigualdad social,
una de las mayores del mundo, que se traduce en la favelización de nuestras
ciudades, violencia absurda, generando humillación, prejuicio y degradación
social por falta de infraestructura, de sanidad, de escuela y de transporte.
Si Brasil fue fundado
como empresa y para continuar como empresa transnacionalizada, es hora de
refundarlo como sociedad de ciudadanos creativos y conscientes de sus valores.
Mi sueño es que la
crisis actual, con el sufrimiento que encierra, no sea en vano. Que ella cree
las bases para lo que Paulo Freire llamaría “lo inédito viable”: nunca más
coalición entre los pocos ricos de espalda a las grandes mayorías. Que se
busque viabilizar lo que prescribe la Constitución en su tercer artículo (IV):
«promover el bien de todos, sin prejuicios de origen, raza, sexo, color, edad o cualquier otra forma de discriminación".
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