SÁLVENSE QUIEN PUEDA
Por Walter Krohne
Una verdadera alarma económica, que probablemente aterrizará
en un nuevo recorte de las expectativas del PIB para este año,
está viviendo Chile, lo que la presidenta Michelle Bachelet simplemente atribuye a un “crecimiento más
lento” de la economía sin mencionar, ni menos reconocer, los efectos negativos que han tenido las malas
reformas, especialmente la tributaria, la laboral y más recientemente la educacional,
cuyo último proyecto acaba de ingresar al Congreso, donde se espera un trámite
largo y tedioso.
Estas reformas inciden directamente en la caída de
la inversión, señalan los expertos, pero
el Gobierno no quiere verlo así e insiste en terminar “a como sea”, por razones
político-electorales, las promesas que hizo en su campaña y que no tenían
ningún sostén técnico-profesional. Fueron promesas para ganar votos y punto. Si
estas promesas se cumplen bien o mal, parece no importarle a nadie ni en el
Gobierno ni en los partidos ni tampoco las consecuencias que éstas tendrían en
el futuro desarrollo de Chile.
En caso de que se concrete una tercera caída
consecutiva anual en la inversión, sería la mayor baja en un año desde la
década de los ’70 y la economía nacional completaría el peor trienio de
crecimiento desde fines de los ochenta.
El problema más grave, sin duda alguna, es la caída
del precio del cobre, el ingreso más sólido que el país tenía hasta ahora y desde
hace décadas. Ya en los años de la Unidad Popular se le llamaba “el sueldo de
Chile”. Sin embargo, no se puede ofrecer
ni emprender un paquete de reformas de
todo tipo y de alto costo en cuatro años sin una base firme de ingresos. Esto es válido
para cualquier proyecto, ya sea privado o público. Pero aquí en Chile, al
estilo “chilence” los políticos y sus operadores dijeron entre cuatro paredes,
como ocurre a menudo, “echémole pa’ delante nomás”, sin pensar en el desastre nacional, que
seguramente endurecerá el ya grave problema de la desigualdad económica en
Chile. Nadie pensó en “el chileno de a pie” y el país ha continuado sin crear
industrias o nuevas fuentes de producción que evite desastres económicos cada
vez que baje el cobre. Menos ahora que se pronostica una nueva baja en las
inversiones.
Por lo demás, al comenzar las promesas la
Presidenta y sus asesores ya sabían que el precio del cobre comenzaba a caer en
un ciclo que puede durar años al ritmo de como ya está ocurriendo. Perfectamente la
administración de turno podría haber modificado sus propuestas o haber impulsado
solamente parte de ellas, pero no, porque políticamente hubiese sido mal visto.
Para peor, al aprobarse la reforma tributaria no hubo tampoco capacidad para
calcular bien el costo real de la reforma educacional. Las sorpresas han venido después y ¿ahora qué?. Se requieren 3.600 millones de dólares según el proyecto presentado, incluyendo un monto de becas de mantención y los recursos destinados para la creación de un fondo para el desarrollo de la investigación. Corresponde al 1,5% del PIB chileno que es de US$ 240 mil millones. Si el Estado tuviera este fondo disponible la pregunta sería: ¿quiere una mayoría de chilenos usar toda este dinero en la reforma educacional o hay otras necesidades, como salud, educación no terciaria, pensiones, infraestructura o creación de nuevas fuentes de trabajo?
Esta es la consecuencia de conductas irresponsables de algunos dirigentes políticos
que miran la realidad del país y actúan con un nivel cero de ética y tienen la
mirada puesta solamente en las elecciones presidenciales del 2017 porque para
ellos es muy importante elegir a quienes van a administrar lo que aún queda de
la “torta” que había en los noventa tras el retorno de la democracia. En otras
palabras, mantener el control del poder para algunos dirigentes los enceguece frente
a las necesidades de la gente y del país.
A veces pienso que a Chile no le ha servido mucho pertenecer a la
Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que agrupa a 34 países
miembros y su misión es promover políticas que mejoren el bienestar económico y
social de las personas alrededor del mundo, porque este mejoramiento no ha llegado a Chile y
más bien ha empeorado, al menos en estos casi tres últimos años.
Hay que pensar que esta
organización es un foro para que los gobiernos de los países miembros,
especialmente los más débiles puedan
trabajar conjuntamente para compartir experiencias y buscar soluciones a los
problemas comunes como también conocer y comprender los caminos que conducen al cambio económico, social y ambiental, midiendo
la productividad y los flujos globales del comercio e inversión.
Pero para la presidenta, según su discurso, lo efectivo es “pensar políticas públicas,
con nuestra mente puesta en nuestros objetivos sociales y de impulso económico
al mismo tiempo”. Palabras y palabras que carecen de consistencia y se las
lleva el viento. Los chilenos no podemos esperar o vivir solamente de la retórica,
se requieren hechos concretos y buenos resultados para salir adelante dentro de
la selva en que se ha convertido el mundo en general, especialmente cuando los
expertos económicos –Bachelet no es economista- dicen y repiten en culpar a la agenda
de reformas que califican como factores no cíclicos que explican el momento en que
vivimos.
Los expertos coinciden en que la reforma tributaria,
laboral y la educacional son “efectos
estructurales” que repercuten en un menor crecimiento que actualmente sería de
1,75% para este año y muy probablemente seguirá bajando.
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