Opinión Política
NO HAY QUE JUGAR CON LA DEMOCRACIA
En el último periodo,
olvidando la historia y millones de víctimas, en Europa se han reavivado la
xenofobia y las tensiones raciales, de la mano con un rebrote
ultranacionalista, de tanta intensidad que la extrema derecha se ha
transformado en fuerza decisiva en varios países, cambiando el curso de la
situación política en el viejo continente; una prueba categórica de ello es el
llamado Brexit, es decir, la salida del Reino Unido de la Unión Europea,
decidida en el reciente referéndum del 23 de junio pasado.
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Hay muchas causas
influyendo en este nuevo escenario; en especial, el temor a la enorme presión
migratoria proveniente del Oriente Cercano, así como el recrudecimiento de las
acciones terroristas suicidas del fundamentalismo islámico, que esta semana en
Niza vuelven a estremecer a Francia, Europa y el mundo.
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Pero hay más factores, entre
ellos, la debilidad de la memoria histórica en esas naciones, en las que no
se ha cultivado conocimiento suficiente hacia las tragedias históricas que
asolaron el continente y generaron sufrimientos humanos inenarrables.
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Ello se refiere, en
particular al odio racial, que está en la raíz de dos terribles guerras
mundiales, y que llevó al Estado nazi a ejecutar el holocausto contra el pueblo
judío, con un costo superior a los seis millones de personas asesinadas en los
campos de exterminio. A ellos se deben agregar otras etnias de origen eslavo,
así como el pueblo gitano, y los luchadores antifascistas alemanes y de
diversos países europeos que fueron deportados y sacrificados por su conciencia
libertaria.
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Tal dimensión alcanzó el
terror que en Alemania, durante décadas, los crímenes de aquel periodo fue tema
que se eludía. Las denuncias de la izquierda eran ignoradas. Era mejor no
escuchar los relatos de las víctimas e ignorar la resistencia a los nazis.
Incluso, grupos fanáticos nacionalsocialistas, llegaron a decir que tal horror
no había existido. Muchos años trabajo la pensadora Hannah Arendt, a fin de
encontrar la verdad contenida en el horror, que no era más que el terror como
factor esencial del sistema de dominación del totalitarismo nazi y que también
caracterizó el totalitarismo estalinista.
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Desde la literatura se hizo
un aporte fundamental a la verdad. Primo Levi e Imre Kertesz, como escritores y
sobrevivientes de origen judío. Así también, se atrevió a romper la complicidad
del silencio el Nobel de Literatura, Gunther Grass que junto a otras voces, se
abrió paso la condena del nazismo y se creo una nueva situación. No fueron
exclusivamente ellos, para la denuncia del terror en el totalitarismo
estalinista, la obra de Alexander Solyenitzin tiene un valor esencial.
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Ahora bien, el silencio y la
vergüenza frente al horror no es sólo un tema alemán, también toca a otros
países que se sometieron y colaboraron con los crímenes de lesa humanidad. Esa
sumisión significó participar en las matanzas de los nazis, como en Francia,
bajo el mando del régimen colaboracionista del mariscal Petain. Una de esas
acciones criminales fue la redada del 16 y 17 de Julio de 1942, en que la
policía francesa entregó a la Gestapo unos 12 mil judíos, entre ellos más de 4
mil niños, que fueron ultimados en el campo de concentración de Auschwitz.
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Se conoce como la redada del
velódromo de invierno por que allí se inició el calvario de esas víctimas,
trasladadas después a campos de detención en las afueras de París, luego
llevadas en trenes a la Polonia ocupada por las tropas nazis. El terrorismo
de Estado se asemeja en usar los espacios deportivos para cometer crímenes
terribles, como fue en 1973, con el Estadio Nacional, y el entonces Estadio
Chile, hoy Víctor Jara, y otros más a lo largo del país.
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En el afán de sembrar el
terror para cumplir con celo el encargo nazi, los niños fueron arrancados a la
fuerza por la policía desde los mismos brazos de sus madres, los gendarmes
franceses no tuvieron compasión. El hambre y la sed dieron cuenta de una buena
parte de esos niños indefensos y, luego los hornos crematorios dieron fin a los
que habían sobrevivido. Formaron parte de los cerca de cien mil judíos
entregados en Francia a la Gestapo, por el régimen colaboracionista de Vichy.
Muy pocos se salvaron. El holocausto los ejecutó a casi todos.
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A fines de los cincuenta,
alguien pensó que ese recinto deportivo aún en uso, incluso para desfiles de
moda, podía traer malos recuerdos y fue destruido para construirse allí el
edificio del ministerio del Interior. Una placa se instaló como memoria
histórica. Demasiado poco para una tragedia tan tremenda como aquella.
Demasiado poco para honrar a las víctimas del holocausto y lograr que los
crímenes nunca se repitan.
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Sin embargo, el dilema entre
la vida y el horror, la libertad y la opresión, la democracia y la dictadura,
ya estaba presente en Europa. En una fecha coincidente, en 1936, un 17 de
Julio se desencadeno en España, el Golpe de Estado contra la República, que
partió en dos el territorio del país, iniciándose la cruenta guerra civil
que cobró más de medio millón de vidas, destruyendo y diezmando sus recursos
humanos y materiales.
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En España no hubo unidad
suficiente de los republicanos, que derrocharon valor, pero que no pudieron
detener la maquinaria bélica, sostenida por Hitler para que Franco se
impusiera. Ni en Francia, ni en Inglaterra, hubo una voluntad nacional para
enfrentar lo que estaba en juego. Más tarde, las consecuencias fueron
horrorosas.
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Como nadie los detuvo, los
nazis se anexaron Austria e invadieron Polonia y se alimentó el delirio de
expansión, el mismo que ayudó decisivamente a consolidar el totalitarismo y
ahogó la democracia; a Hitler la dominación sobre Europa le quedaba al alcance
de la mano.
Así la Segunda Guerra Mundial
fue inminente. La tragedia le costó a la humanidad 60 millones de vidas y, a España,
al concluir esa terrible guerra civil, la instalación del franquismo le
significó 40 años de dictadura totalitaria. La democracia logró regresar al
morir el dictador. Recién ahora se instala la memoria histórica de tan cruento
periodo.
Asimismo, hubo de transcurrir
más de medio siglo, hasta el instante en que un Jefe de Estado de Alemania, el
Presidente Johannes Rau, diera el paso histórico de pedir perdón ante el
Parlamento de Israel, por el horror ejecutado por el régimen nazi desde el
Estado alemán y por la terrible industria de muerte que fueron capaces de
generar con el control del Ejército y los servicios de represión política y
persecución racial, guiados por la Gestapo.
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Nunca un país se degrada
tanto a sí mismo como cuando se transforma en Estado terrorista. No hay cosa
peor que el gobierno de una nación convertido en organización criminal. Por
ello, Alemania fue capaz de pedir perdón. Como lo hizo el Presidente Aylwin
en Chile, por los crímenes cometidos por la dictadura, entre 1973 y 1989. La
conclusión no admite dudas, no hay que jugar con la democracia.
Hay que condenar el horror y
superar los quebrantos. A veces los dolores son tantos que el olvido parece
solución, pero así las lecciones históricas no serán debidamente aprendidas. Al
contrario, hay que nutrir el recuerdo, el respeto y amor a la víctimas sin caer
en la ceguera irracional del odio incontrolable. Ese que se levanta desde el
nacionalismo a ultranza, que se retroalimenta con la fiebre de valorarse como
una raza superior. Ese mismo ardor perverso del chovinismo que vuelve a estar
agazapado en Europa.
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Por eso, la tarea de hacer
memoria histórica exige un esfuerzo tenaz y cotidiano; mantener viva la imagen
de aquel que no está, referirse a el en muchas e infinitas conversaciones y
reuniones, para que el ejemplo de los mártires logre perdurar y la vida de las
víctimas del holocausto no caiga en el olvido.
El humanismo de todas las
épocas venera su memoria. Tantos años después en el corazón de la humanidad
deben perdurar los latidos de la vida de esos niños, sacrificados de manera
feroz, y a las conciencias debe llegar el quejido de tantas existencias
mancilladas por la furia asesina que causan el odio racial, el extremismo
nacionalista, el integrismo religioso y la irracionalidad política cuando
controlan el Estado y destruyen la convivencia de las naciones y la paz entre
los pueblos.
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