OPINIONES DEL FIN DE SEMANA
UN RESPIRO LIBERAL
Por Carlos Peña
Esta semana ocurrió
un hecho que transformará la sociedad chilena más que cualquier asalto utópico
o ideológico. Se trata de la celebración
del Acuerdo de Unión Civil.
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Ese acuerdo permite que las parejas homosexuales accedan a
un rito que si no es el matrimonio (al que sin embargo debieran tener derecho),
lo remeda, y que en cualquier caso les confiere un reconocimiento que hasta
ahora, como consecuencia de prejuicios, creencias religiosas, temores atávicos,
formación reactiva o simple barbarie, se les negaba.
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Si hasta hace poco las
parejas homosexuales eran toleradas a condición que se abstuvieran de ejercer
su sexualidad (que es lo que todavía les aconseja la Iglesia Católica) o a
cambio que mantuvieran su condición en secreto o la ejercieran con sigilo (so
pena de la burla, desprecio o incluso agresión física), de ahora en adelante,
las que lo prefieran, podrán comprometerse ante la ley, y de esa manera ejercer
su forma de vida en la esfera pública de igual modo que cualquier otra.
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Es difícil exagerar la importancia de ese paso.
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Ortega y Gasset solía decir que las verdaderas revoluciones
no se llevan adelante contra los abusos, sino contra los usos. Lo verdaderamente
revolucionario, decía, no consiste en combatir los abusos o injusticias que una
persona o una clase efectúa contra otra (hay que combatirlos, por supuesto,
pero eso no constituye una revolución), sino destruir poco a poco los usos
sociales que no están a la altura de los tiempos. Los usos sociales, explicaba,
son esas pautas mudas de comportamiento, esos prejuicios atmosféricos con que
las personas se mueven acríticamente en la vida, y en base a los cuales se
relacionan unas con otras, esos valores y formas de vida que se han vuelto
hegemónicos y que definen el perfil de una época.
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¿Cuál uso social es
el que principia a deteriorarse con las ceremonias celebradas?
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Desde luego, y el más importante, la creencia de que hay
formas de vida que por su orientación sexual no merecen el amparo de la ley.
Ese uso social (impregnado de catolicismo conservador) pretende distinguir el
trato que los ciudadanos merecen de parte del Estado, atendiendo a las
decisiones que ellos adoptan respecto de su sexualidad. Se trata de un criterio
gravemente iliberal, que desconoce el hecho de que una sociedad abierta debe
aceptar que las personas decidan lo que les plazca en la esfera de asuntos que
les atingen solo a ellas. La orientación sexual, como la amistad, el amor, la
fe religiosa, los ritos neuróticos, el consumo de sustancias de variada índole
o cualquier cosa que afecte solo al sujeto que las decide, sin invadir la
autonomía de otro, deben ser un coto vedado al Estado, el que, por lo mismo, no
debe inmiscuirse, para, en cambio, tratar a las personas con prescindencia de
las elecciones que hagan en esos ámbitos.
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Pero no es lo único.
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Junto con destruir la
idea de que el Estado tiene razones para inmiscuirse en la esfera de la
sexualidad, el Acuerdo de Unión Civil confiere el reconocimiento a formas de
vida que hasta ahora estaban condenadas a ser invisibles.
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Fue Hegel quien (en la "Fenomenología del
espíritu") llamó la atención acerca del hecho de que era propio de los
seres humanos anhelar que el valor que cada uno se confiere a sí mismo, sea
reconocido también por los demás. Esta pulsión por el reconocimiento (que anima
también a otras minorías, como las indígenas) ha tenido un importante éxito con
el Acuerdo de Unión Civil. Las parejas que pactaron esa unión lo hicieron (así
lo declararon algunas) animadas por propósitos pragmáticos; pero al comparecer
ante el oficial civil (que para estos efectos suspendió su huelga por algunas
horas) seguramente sintieron, siquiera por un momento, que lo suyo ya no era, como
debió serlo en la escuela, en el barrio o en el trabajo, motivo de vergüenza o
de rechazo.
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En estos tiempos en que la esfera pública ha estado anegada
por anhelos de comunidad y de cohesión social, por la ilusión de que las
sociedades son una masa compacta en la que todos deciden por todos, el Acuerdo
de Unión Civil, que obliga al Estado a respetar las decisiones del individuo
-especialmente de quienes se apartan de las formas de vida de la mayoría-, es
un verdadero respiro liberal.
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