OPINIONES DEL FIN DE SEMANA
CRÍTICOS Y CRITICADOS
Por Jorge Navarrete
A estas alturas resulta un lugar común hablar de la crisis
de la actividad política. Y aunque es evidente que los problemas de legitimidad
y representación que arrastran las instituciones se enmarcan dentro de una
tendencia mundial, los datos también nos muestran que el deterioro y la
desafección han sido profundamente acelerados en nuestro país.
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En efecto, y
tomando como referencia únicamente a los países de la región, la velocidad y
profundidad de la caída en la confianza de los partidos políticos es sólo peor
en Nicaragua y Guatemala; mientras que tratándose del Congreso, nuestra
situación es levemente menos dramática de lo que está ocurriendo en Paraguay.
Cuando algunos
destacan estos datos u otros insisten sobre la gravedad que reviste el
desprestigio de nuestra clase dirigente, hay muchos políticos que reaccionan de
manera defensiva, tanto minimizando la magnitud del problema, como también
suponiendo que se les hace un ataque personal.
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El exabrupto de Ignacio Walker
hacia Eduardo Engel tuvo algo de esto. Por una parte, no parece razonable
desacreditar las opiniones que cualquier ciudadano manifiesta hacia la
política, actividad que por definición se refiere a los asuntos que nos
conciernen a todos. Quizás sin quererlo, el senador se hizo parte de una peligrosa
corriente, tan propia de la defensa corporativa, que tiende a privatizar el
espacio público como si la conducta y desempeño de nuestros representantes
fuera una cuestión que sólo atañe y puede juzgarse desde adentro, y por quienes
de manera preferente se dedican a esta actividad. Por la otra, si cualquier
persona está inhabilitada para opinar sobre nuestro sistema institucional pues
“no tiene idea de política”, ¿en qué posición quedarían los senadores y
diputados para discutir -peor todavía, para resolver- cuestiones que se
refieren a la economía, el medio ambiente, la ciencia o el sistema de salud?
Traigo tardíamente a colación este episodio, pues esta
semana la comisión de Constitución de la Cámara de Diputados mayoritariamente
rechazó que un agente externo como el Servel pudiera fiscalizar las elecciones
internas de los partidos políticos. La razón aducida fue que dicha medida era
impracticable, pero frente a la insistencia de otras alternativas para cumplir
con el mismo propósito, la reprobación fue todavía más enérgica. ¿Qué puede
haber detrás de tanto celo por evitar que estos procesos internos sean
susceptibles de ser vigilados y reclamados ante un órgano imparcial que
profesionalmente se dedica a esta cuestión?
Y aunque respuestas habrá muchas, lo que por ahora me
interesa recalcar es que las fuertes críticas que se hacen a nuestros partidos,
en cuanto a su falta de transparencia, representatividad e incidencia en el
debate público, están mayoritariamente animadas por la convicción de que éstos
son un pilar fundamental de nuestra democracia, en cuanto cumplen esa
insustituible labor de intermediar entre el poder formal y los ciudadanos.
Negar la evidencia o resistirse a los cambios, es la mejor manera de darle la
espalda a la política y a sus protagonistas.
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