IGLESIA
Papa Francisco ¿Héroe o villano?
Papa Francisco ¿Héroe o villano?
Por RICARDO BAEZA
Y la extrañeza proviene porque se ha considerado –y con
justa razón– que este papa ofrece una cara distinta, más abierta a los nuevos
tiempos, enfocado en la preocupación por los pobres. Una imagen muy diferente a
lo que la estructura eclesiástica nos ha tenido acostumbrados: una iglesia
lejana de la gente y con una curia más preocupada de resguardar la imagen
institucional que de las directrices pastorales hacia los fieles. Entonces
¿cómo congeniar esta imagen de líder reformista y humanitario con la de este
cura poco empático, que se empeña en defender a alguien tan ampliamente
cuestionado moralmente? Tal vez porque nos olvidamos que detrás de ese traje
santo e inmaculado existe un ser humano real, llamado Jorge Bergoglio, así como
un contexto institucional específico y un momento histórico altamente
particular.
¿Alguien medianamente inteligente podría suponer que el
cardenal Bergoglio hubiera sido electo papa, por un colegio cardenalicio
ampliamente conservador y de derecha, si él mismo no fuera también
profundamente conservador y de derecha? No olvidemos que hubo dos grandes
objetivos en la última elección papal, por una parte elegir a alguien que
ayudara a cambiar la resentida imagen de la iglesia en la opinión pública
(producto de los escándalos sexuales y financieros) y, por otra parte,
contribuir a cambiar la configuración del poder al interior de la propia curia
vaticana. Difícilmente se hubiera optado por elegir a alguien que pretendiera
ir mucho más allá que eso. La idea nunca fue tratar de avanzar hacia una
transformación radical en una institución tan profundamente conservadora como
la iglesia católica, sino más bien avanzar hacia un cambio de imagen, de
sintonía con el mundo católico y sus bases.
Y en eso el papa Francisco ha sido altamente exitoso e
incluso podemos decir que hasta ha logrado ir más allá que lo que muchos
esperaban, emitiendo declaraciones públicas muy cuestionadoras del
establishment y que han despertado una oleada de esperanza de renovación y de
cambio. Algunos dirán que esto es buena prueba de los cambios que se avecinan
dentro de la iglesia. Otros, más escépticos, considerarán que no es más que un
mero maquillaje y sólo un gesto conveniente “para la galería”.
Hay que saber qué
tuercas apretar, en qué momento y con cuánta fuerza. Más aún si hay que
trabajar con las personas que ya existen en la institución y que no resulta
posible cambiar de un día para otro sin generar aún mayores resistencias. ¿Será
ésta la razón de que Francisco insista en respaldar a Barros, para evitar un
remezón mayor en la jerarquía eclesiástica chilena, como una especie de
compensación acordada habiendo permitido ir contra Karadima con la condición de
que no cayera nadie más de su círculo y evitar así un daño más generalizado en
la iglesia chilena?
.
El caso es que, sea como sea, Bergoglio está llevando
adelante un papado diferente y que sintoniza con la gente como nunca antes
había ocurrido con una autoridad vaticana. Y hacerlo dentro de una institución
tan fuertemente conservadora, y que por ende se resistirá con vehemencia a los
cambios, requiere de mucho tacto y habilidad política. Es decir, los avances
(si es que los hay) deben ser ajustados, paulatinos y oportunos.
¿Será este respaldo a Barros
una manera de evitar menoscabar a Errázuriz, quien es uno de sus soportes más
firmes en la comisión que busca abordar el estratégico tema de la
estructuración interna vaticana? ¿Será simplemente el propio Bergoglio el que
habla, desde su propia postura política y humana? La verdad es que podemos
llegar a especular todo lo que queramos hasta el cansancio, porque lo cierto es
que los hechos no son todo lo claros que nos gustaría que fuesen. Y eso nos
descoloca y nos incomoda profundamente.
¿Por qué tanta incomodidad? Creo que el problema de esto es
el simplismo con el que estamos acostumbrados a funcionar. En vez de asumir la
complejidad propia de la naturaleza humana, nos agrada caer en la caricatura y
simplemente diferenciar entre “buenos” y “malos”. Y todo lo que piensan, dicen
y hacen los primeros está perfecto, mientras que si lo piensan, dicen o hacen
los segundos resulta de lo peor. Y mucho menos nos detenemos a analizar los
contextos en los que las situaciones se dan.
Y esto es curioso porque basta con mirarnos a nosotros
mismos para darnos cuenta que, aún suponiendo que nos inspire algún principio
claro, la coherencia absoluta con aquello siempre se nos hace francamente
difícil y hasta excepcional. Las circunstancias nos afectan, nuestro humor,
nuestras necesidades. Y más improbable aún si son los demás los que esperan de
nuestra parte cierta coherencia perfecta respecto de lo que ellos, no nosotros,
consideran que deben ser nuestros principios rectores. En resumen, todos y cada
uno somos la prueba viviente de la complejidad de la naturaleza humana.
Sin embargo, caemos una y otra vez en el error de asumir que
deben existir personas en una categoría moral diferente, como si estuvieran por
sobre las circunstancias de la naturaleza humana. Aquellos que, por evidenciar
logros excepcionales o manifestar actitudes notables en cierto ámbito,
automáticamente suponemos que deben ser destacables y coherentes en todo lo
demás. Y así, se convierten para nosotros en una especie de súper humanos,
iluminados o gurúes. Y se termina caricaturizando a la persona, colgándole un
cartel (para mal o para bien) y desde entonces procedemos a interpretar todo a
través de dicho cartel. “Sabemos que es bueno, así que si hizo algo malo tiene
que haber sido sin querer” “Es un sinvergüenza, por lo que si hace una buena
acción es que algo debe traerse entre manos”.
La naturaleza humana no es así, es menos coherente y mucho
más compleja de lo que desearíamos. Y aunque nos encantaría que hubiera buenos
y malos (para simplificarnos la vida e identificarnos con los primeros, por
supuesto), la verdad es que nadie califica con propiedad como tales. Las
acciones si, las personas no. Y así como hasta el peor de los villanos puede
ser capaz de la acción más noble, también el catalogado de bondadoso puede
llegar a cometer fechorías. Pero ni en uno ni en otro caso se convierten
automática y plenamente en héroes ni en villanos. Como bien diría Ortega y
Gasett, yo soy yo y mis circunstancias… y obviamente el propio papa Francisco
tampoco escapa a ello.
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