OPINIONES DEL FIN DE SEMANA
ALEGRÍA CONSTITUCIONAL
Por Carlos Peña
Una de las cosas más misteriosas de la condición
humana es la alegría. La gente se alegra, se contenta y se felicita por las
cosas más disímiles.
Un buen ejemplo es lo que podría llamarse la alegría
constitucional.
Cualquier observador desprevenido hubiera predicho que los
partidarios de una nueva Constitución solo se alegrarían si el Gobierno
anunciara un procedimiento preciso para aprobarla y alguna idea del contenido
que debiera poseer.
Pero ha ocurrido algo sorprendente.
Todos (desde los que firman AC hasta quienes se inclinan por
fórmulas más tibias) se manifiestan felices, esperanzados y orgullosos porque
el Gobierno, según comunicó la Presidenta el martes, decidió renunciar a ambas
cosas: tanto a diseñar un procedimiento, como a elaborar ideas para el futuro
contenido constitucional. En vez de promover un procedimiento, el Gobierno hizo
un listado de todos los procedimientos posibles, y en vez de elaborar ideas
relativas al contenido de una nueva Constitución, comunicó su propósito de
educar a la ciudadanía en un lapso de seis meses para que fuera ella la que lo
elaborara.
¡Y todos están felices!
El fenómeno prueba, por supuesto, que la alegría no es
racional.
Porque es evidente que nadie que se detenga a pensar
siquiera un momento creerá que la población podrá recibir educación cívica
eficaz en el breve lapso de seis meses. Si algo así se lograra, el urgente
problema educacional de Chile -que ha tenido ocupada a la esfera pública
durante casi una década- habría sido un espejismo. Los problemas de
lectoescritura y de comprensión de textos abstractos no serían producto de lo
que hasta ahora se creía, sino el fruto de la simple desatención, de no haber
advertido que una campaña intensa y decidida podría resolverlo todo.
Quienes están felices con la fórmula de la educación cívica,
o son hipócritas (y están contentos porque saben que de ella no resultará nada,
que es lo que en verdad anhelan), o no la entienden (y por eso creen que
funcionará), o son cínicos (y esperan de esa forma expandir sus propias ideas).
También es obvio que los diálogos ciudadanos tendrán un
efecto más performativo que deliberativo; serán una forma de poner en escena la
participación más que un mecanismo para dialogar de veras. Y es que ese tipo de
diálogos -fuera de las obvias distorsiones que introduce la presencia de
minorías consistentes- tiene un problema de representatividad incluso superior
al que se reprocha al actual Congreso. La representatividad tiene, por decirlo
así, tres versiones: en una de ellas, cada uno de los individuos del universo
de que se trata (en este caso, la ciudadanía) tuvo la misma oportunidad de
integrar el grupo que pretende representarlo (representatividad muestral); en
la otra, un grupo reproduce fielmente y a escala en todos sus rasgos el
conjunto a que pertenece (representatividad pictórica); en la tercera, un grupo
representa a otro porque ejecuta su voluntad o su mandato (representación como
agencia). Es evidente que ninguna de esas formas de representación se satisfará
en este caso.
Y así las bases de la nueva Constitución no podrán obtenerse
inductivamente como, sin embargo, sugirió la Presidenta.
Salta a la vista, en fin, que la Comisión ("ciudadanos
de reconocido prestigio") que se nombraría para vigilar el proceso tampoco
provee motivos para un contento racional. Fuera de la dificultad de hallar en
estos tiempos a ciudadanos nobles y prestigiosos, se tropezará con un viejo
problema: ¿desde cuándo los procesos políticos están supervigilados por una entidad
que, por trascenderlos, es capaz de controlarlos epistémica o
procedimentalmente? Sería útil que la prensa averiguara a quién pudo
ocurrírsele esa tonta idea según la cual los procesos políticos -un proceso
constituyente, nada menos- debe contar con una especie de comisión arbitral que
los vigila. Porque ¿quién custodiará a los custodios?
Si todo lo anterior es tan trivialmente erróneo, ¿a qué se
reduce entonces el anuncio constitucional?
Se reduce (fuera de situarlo en el incierto futuro: en el
ejercicio del próximo gobierno) a una disminución del quórum de reforma
constitucional de dos tercios hoy día existente, a tres quintos. Ese es el
único objetivo de este enrevesado diseño. Aprobar ese quórum es el único papel
que -como dijo la Presidenta- a pesar de su opacidad, débil legitimidad y falta
de representatividad, le corresponderá al actual Congreso.
Pero es probable que, así y todo, los miembros del actual
Congreso -la condición humana es misteriosa- estén contentos.
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