OPINIÓN HUGO LATORRE
LA SARTÉN POR EL MANGO
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Hace 42 años que la derecha tiene “la sartén por el mango”
en Chile. Desde el golpe militar se comenzó a revertir el proceso de
integración social y popular en la vida ciudadana del país, proceso que venía
avanzando paso a paso desde 1925, y con más intensidad desde 1938.
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La derecha, a pesar que gobernó con los Alessandri, padre e
hijo, no pudo alejar la presión social sobre el aparato del Estado y debió
tomar medidas que fortalecían al aparato público, como ejemplifica la creación
y concesión de los canales universitarios de televisión, en el gobierno de
Jorge Alessandri, bajo la doctrina que este nuevo medio de comunicación debía
estar a cargo de entidades que elevaran la cultura social de Chile a través de
una programación educativa y formativa.
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Esta visión social-republicana de la política ha sido
desechada y aplastada desde los tiempos de la dictadura, cuyo régimen en
coalición con la derecha, sólo ha aspirado
a establecer una sociedad de negocios, pasando por encima del pueblo en todas
las dimensiones de su evolucionar moderno hacia la integración republicana.
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Este modelo “empresocéntrico” (Varsasky), unidimensional y
coercitivo, marginador y discriminador, se fue empoderando y ampliando su radio
de apropiación hasta dejar al segmento público y estatal reducido a menos del
20% del PIB.es decir derechamente en la inopia.
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Si se sigue la obra de Piketty, podemos descubrir que este
esquema distributivo de la riqueza es más propio de países en etapa pre
industrial y en proceso temprano de industrialización, pero también en tiempos
postmodernos con sociedades de gran predominio financiero en el ejercicio de sus
economías. Estas economías financiero especulativas, llamadas también
sociedades postindustriales, representan organizaciones extremadamente
corporativas e individualistas, términos que a pesar de su aparente
contradicción, han resultado tremendamente simbióticas en su estrategia exitosa
de acumulación y exclusión.
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Como señalamos, en Chile la experiencia dictatorial dio al
traste con el empeño integrador de la política del meso siglo XX, arrastrando a
la sociedad a un proceso acelerado de privatización de la riqueza, con sesgo
oligárquico y con claro signo anti industrial.
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Como las fuerzas proletarias organizadas habían estado
operando como los actores sociales más demandantes en la etapa de
industrialización sustitutiva, se aprovechó de “botar el agua sucia de la
organización popular junto a la criatura industrial que la sustentaba; de ese
modo se suprimía el drama del empuje
redistributivo de esa etapa. Desde entonces la derecha económica, en alianza
estrecha con la derecha política y los remanentes del militarismo, han tenido
“la sartén por el mango” en la economía, marcadamente centrípeta, expoliativa y
expropiativa.
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Los procesos de concentración, especulación, colusión, de
exacción, evasión, elusión y abuso han sido tan constantes y crecientes, que la
sociedad no ha tenido más que empezar a crear estrategias de sobrevivencia
ingeniosas para poder subsistir en este esquema de “crecimiento empobrecedor”.
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Es evidente que un Estado que sólo capta menos del 20% del
PIB es incapaz de resolver los problemas de
desarrollo y crecimiento de una sociedad que intenta acceder a la
modernidad.
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Por tanto, lo que se hace como ejercicio paralelo al sistema
económico, tal como esta iniciativa de las farmacias regentadas por los
municipios, no conducirán a un desarrollo alternativo de una sociedad como la
chilena; cuando mucho se puede frenar la caída en los niveles de acceso a
estándares mínimos de prestaciones para el bienestar en salud. En este mismo
sentido se pueden ubicar los autocultivos alimentarios y el trueque, el
autoempleo como refugio o la construcción solidaria.
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Lo que se ve, es que el sector económico oligárquico
manifiesta un apetito infinito de coacción económica, dado que denuncia como
inconstitucional el que los municipios, como organización pública, esté en
funciones e iniciativas económicas, prohibidas expresamente por la Constitución
engendrada por esos mismos sectores oligárquicos en dictadura.
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Se hace evidente, con esto, que una nueva Constitución se
hace urgente, pues con ello se resolvería el tema del veto al Estado en sus
iniciativas económicas, bajo la bandera ideológica del rol subsidiario del
Estado, así como una serie de inequidades y desequilibrios en la estructura de
poder. Así, se podría revertir esta camisa de fuerza puesta al Estado, que es
extemporánea, perjudicial y torpe, pues
inhabilita a un sector de la sociedad que todos los demás países aprovechan
para acelerar, balancear y complementar los procesos económicos.
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Lo bueno de esta experiencia, está en que la sociedad
intenta, ahora, tomar la sartén por el otro mango, generando iniciativas autónomas,
creativas y soberanas. Este es el paso previo al reconocimiento de derechos más
generales y de mayor calado, hasta auspiciar un cambio de la mentalidad con que
se enfrentan las relaciones sociales de poder.
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