COLUMNA DEL TEÓLOGO BOFF-KRADIARIO
EL DERECHO CONTRA LA DERECHA
Prolongando
reflexiones anteriores, veo que para intentar salir de la crisis actual (si es
que es posible) hay dos presupuestos que deben ser considerados seriamente. De
lo contrario corremos el riesgo de perder todo lo que hayamos proyectado: el
colapso del orden capitalista y los límites de la Tierra que no se pueden
traspasar. Naturalmente se trata de hipótesis, pero creo que fundadas.
Primer presupuesto: el sistema del capital ha entrado en colapso,
lo que significa su fin en un doble sentido: fin en el sentido de que ha
alcanzado su propósito fundamental: aumentar la acumulación privada hasta su
límite extremo. Como constató Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI:
«los pocos que están arriba tienden a apropiarse de una gran parcela de la
riqueza nacional». Hoy esa tendencia es no sólo nacional sino global.
Los datos varían de año en año, pero en el fondo se resumen
en esto: un grupo cada vez menor detenta y controla gran parte de la riqueza
mundial. Hoy son, según datos de la respetada Escuela Politécnica Federal de
Zurich (ETH), 737 actores que controlan cerca del 80% de los flujos financieros
mundiales. Dentro de poco serán muchos menos.
Pero ese fin significa también fin como colapso y desenlace
final. La agonía puede prolongarse, pues usa mil estratagemas para perpetuarse,
pero la crisis es inevitablemente terminal. El capitalismo ha tocado techo y no
consigue ir más allá; peor aún, no tiene nada más que ofrecer, a no ser más de
lo mismo, que es aquello que produce la crisis: su ilimitada voracidad.
Ocurre que sobrepasó los límites físicos de la Tierra; el
agotamiento de los bienes naturales es de tal orden que ya no tiene condiciones
para autorreproducirse, pues los necesita. Al forzar su lógica interna, puede
volverse biocida, ecocida y, en el límite, geocida. Como no puede
autorreproducirse más, se vuelve sobre sí mismo, acumulando con más y más
furia, vía especulación financiera: dinero haciendo dinero. El lema sigue
siendo el mismo, el perverso “greed is good” (la codicia es buena). Que se dañe
la humanidad, la naturaleza y el futuro de las próximas generaciones.
Si en Brasil queremos salir de la crisis a base de esta
lógica, estamos escogiendo el camino del abismo. Dentro de poco, todos
experimentaremos en carne propia el sentido de la metáfora de Sören Kirkegaard:
el payaso pidió a los espectadores que ayudasen a apagar el fuego de las
cortinas de atrás del teatro. Todos reían y aplaudían pues pensaban que era
parte del espectáculo. Nadie hizo caso al payaso hasta que el fuego quemó el
teatro entero y a todos los que estaban dentro y aún en los alrededores.
El segundo presupuesto, ausente casi siempre en los
analistas económicos convencionales, es el estado gravemente enfermo del
planeta Tierra. La aceleración productivista está destruyendo rápidamente las
bases físico-químicas que sustentan la vida, además de producir una espantosa
erosión de la biodiversidad (cerca de cien mil especies, según E. Wilson,
desaparecen cada año) y el imparable calentamiento global, cuyos gases de efecto
invernadero han alcanzado en la actualidad los niveles más elevados desde hace
800 mil años. Con la subida de la temperatura 2 grados centígrados podremos
todavía gestionar la biosfera. Sin embargo, si no hacemos nada a partir de
ahora, como afirmó ya en 2002 la sociedad científica norteamericana, aun en
este siglo podríamos conocer el “calentamiento abrupto”. Este podría llegar a
4-6 grados centígrados más. Bajo esa temperatura, advierte la comunidad científica,
las formas de vida conocidas no podrían subsistir y gran parte de la humanidad
se vería afectada gravemente con millones de víctimas.
¿Cómo salir de ese impasse? Tal vez nadie tenga condiciones
para ofrecer una alternativa realmente viable, porque tiene una dimensión que
va más allá de Brasil, pues es global. A nosotros, los intelectuales, nos toca
reflexionar, alertar y urgir medidas concretas. Es nuestro imperativo ético.
Mi bola de cristal me sugiere tres caminos:
El primero, ante la gravedad de la crisis, consiste en crear
un consenso mínimo, suprapartidario, que incluya a parlamentarios progresistas,
sindicatos, empresas, intelectuales, ONGs, iglesias y pueblo de la calle en
torno a un proyecto mínimo de Brasil fundado en algunos principios y valores
asumidos por todos (seguramente se exigirá una reforma política, tributaria y
fuerte inversión en la agroecología). Estimo que el liderazgo de Lula sería
suficientemente fuerte todavía para encabezar esta propuesta. El Gobierno de
Itamar Franco, pos-crisis Collor, podría servir de referencia inspiradora.
El segundo sería constituir un frente amplio y vigoroso de
partidos progresistas, sindicatos y otros grupos e intelectuales progresistas
para hacer frente al fuerte avance de la derecha con sus políticas
neoliberales, asociadas al proyecto-mundo liderado por los países centrales. La
derecha no tiene una preocupación social consistente, pues ella está interesada
en el crecimiento vía PIB que favorece a las clases propietarias y a los
bancos, dejando a los pobres allí donde siempre han estado, en la periferia.
Nuevamente estimo que la figura más adecuada para tejer este
frente progresista sería Lula. Pero su dirección debería ser pluralista y no
personalista. La convergencia en la diversidad no anularía las singularidades
de los partidos y de los grupos que tienen su identidad y su historia. Pero
ante un peligro general, deben relativizar lo particular en función de lo
universal.
El tercer camino sería que el PT (Partido de los Trabajadores) con Dilma haga una rigurosa
auto-crítica (hasta hoy no la ha hecho), se recomponga internamente, refuerce
el nexo del poder con los movimientos sociales, politice lo más rápidamente
posible las bases y se presente con una agenda nueva que completaría la
primera, cuyos temas básicos serían la infraestructura de salud, educación,
transporte, la urbanización de las favelas, la reforma política, la tributaria
y la agraria, entre otros puntos.
Pero veo que el desgaste del PT, a partir de un puñado de
traidores y ladrones que llenaron de vergüenza a más de un millón de afiliados
y desmoralizaron al país ante sí mismo y ante el mundo, vuelve frágil, tal vez
hasta ineficaz este camino.
Por algunas de estas salidas se podrá superar la
perplejidad, el sentimiento de impotencia y construir alguna esperanza de que
todavía tenemos solución. En cualquier caso, lo que de verdad cuenta en la
superación de cualquier crisis es esta tripleta, verdadera Trinidad de la
economía sana que va más allá del PIB pequeño o grande: el empleo, el salario y
la promoción social de las bases. Eso garantizará la supervivencia de la
mayoría y creará un orden soportable.
En todo caso, a la derecha política que elucubra salidas
fuera de la democracia, debemos oponer el derecho. No podemos aceptar que se
rompa el rito democrático pues la historia ha mostrado que aquella no tiene un
compromiso serio con la democracia; para salvar sus intereses no teme romper
las reglas.
En cuanto a nosotros, no nos es permitido desistir de buscar
lo mejor para nuestro país, más allá de las diferencias y desavenencias que
puedan existir. El bien común debe prevalecer sobre cualquier otro bien
particular.

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