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martes, 5 de mayo de 2015

COLUMNA-LATORRE-KRADIARIO

DE LA ALEGRÍA (QUE NO LLEGÓ) A LA FRUSTRACIÓN (QUE SÍ LLEGÓ)
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Por Hugo Latorre Fuenzalida

Pinochet, para tratar de ganarse al honorable público, prometió un auto por cada chileno; luego la Concertación prometió traer “la alegría”, y a cuarenta y tantos años de promesas ¿qué tenemos?
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Tenemos dos ofertones; uno desde la pura materialidad y el otro de la pura espiritualidad. El primero- el de los autos-, es una promesa de tipo populista que  ataca al tema de los estatus del hombre moderno aspiracional: ser a través del automóvil.
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El segundo ofertón, del lado de la Concertación, va dirigido a una aspiración existencial: volver a ser feliz luego de un largo tiempo de opresión, depresión y oscurantismo tiránico.
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Bueno, eso de un auto por cada chileno ya nos estamos aproximando a sus evidentes consecuencias, pues creo que estamos llegando a unos 3 millones de vehículos. Somos 17 millones de personas y unos 12 millones de adultos, lo que aún nos pone lejos de la promesa pinochetista.
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Obviamente Pinochet sabía poco de planificación, pues para tener un auto se necesita duplicar el ingreso promedio de los chilenos…y eso está lejos de acontecer para la gran  mayoría de la población. Segundo, para tener 17 millones de autos se necesitaría triplicar la disponibilidad de calles y autopistas.
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Ambas cosas no van a acontecer hasta un tiempo no señalado y difícil de predecir…Y con los   autos que tenemos ya las calles están convertidas en un circuito de autos chocones. ¿Usted se imagina con tres o cuatro millones más de automovilistas que, además,  ya han perdido el freno neuronal y que se abalanzan contra cualquier contendiente sobre ruedas…?
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Y eso que no pueden ser “rápidos y furiosos”, pues los atochamientos dan apenas para “indignados pero lentos”, ya que la velocidad promedio de los vehículos que se desplazan en esta convulsionada ciudad va llegando a los 25 kilómetros por hora; es  decir, por ahí con una bicicleta. Pero nos tomamos la molestia de comprarnos autos tops, que desarrollan hasta 250 kilómetros por hora, es decir 10 veces más que la velocidad de desplazamiento urbano; además con todo tipo de suplementos tecnológicos y de seguridad, que hacen subir-para nada- los costos país de transporte a niveles demenciales.
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Un viejo economista inglés decía por allá en los 60 que si Chile (es decir la burguesía acomodada) hubiese invertido productivamente su riqueza y no la hubiese dilapidado en lujos, sería ya, hace rato, un país desarrollado. Pero como buenos latinos, antes que producir nos gusta gozar, antes que SER nos gusta PARECER.
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Complejos de inferioridad o superioridad ¿quién sabe?, pero que hay un complejo, lo hay. Y vienen de  atrás, pues no somos la primera generación que dilapida una riqueza (no forjada por la propia capacidad, sino caída del cielo). Ya tenemos en la historia los que dilapidaron la riqueza de la plata, del salitre, del trigo. Ahora le toca al cobre y  seguimos en las mismas…De aprendizaje, nada.
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La otra gran promesa hecha al pueblo, que vivió largo tiempo aplastado por la dictadura militar y empresarial, era la de que con la democracia llegaría la alegría. Pues ahora nos estamos dando cuenta que fue un perverso slogan publicitario para cazar papasnatas. Tenían claro desde mucho antes los dirigentes de la malhadada Concertación, que estaban jugados por el poder adquirido en contubernio con la derecha y los militares. La alegría  se mantendría en el mismo puesto de honor que estuvo durante los  diecisiete años de dictadura: en los ricos y en los uniformados, sumándose ahora la casta política traidora, mendaz y corrupta que nos han gobernado por más de 25 años a costa de mentiras, engaños, fraudes, disimulo, coimas, apernamientos, venalidad, clientelismo, nepotismo y toda clase de ejercicios avernales.
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El pueblo tiene razón en despreciarlos, pues son despreciables; porque ni siquiera  se les juzga por cobardes, pues nadie está libre de serlo en su naturaleza, sino que por impostores, por fingir un peligro que no era tal, destinado a que los consecuentes no tuvieran justificación y se amilanaran ante las “razones de Estado”. Es decir ponían un sello ético a una mentira de Estado, a un argumento “ideológicamente falso”. Estos “tibios” que llama
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En resumen, es hora de darle vacaciones eternas a las promesas populistas y tomar la sartén por el mango; es decir tomar la conducción en las propias manos del pueblo, mediante una democracia que represente al pueblo y no a la plutocracia; que rinda cuentas al pueblo y no a los empresarios; que vigile al milímetro a sus mandatarios; cuyo mandato sea revocable si no cumplen; pero, sobre todo, que se la jueguen por construir un Estado estructurado por una densa malla organizacional, en que la participación no es del individuo sino de la comunidad, no es del yo sino de la persona (hay diferencias muy grandes en los conceptos de “individuo” y “persona”.)
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Porque el problema de América Latina- y define una de las razones básicas del atraso- es que nunca logró construir un Estado democrático; apenas alcanzó a un Estado oligárquico y, a veces, un Estado populista semi-inclusivo (dominado por un aparato tecnoburocrático), signado como “ogro filantrópico”.
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Llegó el tiempo de construir  un Estado plenamente integrado, plenamente democrático y sustentado, en consecuencia, en una nueva ética: la ética del trabajo, de la  amistad y de la responsabilidad, con un proyecto pluralista y participativo.
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Este curso que llevamos, con más autos que alegría, nos lleva derecho al despeñadero.

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