COLUMNA-LATORRE-KRADIARIO
DE LA ALEGRÍA (QUE NO LLEGÓ) A LA FRUSTRACIÓN (QUE SÍ
LLEGÓ)
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Por Hugo Latorre Fuenzalida
Pinochet, para tratar de ganarse al honorable público,
prometió un auto por cada chileno; luego la Concertación prometió traer “la
alegría”, y a cuarenta y tantos años de promesas ¿qué tenemos?
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Tenemos dos ofertones; uno desde la pura materialidad y el
otro de la pura espiritualidad. El primero- el de los autos-, es una promesa de
tipo populista que ataca al tema de los
estatus del hombre moderno aspiracional: ser a través del automóvil.
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El segundo ofertón, del lado de la Concertación, va dirigido
a una aspiración existencial: volver a ser feliz luego de un largo tiempo de
opresión, depresión y oscurantismo tiránico.
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Bueno, eso de un auto por cada chileno ya nos estamos
aproximando a sus evidentes consecuencias, pues creo que estamos llegando a
unos 3 millones de vehículos. Somos 17 millones de personas y unos 12 millones
de adultos, lo que aún nos pone lejos de la promesa pinochetista.
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Obviamente Pinochet sabía poco de planificación, pues para
tener un auto se necesita duplicar el ingreso promedio de los chilenos…y eso
está lejos de acontecer para la gran
mayoría de la población. Segundo, para tener 17 millones de autos se
necesitaría triplicar la disponibilidad de calles y autopistas.
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Ambas cosas no van a acontecer hasta un tiempo no señalado y
difícil de predecir…Y con los autos que
tenemos ya las calles están convertidas en un circuito de autos chocones.
¿Usted se imagina con tres o cuatro millones más de automovilistas que, además,
ya han perdido el freno neuronal y que
se abalanzan contra cualquier contendiente sobre ruedas…?
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Y eso que no pueden ser
“rápidos y furiosos”, pues los atochamientos dan apenas para “indignados pero
lentos”, ya que la velocidad promedio de los vehículos que se desplazan en esta
convulsionada ciudad va llegando a los 25 kilómetros por hora; es decir, por ahí con una bicicleta. Pero nos
tomamos la molestia de comprarnos autos tops, que desarrollan hasta 250 kilómetros
por hora, es decir 10 veces más que la velocidad de desplazamiento urbano;
además con todo tipo de suplementos tecnológicos y de seguridad, que hacen
subir-para nada- los costos país de transporte a niveles demenciales.
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Un viejo economista inglés decía por allá en los 60 que si
Chile (es decir la burguesía acomodada) hubiese invertido productivamente su
riqueza y no la hubiese dilapidado en lujos, sería ya, hace rato, un país
desarrollado. Pero como buenos latinos, antes que producir nos gusta gozar, antes
que SER nos gusta PARECER.
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Complejos de inferioridad o superioridad ¿quién sabe?, pero
que hay un complejo, lo hay. Y vienen de
atrás, pues no somos la primera generación que dilapida una riqueza (no
forjada por la propia capacidad, sino caída del cielo). Ya tenemos en la
historia los que dilapidaron la riqueza de la plata, del salitre, del trigo.
Ahora le toca al cobre y seguimos en las
mismas…De aprendizaje, nada.
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La otra gran promesa hecha al pueblo, que vivió largo tiempo
aplastado por la dictadura militar y empresarial, era la de que con la
democracia llegaría la alegría. Pues ahora nos estamos dando cuenta que fue un
perverso slogan publicitario para cazar papasnatas. Tenían claro desde mucho
antes los dirigentes de la malhadada Concertación, que estaban jugados por el
poder adquirido en contubernio con la derecha y los militares. La alegría se mantendría en el mismo puesto de honor que
estuvo durante los diecisiete años de
dictadura: en los ricos y en los uniformados, sumándose ahora la casta política
traidora, mendaz y corrupta que nos han gobernado por más de 25 años a costa de
mentiras, engaños, fraudes, disimulo, coimas, apernamientos, venalidad,
clientelismo, nepotismo y toda clase de ejercicios avernales.
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El pueblo tiene razón en despreciarlos, pues son
despreciables; porque ni siquiera se les
juzga por cobardes, pues nadie está libre de serlo en su naturaleza, sino que
por impostores, por fingir un peligro que no era tal, destinado a que los
consecuentes no tuvieran justificación y se amilanaran ante las “razones de
Estado”. Es decir ponían un sello ético a una mentira de Estado, a un argumento
“ideológicamente falso”. Estos “tibios” que llama
.
En resumen, es hora de darle vacaciones eternas a las
promesas populistas y tomar la sartén por el mango; es decir tomar la
conducción en las propias manos del pueblo, mediante una democracia que
represente al pueblo y no a la plutocracia; que rinda cuentas al pueblo y no a
los empresarios; que vigile al milímetro a sus mandatarios; cuyo mandato sea
revocable si no cumplen; pero, sobre todo, que se la jueguen por construir un
Estado estructurado por una densa malla organizacional, en que la participación
no es del individuo sino de la comunidad, no es del yo sino de la persona (hay
diferencias muy grandes en los conceptos de “individuo” y “persona”.)
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Porque el problema de América Latina- y define una de las
razones básicas del atraso- es que nunca logró construir un Estado democrático;
apenas alcanzó a un Estado oligárquico y, a veces, un Estado populista
semi-inclusivo (dominado por un aparato tecnoburocrático), signado como “ogro
filantrópico”.
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Llegó el tiempo de construir
un Estado plenamente integrado, plenamente democrático y sustentado, en
consecuencia, en una nueva ética: la ética del trabajo, de la amistad y de la responsabilidad, con un
proyecto pluralista y participativo.
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Este curso que llevamos, con más autos que
alegría, nos lleva derecho al despeñadero.
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