POLITICA-OPINIÓN-KRADIARIO
AUGE Y CAÍDA DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA
Por Hugo Latorre Fuenzalida
La DC ha tenido tiempos de gloria y de pasión. Desde que se
forma la Falange y posteriormente el
Partido Demócrata Cristiano, emerge con gloriosos vientos de triunfo hasta
llegar al poder y ser una fuerza enorme en toda América Latina. Pero el paso
por la administración del Estado generó desgastes en su cohesión interna, de tal magnitud, que derivó en una
verdadera pasión disolutoria, la que, a su vez, desembocó en un fraccionamiento
y desmembramiento de diversas corrientes internas irreconciliables.
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En Venezuela, el liderazgo indiscutido de Caldera llevó al
Copei a un tiempo de esperanza partidaria, el que pronto se vio superado por la
emergencia potente de la socialdemocracia en pleno auge del petróleo.
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En Chile, sin embargo, el gobierno de Eduardo Frei Montalva es responsable de grandes transformaciones
sociales y económicas: la organización social del pueblo, la sindicalización
campesina, la reforma agraria, una profunda reforma educativa, la
industrialización y modernización del agro, la
apertura a una industria de bienes intermedio con propuesta exportadora.
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Esta ha sido, a no dudar, una de las experiencias de mayor
progreso y proyección de futuro para Chile, porque se hizo con integración social
y crecimiento económico, con el Estado como impulsor decisivo, pero sin agredir
al sector privado de la economía, sino, por el contrario, alentándolo a una
fase más elevada de desarrollo. Fue una revolución en libertad, literalmente
hablando. En cambio en Venezuela se dio un movimiento de inspiración “social
cristiano”, y sus ímpetus transformadores fueron bastante más tímidos,
comparados con el proceso chileno. Esto se
hace comprensible dado que la renta petrolera encubría las deficiencias
estructurales de esa sociedad, haciendo innecesaria una reflexión más profunda
sobre el funcionamiento de la misma.
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Durante la crisis de 1970-73, la situación política tendió a
una polarización ideológica que la democracia cristiana inicialmente resistió,
tratando de entablar un diálogo elemental, pero, al transcurrir del tiempo, terminó adoptando posturas antagónicas que
fueron cerrando las puertas de salida democrática para todo el sistema.
Obviamente no fue responsabilidad sólo de la DC, pero su aporte mediador y
moderador terminó en fracaso y los elementos más duros al interior del partido
terminaron imponiendo sus estrategias.
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La caída del régimen de Allende y la llegada de los militares al poder en Chile, fue visto
con alivio dentro de la mayoría de los dirigentes y militantes democristianos;
pero pronto fue barrido ese ánimo, cuando los informes comenzaron a dar cuenta
de la fascistización y violencia brutal del nuevo gobierno. La discrecionalidad
inicial de algunos dirigentes para prestar colaboración al régimen militar,
pronto fue defraudada por la preferencia de los militares por los grupos
políticos derechistas y no por los DC., para integrarlos al gobierno. Con todo,
hubo personeros y militantes DC que se integraron al gobierno en distintas
funciones, claro que luego fueron expulsados y cesada su militancia.
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Muchos dirigentes y militantes DC se trasladaron a luchar
junto a la Iglesia Católica en la defensa de los derechos humanos, y la
actividad propiamente política fue retomada sólo al final de la dictadura, con
la formación de diversos frentes dedicados a luchar por la recuperación de la
democracia.
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En ese tiempo la DC tuvo una postura relativamente
homogénea, sobre todo frente a la disyuntiva de lucha violenta o pacífica contra
la dictadura. Respecto al espectro político para establecer los acuerdos, se
dieron mayores diferencias al interior de la DC. Unos eran partidarios de
integrar a todo el espectro opositor (Valdés-Lavandero), mientras que otro
sector dejaba a fuera a quienes usaban la fuerza como forma de lucha
(Aylwin-Zaldívar).
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Al retornar la democracia, fue este último sector el que
triunfa y es el que impone el eje estratégico de la transición a largo plazo,
pactado con los sectores que se pensaron más moderados dentro de la derecha.
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Lo cierto es que la derecha estaba en su totalidad bajo la
egida política del pinochetismo, por lo que las “ilusiones” de modificación
progresiva de la Constitución se quedaron en eso, en pura ilusión, si asumimos
que alguna vez hubo intenciones de cambiar algo, pues si se mira a la distancia la historia de la Concertación
y se hojean los libros de Boeninger, se cae finalmente en la cuenta que la
voluntad de cambios nunca existió y que la aceptación del modelo neoliberal en
la economía y de exclusividad elitista en lo político, era total en muchos de
los más destacados dirigentes de la DC y de la Concertación.
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Tomic y Jaime Castillo alcanzaron a expresar su malestar con
la orientación que tomaba la conducción política e ideológica en la DC.
Lavandero se levantó como el gran impulsor de una propuesta de cambios y de
avanzada al interior de la DC y de la Concertación. Fue catalogado en una
editorial de la revista “HOY” como el “Ultimo líder populista”. Ya sabemos que
los dos primeros murieron con el dolor de la premonición decadentista y a
Lavandero lo defenestraron, quedando la DC sin líderes que pudieran expresar un
pensamiento de cambios, necesarios para intentar lavar el rostro de este
oscurantismo neoliberal en que ha caído y que la ha llevado a ensuciar sus manos
con procesos de corruptela clientelar disimulada pero muy extensa.
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La DC no ha caído todo lo que debió caer electoralmente,
gracias a que el padrón electoral es restringido en edad y segmento social. Los
electores son viejos y conservadores en su inmensa mayoría. El voto joven y
rebelde simplemente se abstiene, no participa y permite que los moribundos
gocen de aparente lozanía política.
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Pero se sabe que la DC carece de juventud; en las
universidades han desaparecido y los segmentos de clase media ya se dispersan
en un abanico de inconsistencia ideológica, propia de un elector y ciudadano
posmoderno.
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Ricardo Hormazábal intenta, esta vez, levantar una
candidatura que promete posturas más avanzadas de lo que es hoy la dominante al
interior de la DC. En un partido clientelar y de fidelidades preferentemente
tutelares, es difícil augurar una derrota de lo que ya se instaló como vicio
firme y rubricado por el poder económico.
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Pero, en todo caso, el futuro de la DC es trágico en lo
político y viene siendo ya, desde hace tiempo, menesteroso en lo ético e
ideológico. Esto por lo demás ha sido el sino de toda la DC en América Latina.
Lo que habla de que su tiempo de gloria ya pasó y sólo le queda volver el
rostro de frente a su caída, como el guerrero herido de muerte enfrentaba el
rostro de Palas.
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