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jueves, 12 de marzo de 2015

POLITICA-OPINIÓN-KRADIARIO

AUGE Y CAÍDA DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA

Por Hugo Latorre Fuenzalida


La DC ha tenido tiempos de gloria y de pasión. Desde que se forma la Falange y posteriormente  el Partido Demócrata Cristiano, emerge con gloriosos vientos de triunfo hasta llegar al poder y ser una fuerza enorme en toda América Latina. Pero el paso por la administración del Estado generó desgastes en su cohesión  interna, de tal magnitud, que derivó en una verdadera pasión disolutoria, la que, a su vez, desembocó en un fraccionamiento y desmembramiento de diversas corrientes internas irreconciliables.
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En Venezuela, el liderazgo indiscutido de Caldera llevó al Copei a un tiempo de esperanza partidaria, el que pronto se vio superado por la emergencia potente de la socialdemocracia en pleno auge  del petróleo.
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En Chile, sin embargo, el gobierno de Eduardo Frei Montalva  es responsable de grandes transformaciones sociales y económicas: la organización social del pueblo, la sindicalización campesina, la reforma agraria, una profunda reforma educativa, la industrialización y modernización del agro, la  apertura a una industria de bienes intermedio con propuesta exportadora.
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Esta ha sido, a no dudar, una de las experiencias de mayor progreso y proyección de futuro para Chile, porque se hizo con integración social y crecimiento económico, con el Estado como impulsor decisivo, pero sin agredir al sector privado de la economía, sino, por el contrario, alentándolo a una fase más elevada de desarrollo. Fue una revolución en libertad, literalmente hablando. En cambio en Venezuela se dio un movimiento de inspiración “social cristiano”, y sus ímpetus transformadores fueron bastante más tímidos, comparados con el proceso chileno. Esto se  hace comprensible dado que la renta petrolera encubría las deficiencias estructurales de esa sociedad, haciendo innecesaria una reflexión más profunda sobre el funcionamiento de la misma.
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Durante la crisis de 1970-73, la situación política tendió a una polarización ideológica que la democracia cristiana inicialmente resistió, tratando de entablar un diálogo elemental, pero, al transcurrir del tiempo,  terminó adoptando posturas antagónicas que fueron cerrando las puertas de salida democrática para todo el sistema. Obviamente no fue responsabilidad sólo de la DC, pero su aporte mediador y moderador terminó en fracaso y los elementos más duros al interior del partido terminaron imponiendo sus estrategias.
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La caída del régimen de Allende y la llegada  de los militares al poder en Chile, fue visto con alivio dentro de la mayoría de los dirigentes y militantes democristianos; pero pronto fue barrido ese ánimo, cuando los informes comenzaron a dar cuenta de la fascistización y violencia brutal del nuevo gobierno. La discrecionalidad inicial de algunos dirigentes para prestar colaboración al régimen militar, pronto fue defraudada por la preferencia de los militares por los grupos políticos derechistas y no por los DC., para integrarlos al gobierno. Con todo, hubo personeros y militantes DC que se integraron al gobierno en distintas funciones, claro que luego fueron expulsados y cesada su militancia.
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Muchos dirigentes y militantes DC se trasladaron a luchar junto a la Iglesia Católica en la defensa de los derechos humanos, y la actividad propiamente política fue retomada sólo al final de la dictadura, con la formación de diversos frentes dedicados a luchar por la recuperación de la democracia.
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En ese tiempo la DC tuvo una postura relativamente homogénea, sobre todo  frente  a la disyuntiva de lucha violenta o pacífica contra la dictadura. Respecto al espectro político para establecer los acuerdos, se dieron mayores diferencias al interior de la DC. Unos eran partidarios de integrar a todo el espectro opositor (Valdés-Lavandero), mientras que otro sector dejaba a fuera a quienes usaban la fuerza como forma de lucha (Aylwin-Zaldívar).
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Al retornar la democracia, fue este último sector el que triunfa y es el que impone el eje estratégico de la transición a largo plazo, pactado con los sectores que se pensaron más moderados dentro de la derecha.
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Lo cierto es que la derecha estaba en su totalidad bajo la egida política del pinochetismo, por lo que las “ilusiones” de modificación progresiva de la Constitución se quedaron en eso, en pura ilusión, si asumimos que alguna vez hubo intenciones de cambiar algo, pues si se mira  a la distancia la historia de la Concertación y se hojean los libros de Boeninger, se cae finalmente en la cuenta que la voluntad de cambios nunca existió y que la aceptación del modelo neoliberal en la economía y de exclusividad elitista en lo político, era total en muchos de los más destacados dirigentes de la DC y de la Concertación.
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Tomic y Jaime Castillo alcanzaron a expresar su malestar con la orientación que tomaba la conducción política e ideológica en la DC. Lavandero se levantó como el gran impulsor de una propuesta de cambios y de avanzada al interior de la DC y de la Concertación. Fue catalogado en una editorial de la revista “HOY” como el “Ultimo líder populista”. Ya sabemos que los dos primeros murieron con el dolor de la premonición decadentista y a Lavandero lo defenestraron, quedando la DC sin líderes que pudieran expresar un pensamiento de cambios, necesarios para intentar lavar el rostro de este oscurantismo neoliberal en que ha caído y que la ha llevado a ensuciar sus manos con procesos de corruptela clientelar disimulada pero muy extensa.
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La DC no ha caído todo lo que debió caer electoralmente, gracias a que el padrón electoral es restringido en edad y segmento social. Los electores son viejos y conservadores en su inmensa mayoría. El voto joven y rebelde simplemente se abstiene, no participa y permite que los moribundos gocen de aparente lozanía política.
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Pero se sabe que la DC carece de juventud; en las universidades han desaparecido y los segmentos de clase media ya se dispersan en un abanico de inconsistencia ideológica, propia de un elector y ciudadano posmoderno.
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Ricardo Hormazábal intenta, esta vez, levantar una candidatura que promete posturas más avanzadas de lo que es hoy la dominante al interior de la DC. En un partido clientelar y de fidelidades preferentemente tutelares, es difícil augurar una derrota de lo que ya se instaló como vicio firme y rubricado por el poder económico.
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Pero, en todo caso, el futuro de la DC es trágico en lo político y viene siendo ya, desde hace tiempo, menesteroso en lo ético e ideológico. Esto por lo demás ha sido el sino de toda la DC en América Latina. Lo que habla de que su tiempo de gloria ya pasó y sólo le queda volver el rostro de frente a su caída, como el guerrero herido de muerte enfrentaba el rostro de Palas.


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