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martes, 17 de marzo de 2015

OPINIÓN DEL EDITOR-KRADIARIO

NO ES EL MEJOR CAMINO FRENAR LA  CORRUPCIÓN CON LEYES Y COMISIONES,  SINO TERMINAR CON LOS "AVIVADOS"

Por Walter Krohne


El camino de regulación por medio de leyes especiales para frenar el grave problema de la corrupción, que se ha expandido por todos los rincones del país,  no parece ser el más indicado para terminar con esta lacra que está conduciendo a la nación chilena precisamente en el sentido contrario al objetivo de la Presidenta de terminar con la desigualdad.

El problema no es la situación en que nos encontramos como chilenos frente a hechos quizá pocas veces vistos, porque aquí hay un sector empresarial que ha sido "promotor de delitos" y una clase política que "se ha dejado o ha estado dispuesta a corromperse" para mantener un nivel económico y social con cargos públicos representativos bien remunerados que a muchos les sería difícil, especialmente aquellos con bajos niveles de estudio, conseguir en otras áreas de la actividad humana.

Castigar a un bando o a ambos no significará la solución para esta epidemia, porque el mal está en el chileno mismo y sin querer ofender a nadie, la característica central en este problema es la carencia de ética y de principios que están fuera del control en la mente humana, especialmente de aquellos que lideran empresas o conglomerados políticos. No hay capacidad para tomar consciencia ni siquiera pensar de que no hay que robar ni dejar de pagar los tributos al Estado ni tampoco utilizar métodos truculentos para engañar a los organismos estatales que dicen tener el control de estas situaciones, pero que en realidad tampoco lo tienen y hasta caen igualmente contagiados en este remolino del mal como cualquier otro ciudadano. "La carne es débil", es un término que hoy se escucha muy a menudo.

Es que la avaricia se da bajo modelos económicos que permiten acumular grandes cantidades de dinero sin necesidad de mayores esfuerzos, sólo con ideas especulativas que surgen o se originan en las fallas del sistema mismo. Esto y mucho más nos es permitido por el neoliberalismo, porque la avaricia está en todas partes: en las farmacias, en las avícolas, en las Cascadas de Ponce Lerou, en Penta, en La Polar en La Moneda con el caso Caval y ahora en SQM, que aparece todavía como una caja de pandora. La única diferencia está en que los "capos" de estos males van ahora a la cárcel y se les confirma y reconfirma la prisión, como ocurrió el domingo con Délano, Lavín, Wagner e Iván Alvarez del SII. Ya no basta con ser millonarios como excusa para liberarse de una cárcel como la de Capitán Yáber con instalaciones rudimentarias y lejos de los hoteles cinco estrellas a los que han estado acostumbrados estos "ricachones" (con excepción de Alvarez). Este sólo hecho y el de estar expuestos ante la sociedad como "delincuentes", quizá hasta por 120 días,  ya es un castigo contundente para esta gente, aunque no del todo suficiente.

Pero el robo "neoliberalista" en todo sentido  lo estamos viendo desde al menos la era de Pinochet en que esta familia se enriqueció a través de negocios turbios como la venta de armas o el caso de la "desaparición" de los millones en joyas que mujeres ricas y pobres donaron al régimen militar para la reconstrucción nacional en 1973 accediendo a los llamados del régimen militar. Luego vinieron las ventas truculentas de armas y los Pinocheques y luego el proceso que quedó en la nada misma en que se confirmó la riqueza que estaba en poder de un ex comandante en jefe con un sueldo mensual de empleado público con el cual era imposible acumular los miles de millones que se comprobaron finalmente a través de cuentas bancarias con nombres falsos en el exterior.

El tema de la corrupción política y administrativa no tuvo relevancia en Chile hasta comienzos de los 90, porque antes no podía tratarse el tema en ningún ámbito al no existir libertad de opinión ni de prensa. En Chile, la preocupación académica sobre la corrupción era marginal ya que se partía del supuesto de que Chile había sido siempre honrado y probo y lo seguiría siendo, lo que estuvo y está muy lejos de la verdad.

El gobierno democrático comienza negando la corrupción, trata de controlarla y limitarla, llega a convivir con ella, justificarla y finalmente ampararla, para lo cual establece acuerdos con la oposición que está interesada en preservar la imagen de Chile (MOP-GATE-Diálogo y pacto Lagos-Longueira), con el sistema judicial al cual le ofrece satisfacer la ansiada aspiración de la independencia financiera y calma a la Contraloría General de la República con la entrega de millones de dólares para su mejoramiento.

Sin embargo todo fracasó, porque la corrupción al generalizarse se ha expandido hacia toda la sociedad infectando a los partidos políticos, las empresas, las universidades y las directivas del sector público. La esperanza radica en un cambio de orientación en la lucha por la probidad generada por una catarsis social que se centre en la transparencia y la participación. Igualmente el papel fundamental de los colegios que deben inculcarle a los nuevos chilenos desde niños principios de ética y de buenas costumbres. "Hay que cambiar la raza", dijo un analista.

Los argumentos nos permiten ver el horizonte y expresar que la creación de la "Comisión Asesora Presidencial contra los Conflictos de Interés, el Tráfico de Influencias y la Corrupción", que preside un economista (no un político), Eduardo Engel, resolverá muy poco. El resultado será un exceso de deliberaciones filosóficas y principios de lo que disfrutan los intelectuales, que llenarán centenares de carillas de computación, pero hay escepticismo frente al logro de resultados concretos. Son las típicas comisiones de la señora Bachelet, como ya lo demostró en su anterior gobierno con los "pinguinos" y la reforma educacional, que en el fondo se trata de tapar con  "cubiertas políticas" escándalos, como el de Caval, o exceso de manifestaciones callejeras, con el único propósito de mostrarle a la ciudadanía que está haciendo algo para, en este caso, acabar o reducir la corrupción.

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